Tras una larga ausencia productiva, The Next Day, es la fecunda pieza de un ser extemporáneo: David Bowie en estado puro, entre la intención retrospectiva y la mirada caprichosa puesta en el futuro continuo.
Por Pablo Mendez
Que quede claro en la primera oración: The Next Day es lumbre inagotable. Ante tan categórica declaración la justificación no debería pasar del primer párrafo. Es así como los calificativos pueden aglomerarse en una sola apreciación: David Bowie es el interprete por excelencia. Dueño de una voz que es inconfundible solo en el contexto de la canción, capaz de rellenar la música con matices insospechados. Esa clase de cantante que no se jacta de la virtud vocal en cada estrofa y que pueda emparentarse con Brian Ferry en la utilidad dentro la composición y no en el floreo desafortunado y excesivo. Un disco con variables definidas, pleno de canciones que bien podría ser la selección de cada época del Duque y que sería reduccionista escribir sobre la madurez cuando la mayoría de edad ya le ha llegado hace tiempo. Por momentos épico, a veces vanguardista, casi siempre con el vicio de la simpleza que nunca deja al margen el buen gusto. Un material que amplía el concepto de sofisticación sin merecer el tono complejo que la cualidad contiene en su significado.
Los ejemplos piden pista. “I’d Rather Be High”, “The Stars”, “Valentine’s Day” sacan matrícula de inmortales. Difícilmente pasen desapercibidos, incluso alguno tendrá la fortuna de no perecer en el bombardeo de moda con el que muchas veces se esconden los temas que resisten el paso del tiempo. “Where Are We Now?” es el modelo de canción que reconocemos como huella indeleble en la discografía de este camaleón del rock, emparentado con “Thursday Child” en su génesis y hasta en la estructura estrofa-estribillo. “The Next Day” y “If You Can See Me” son la cuota de vanguardia de la que nunca estuvo lejano, más cercano al Bowie de los noventa, ese que experimento hasta convertirse en materia alternativa. “Heat” condensa la oscuridad de David, algo así como un Nick Cave con un poco de luz tierna.
Como conclusión es menester aguzar la opinión y no temer a la posible polémica. He aquí posiblemente el disco del año, a pesar de que sobran meses por afrontar y las sorpresas bien esperadas aparecen sin que se las llame. Diez palabras como anzuelo para no esquivar tan digno material: sofisticación, pureza, heterogeneidad, convicción, y sobre todo modernidad. Bowie es carne y sangre de lo nuevo, no solo como padrino de las bandas más innovadoras: Placebo allá lejos, Arcade Fire más acá, sino como el procurador de tiempos venideros.//∆z
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