Editada por Galerna, la última novela del crítico y escritor porteño hace lo posible por manifiestar a través de peripecias quirúrgicas y sexuales la actualidad del aburrimiento, el agua que inunda la comunicación de los días.
Por Cristian Franco
Empecemos con lo obvio: hastío, abulia, indiferencia, aburrimiento, desazón. Humores cuasi sinónimos que, en distintos grados y combinaciones, nos ocurren a todos. La piel (Galerna, 2015), la última de Juan Terranova, es una novela sobre eso. Pero así como la expresión de la oscuridad no necesariamente se identifica con la oscuridad de expresión, suponemos que no tendría por qué aburrirnos la investigación del aburrimiento. Así que preguntemos: ¿es La piel una novela aburrida?
Resumen: La piel quiere tener la forma de un diario. Seguimos, de lunes a lunes, las peripecias laborales-habitacionales-sexuales etc de un periodista que después de perder un trabajo se consigue otro. El otro trabajo es en una asociación de cirujanos plásticos: espectar-guglear-redactar informes/gacetillas/declaraciones son sus tareas básicas; de tanto en tanto, servir café, asistir como un fantasma servil a algún que otro rosqueo, transa, lobby, etcétera.
El día a día de un aprendizaje, entonces. Una educación sentimental. No, tanto no: la aventura de un observador participante y apático construyendo su pequeña antropología cínica. Como cualquier otro mercenario de la comunicación —ese ejército pálido y laborioso que se encarga de encerar y pulir con sus palabras las rugosidades del mundo— explora el campo y recibe su remuneración. El campo (de estudio, digamos, y de alguna que otra batallita también), ya había sido planteado, es el ignoto microcosmos de las cirugías estéticas. Cirujanos-secretarias-pacientes-cirugías-data dura-morbos-páginas web-coágulos-piel-tejes-manejes-suturas. Y mientras tanto, el aburrimiento como leitmotiv o perorata o niebla que todo lo cubre. Una voz que intenta esbozar sin pasión una economía del deseo y la dejadez: “Necesitamos la represión para generar el deseo. Sin deseo se cae en la abulia y la indiferencia. La sociedad es una máquina de prohibir y mirar” o “Me consuelo diciéndome que tengo un trabajo pero resulta un consuelo pobre. ¿Cuánto más voy a durar acá, haciendo estas muecas, mandando y recibiendo mails?”.
Además de reflexiones que oscilan entre la inocuidad y la acritud (“Una de las trampas del capitalismo: si no tenés dinero, te ves en la necesidad de gastar más”) y breves incursiones de sociología silvestre (“Es un punto donde la ciudad letrada se cruza o se toca con la ciudad libidinal”), en el diario también hay sexo. Escenas de sexo, quiero decir. No, mejor: descripciones concisas de actos sexuales de diversa entonación en los que participan el narrador (“Promiscuo, indiferente, histérico y maltratador”) y alguna mujer. Coger/pajearse son, para el protagonista de La piel, dos notas más —aunque imprescindibles, aunque insatisfechas— en la melodía pegajosa de su indiferencia y su frustración.
Habría que decir otras cosas sobre ese ciclo vital del deseo idiota —consumir, reformarse, deformarse, consumir— donde la piel es el centro de exposiciones y experimentaciones y la plata es el combustible que vuelve carne todas las metamorfosis imaginables. Habría también que señalar cómo en La piel se vuelve trama la forma en la que Terranova construye esta ficción (¿qué otra cosa es hoy escribir sino guglear con alguna pulsión narrativa?).
Habría, sí, pero mejor que hable, que algo tiene que decir, la novela. Mínima y eficaz, dejará tal vez impávido a algún lector, sediento o manija a algún otro, pero no pasará ni desapercibida ni reverenciada: el aburrimiento pequeñoburgués todavía espera un novelista.//∆z