Más perturbados y psicodélicos, Liam Gallagher y los suyos siguen pergeñando un plan maestro para “superar la prueba del tiempo, como los Beatles y los Stones”. El segundo de Beady Eye  nos adelanta hacia dónde marcha la metamorfosis de los ex Oasis.

Por Javier M. Berro

Liam Gallagher hizo todo lo que estuvo a su alcance para ser noticia en el último tiempo. Supimos de él cuando circuló por ahí que había sobrevivido a un ataque de alergia como consecuencia de comerse un confite M&M color azul. Después fueron sus salidas nocturnas, paralelamente a su altercado con los Stone Roses, que debieron echarlo a patadas de un backstage por borracho, pesado y bocón. Todo eso sucedía mientras se publicaban algunas piezas de lo que sería BE, el segundo álbum de Beady Eye.

Our Kid –el apodo familiar del vocalista con el que se regodean sus fanáticos- supo agigantar la ola detrás de su nombre para generar más repercusión, pero fue con “Flick on The Finger” y “Second Bite of the Apple” jugando en la cancha como adelantos que, por fin, comenzaba a desentrañarse el misterio. Además de un giro hacia un sonido más perturbado, oscuro y psicodélico, podía percibirse a Liam con una voz más rehabilitada y cristalina. Mientras tanto, nos prometía que estaba por romper algunas esferas con el nuevo material.

Sin embargo, el álbum producido por David Sitek –que se ofrece también en una versión deluxe que incluye más canciones, especialmente las que menos valen la pena- hizo más ruido por la censura de su portada (apenas una tetita al descubierto) que por su contenido musical. Todo ocurría en la misma semana que el menor de los Gallagher encendía la máquina de humo y hablaba de un posible regreso de Oasis para el próximo año. La música, tantas veces relegada en su protagonismo, marcaba el camino hacia una revolución pendiente, iniciada con el álbum Different Gear, Still Speeding (2011).

El debut de los Beady Eye acaparó entonces todas las miradas por obvias razones: quienes supieron pertenecer a una de las bandas más grandes del planeta ahora iniciaban un camino lejos de su principal compositor, guitarrista y vocalista, Noel Gallagher, ahora cortado solo con sus High Flying Birds. Desde el vamos apostaron por un sonido vintage que incluía guiños obvios a The Beatles, The Who, The Stooges, The Jam, The Byrds, y los Rolling Stones.

Dos años después, el grupo radicado en Londres insiste con abordar el pasado pero desde un sonido futurista, que tiene líneas en común con otros grupos que supieron hablar desde el cancionero clásico británico pero con una óptica psicodélica, noise, experimental, a veces incluso difícil de digerir. Ellos, en cambio, suenan finos y potentes, pero no se pasan de rosca y conquistan un balance perfecto entre lo que se espera de ellos y el límite de hasta dónde poder volar. Siguen siendo un grupo de rock n’ roll, pero que ahora y más que nunca apuesta a sensibilizar con baladas acústicas.

Lejos de “superar la prueba del tiempo como los Beatles y los Stones”, como agitaban en el debut, hoy están en pleno viaje. Sin embargo, Beady Eye sigue pergeñando su propia revolución, aún pendiente, y eso se decanta desde la apertura a cargo de “Flick on the Finger”. Después, “Soul Love” es una siniestra pieza acústica, simplona, pero cargada de una vibración que sale desde las entrañas del cantante. Aunque suena a fin del mundo, con el latido cardíaco marcado por el bajo y unos efectos cósmicos, es una canción de amor. De un padre a un hijo que recibe consejos de vida y amor: “Come into my world, it’s all for you everything I do” (“Entrá en mi mundo, todo lo que hago es para vos”).

“Face the Crowd” sería como cruzar a los Stooges con las voces de John Lennon. Es quizás uno de los temas más rockeros que deja BE, junto a “Shine a Light”, más experimental, ideal para el trance etílico, y en sintonía con lo que esperábamos del trabajo de David Sitek, un bicho raro entre el rubro de productores. Allí se funden las percusiones al palo con guitarras que invitan a un ritual con épica satánica. “Despacio, dejá que el vino atraviese el pasado, el espacio y el tiempo”. Se destacan “Second Bite of The Apple”, segundo corte de difusión, y “I’m Just Saying” (“Me siento bien, este es mi tiempo de brillar”), una invitación al combate bien arrogante. La beatle “Iz Rite” nos convoca a soñar despiertos bajo un cielo estrellado que aguarda un amanecer.

Después, con “Don’t Brother Me”, Liam parece querer llamar la atención de su hermanito mayor, con una canción suave, otra de lamento rockero y guitarras desenchufadas. El problema es que también están “Soon Come Tomorrow”, “Start Anew” y “Ballroom Figured”, todas para el brillo de un frontman que le canta a la calma, ideales para franelear con amor, pero a su vez un abuso de la fórmula, especialmente en un disco que contiene once canciones. Es más, en la versión especial hay otras cuatro más con ese estilo, pero sin destino de ser coreadas en algún estadio.

“No te dejes engañar cuando nuestra revolución haya sido finalmente aniquilada y te den eternamente palmaditas en la espalda y te digan que no hay desigualdad de la que valga la pena hablar y que ya no hay razón para pelear, porque si tú les crees estarán completamente al mando en sus hogares de mármol y bancos de granito desde los que roban a la gente del mundo bajo el pretexto de traerles cultura”.El recitado que hiciera Jean-Paul Marat durante la revolución francesa aparece insertado en el primer tema, como una crítica a la crueldad del sistema. Una cachetazo para la humanidad, que deseamos que no tenga su réplica en el recorrido de Beady Eye. ¿Es posible? Definitely Maybe.//z

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