Los días 4, 5 y 6 de septiembre se desarrollarán las primeras jornadas de debate “Por una nueva cultura pesada en el metal argentino y latinoamericano” organizadas por el Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino (GIIHMA). Se transmitirán de forma online y gratuita. Diversidad, Derechos Humanos, identidad territorial y autogestión desde una óptica metalera.

Por Carlos Noro

En los últimos años los textos sobre música se han transformado en una veta que las editoriales han ido entendiendo como una manera interesante de captar a un público ávido de leer biografías, literatura y textos de divulgación sobre distintos géneros, artistas y movimientos. En Argentina, un grupo de investigadores de diversas ciencias sociales decidieron vincularse para reflexionar académicamente sobre la música pesada. Su accionar está basado en la experiencia de la primer Feria del Libro Heavy (organizada por Gito Minore y María Inés Martínez) que luego fue replicada a lo largo de los años. De estas reuniones que comenzaron en el 2014 resultaron los libros Se nos ve de negro vestidos. Siete enfoques sobre el heavy metal argentino (2016, La Parte Maldita) y Parricidas. Mapa rabioso del metal argentino contemporáneo (2018, La Parte Maldita), que abrieron la puerta a cursos de extensión universitaria y a un incansable accionar que invita a preguntarse de qué se trata la música pesada argentina, en un enfoque hasta el momento nunca realizado con tal nivel de sistematización y de trabajo interdisciplinario.

El ahora denominado Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino (GIIHMA) es un espacio que busca abrir la puerta a la reflexión sobre la música pesada, sin escaparle a preguntas incómodas sobre su historia y sus prácticas. Juan Ignacio Pisano, Doctor en Letras de la UBA, docente y uno de los integrantes del colectivo, habla en nombre del grupo y enfatiza: “Existe una cultura metálica que tiene que ver con las singularidades que adopta el metal como una escena que representa a un movimiento, usando esta palabra en un doble sentido: como manifestación colectiva, por un lado, y como desplazamiento y acción, por el otro”.

ArteZeta: Históricamente, la idea de hablar sobre heavy metal estuvo ligada a melómanos del estilo o a periodistas especializados que contrastaban con el lugar enunciación  de cierta “Intelligentsia musical” que se dedicó a atacar explícitamente sus características identitarias. ¿En qué lugar se ubican ustedes desde GIIHMA?

Juan Pisano: Creo que nos ubicamos en un espacio de ruptura con ambas tradiciones. Respecto del periodismo especializado, nos diferenciamos en el hecho de que no apuntamos ni a la acumulación enciclopédica ni a la referencia biográfica. Eso es una gran diferencia que construye además cierta distancia. Nuestra intervención tiene como base a la palabra ensayística, es decir, a la producción de lecturas que evitan al comentario como género discursivo y a la verdad objetiva como destino de la escritura. La otra dimensión que creo que se hace muy presente a la hora de establecer la diferencia tiene que ver con la cuestión política.  Tanto en Se nos ve de negro vestidos y en Parricidas como en el tercer libro que está en proceso de elaboración, así como en las colaboraciones que hacemos con frecuencia para diferentes sitios, escribimos desde posicionamientos que no le quitan el cuerpo a la coyuntura política, más bien lo contrario, ni parten de elitismos estéticos. En ese lugar es donde tratamos de ubicarnos.

AZ: Hay un gesto evidente en ustedes que busca articular con universidades ámbitos académicos. ¿Por qué es importante para ustedes que la música pesada circule por estos ámbitos? ¿Hay una especie de búsqueda de legitimidad?

JP: La explicación a ese punto tiene varias aristas. En  principio, somos personas que venimos de ámbitos académicos: estamos formados en carreras universitarias, algunos trabajamos en docencia universitaria y también tenemos inserción en la investigación. En ese sentido, se trata de un espacio en el que intervenimos como parte de nuestras trayectorias vitales antes de formar el GIIHMA. De hecho, la mayoría nos conocemos de ese ámbito. Pero, también, esto tiene que ver con leer desde un espacio que se corre del sociodismo, como lo llaman Emiliano Scaricaciottoli y Oscar Blanco (N. de r. También integrantes del GIILMA). Es decir, esa cultura periodística de la que hablamos en la pregunta anterior, arraigada en el comentario y el biografismo.

AZ: ¿Cómo ingresa en todo esto la idea de autogestión?

JP: La autogestión  es una decisión de independencia, un modo de construir el espacio para el GIIHMA desde la autonomía plena de decisión, sin quedar supeditado a conseguir algún tipo de apoyo. Eso, además, nos permite tener libertad de escritura sin necesidad de adaptarnos a formatos estandarizados por la academia. Desde ya, no descartamos la intervención en espacios académicos. De hecho, hemos dado cursos de extensión, por ejemplo, en dos facultades de la UBA y en otros lugares de Latinoamérica. Las jornadas mismas van a tener una fuerte participación de personas que trabajan en la academia. Pero buscamos intervenir desde este lugar que elegimos. En todo caso, es ese posicionamiento desde donde intentamos legitimar nuestra actividad: no mediante una autorización institucional, sino a través de la autogestión y de la circulación de una palabra que se pretende crítica y que, por ese motivo, apunta a iniciar diálogos y debates sin tener que pensar en la gestión de un curriculum vitae.

AZ: La investigación interdisciplinaria implica cruzar aportes de distintos campos de conocimiento. ¿Cuál es la metodología de trabajo y de análisis que construyeron a nivel colectivo para que esta idea de intercambio fuera posible?

JP: Desde que comenzó la aventura del GIIHMA, hace ya más de siete años, nos reunimos una vez por mes. Esas reuniones y esa regularidad son la base de nuestra metodología. Allí proponemos ideas y les damos forma, debatimos textos críticos y teóricos, tomamos decisiones, leemos y compartimos nuestros textos. En relación a esto último, cada libro que publicamos tiene detrás un extenso proceso de escritura y reescritura, discusión y lectura mutua. Las reuniones son el momento en el que todo eso ocurre. A la vez, seguimos una organización mediante la cual cada unx asume roles diversos y cumple ciertas funciones, distribuyendo la carga de trabajo, que por momentos es bastante. Al ser autogestivo, es tiempo que sumamos a nuestras actividades laborales. Y, por último, vamos a ver recitales en grupo y organizamos asados un par de veces por año. Esto no es menor, este tipo de actividades le dan a la metodología un componente fundamental: el vínculo afectivo.

AZ: Las jornadas de principio de septiembre tienen como leyenda “Por una nueva cultura pesada en el metal argentino y latinoamericano”. Esto supone una idea de cultura pesada que pareciera que debe, de alguna manera, “ser superada”. ¿Qué características tiene esa “vieja cultura pesada” y qué características debería tener “la nueva cultura pesada”?

JP: El sintagma “cultura pesada” tiene un anclaje en aquello que aconteció y acontece en las ferias del libro que organizan María Inés Martínez y Gito Minore cuando hablan de “cultura metálica”. La idea “nueva cultura pesada” también tiene arraigo en la propia escena metalera, porque es algo que se propone desde allí, por ejemplo, desde el último disco de una banda como Against (N.de r. el disco del 2018 se llama Nueva cultura pesada). Hablar de cultura pesada, dando esa pequeña inflexión en la elección del adjetivo, arrastra también otras connotaciones. Permite pensar a esa cultura de un modo más amplio, sobre todo en cuanto a lo genérico, amplificando el campo perceptivo hacia otras formas de la música pesada que no responde al paradigma de Ricardo Iorio. Se trata de una inflexión en este movimiento que busca ir en contra de una vertiente que coquetea con la posesión material del metal, pensándose como verdadero metal, y que se liga ideológicamente al fascismo en sus distintas formas de aparición: en contra de la lucha de las mujeres y las disidencias sexuales, contra las reivindicaciones del movimiento obrero y de clase, a favor de la violencia policial e institucional y ligándose a referentes políticos que deploramos, como Biondini. La novedad, entonces, es estética y es política. Doble articulación que tiene sentido siempre y cuando consideremos que la estética no es algo ajeno a lo político, sino que tiene sus propias formas de intervención en el reparto de los lugares sociales y las identidades desde su singularidad de acción. Tanto desde la letras o desde las formas musicales una canción puede intervenir en los modos de comprender a lo real. Nuestra lectura se orienta a agenciarnos con el otrx, pensando en un horizonte de sociedad emancipada e igualitaria.

AZ: Una de las tensiones que atraviesan varios de los enfoques que han realizado tiene que ver en la relación ente lo culto y lo popular. Incluso, con el concepto de lo under y lo mainstream. ¿Cómo está conformado hoy el público de la música pesada argentina?

JP: En términos históricos, podríamos decir, el público de la música pesada argentina ha vivido en dos escenas diversas: de un lado, un público masivo y enorme que llena estadios cuando vienen bandas internacionales. Del otro, un público más pequeño y acotado que sigue a la escena local. Tal vez por el quiebre de Hermética, tal vez por otros motivos más amplios y diversos o, más probable, por una mezcla de todos esos factores, nunca una banda de metal argentino llegó a tocar en estadios grandes. Almafuerte lo hizo en la cancha de All Boys en 2013 y después se separó. Pero fue el momento excepcional. En ese sentido, podemos pensar que el público sigue conformándose en esa dualidad, a diferencia de lo que ocurre en otros géneros del rock donde todavía hoy hay bandas o referentes que pueden llenar estadios. Eso tendría que ver con el modo en el que se construyó la escena del metal local, que nunca tuvo un grado de masividad demasiado importante frente a otras expresiones musicales. En cuanto al público de la música pesada local, se ha diversificado, probablemente, en otros géneros. Por ejemplo, hoy el stoner tiene una convocatoria importante, por caso, con una banda como Los Antiguos. Sin embargo, la vertiente thrashera sigue siendo la más convocante. Al mismo tiempo, el público actual divide sus aguas en relación a la coyuntura adhiriendo a estructuras de sentimiento, como dice Raymond Williams, que expresan las divisiones al interior del metal en cuanto a musicalidad e ideología. Y también podríamos pensar en una división etaria, cuando vemos que Carajo lograba tener convocatorias importantes de público, siendo una banda que no responde al paradigma hegemónico del metal y que proviene de la línea de Animal y el nü metal.

AZ: En la elección de las temáticas de las jornadas hay un claro enfoque ligado a cuestiones de agenda actual como géneros, derechos humanos, identidad territorial, medios independientes y autogestión entre otras cuestiones. ¿Cómo evalúan las tensiones que se presentan estas cuestiones y cierta ortodoxia del heavy metal, con el Iorio de los últimos años como referente?

JP: Como decíamos en una respuesta anterior, hay una nueva cultura pesada que se ha ligado o que viene ligada de antes, en algunos casos, con esa agenda política. En 2019, el Pato Larralde tocó en un recital de Los Antiguos con el pañuelo por el aborto legal, seguro y gratuito, a la vez que Iorio expresaba su deseo de clavarles un destornillador en la nuca a las feministas. En ese sentido, el metal no es ajeno a lo que ocurre en una sociedad donde prima un fuerte antagonismo entre dos posiciones generales, que luego se dividen internamente: una que apunta a la ampliación de derechos y a la inclusión, a tener presente la causa de los pueblos originarios y las identidades territoriales. Y otra que funciona como la reacción ante esos movimientos, que intenta mantener un cierto status quo, una idea de pater familiae, de macho proveedor que ya no está interesado en reclamar por los derechos territoriales y legales de los pueblos originarios, que ya no lee poemas para colaborar con las Madres de Plaza de Mayo y que veía en el Momo Venegas al modelo del sindicalista argentino. Como dos corrientes ideológicas generales que atraviesan a la sociedad, esas miradas tienen presencia en el metal argentino. Nosotros optamos por esa agenda porque en esta coyuntura nos agenciamos a una de esas posiciones, aquella que disputa lo común para tensionarlo al punto de lograr quebrar estructuras que funcionan como instancias de exclusión y discriminación. Por eso también incluimos mesas de debate sobre el metal emergente, porque ese agenciamiento no puede ser solo en las causas que consideramos válidas, sino también en la visibilización de las formas estéticas que aparecen para disputar la hegemonía del paradigma hegemónico del “verdadero metal”. En ese marco general, creemos que hay líneas que no dejan de crecer: la autogestión, expresada en la consigna “no pagues para tocar” y materializada en un conjunto de bandas que hacen de ello su leitmotiv. Los medios independientes, que son imprescindibles como modo de equilibrar, o intentar hacerlo, en una distribución del espacio público muy desigual, la visibilización de las voces silenciadas en la sociedad.

AZ: La música pesada parece tener una ventaja y al mismo tiempo una problemática: por un lado es capaz de ramificarse hasta el infinito en distintos subgéneros y por el otro tiene como desafío conservar su identidad¿De qué modo debería para ustedes transitar esta tensión la música pesada argentina de la actualidad?

JP: No somos esencialistas, por lo tanto no nos desespera el cambio en las condiciones identitarias. Pero, además, la identidad puede ser pensada como una construcción atravesada por tensiones, como un espacio de desplazamientos, y no solo como un modo de plantarse en un territorio simbólico fijo. Lo central, en ese sentido, es el hecho de  que el modo en el que una construcción identitaria resuelva esas tensiones es importante por las formas de hegemonía en un campo cultural determinado. La identidad metalera está en tensión hoy desde lo político, pero también desde lo estético. Y ahí es importante la pregunta por los subgéneros. Es cierto que el metal es tal vez el género musical que más subdivisiones tiene  dentro del universo del rock. Pero también es cierto que, históricamente, en Argentina esa diversidad se vio muy opacada por un paradigma estético que priorizó una forma de hacer metal por sobre otras posibles. El viejo y rancio debate entre verdadero y falso metal, que tan bien representó y parodió Federico Sosa en su película Yo sé lo que envenena (2013), se actualiza en esta coyuntura porque no solo hay una mayor fragmentación al interior del metal como género, sino porque se abren nuevas prácticas en las bandas de metal que ahora organizan fechas con otras que no entran en sentido estricto en el paradigma del “verdadero metal”.  El “Viaje de agua” que arma Poseidótica es un claro ejemplo de eso. La identidad metalera de esta nueva cultura pesada, entonces, se encuentra tensionando a la identidad metalera del “verdadero metal” y disputando presencia a las formas de expresión del fascismo. Así, tal vez por primera vez en la historia del metal argentino, esa tensión no es percibida como riesgo de disolución sino como posibilidad de y del movimiento mediante una nueva forma de estar juntos en la escena, una nueva manera de propiciar esa convivencia. Una mayor cantidad de subgéneros circulando tiene, en ese sentido, una energía liberadora en este contexto. Porque abre la afectividad metalera a otros modos de organizar sus formas comunitarias, sus espacios del estar juntos, como los propios recitales: prácticas más inclusivas, más abiertas a la diversidad de lo humano. Por ejemplo, Iorio siempre vinculó su música a tradición folclórica local, pero nunca hizo folkmetal, lo cual muestra un poco algo de su ADN creativo: mantener separado a lo diverso, en lugar de reunirlo, mestizarlo, cruzarlo.

AZ: ¿Cómo se va manifestando entonces esa diversidad?

JP: Desde hace unos años, hay folkmetal en argentina en bandas como Raza Truncka, Alter Ego, Alimaña o Arraigo. Esa tensión tiene otro punto central en la presencia de mujeres y disidencias sexuales arriba de los escenarios, que cada vez cobra más fuerza. Las tablas del metal estaban cerradas a esas apariciones, o parecía que solo se lograban si el padre las autoriza, como en el tema “Guitarrera” del disco solista de Ricardo Iorito Atravesando los cielos. Además, como otro ejemplo entre muchos, podemos mencionar también la presencia de formas musicales que se organizan desde la ficción literaria y cinematográfica, que era una mala palabra en la poética ioriana, como sinónimo de mentira: “No te enganchés con la ficción”, reza “Orgullo argentino”. Todos estos cambios, y otros, están tensionando a la identidad metalera. Son distintos frentes en los cuales está aconteciendo una forma de parricidio, de ruptura, que permite la emergencia de otras variantes y otras posibilidades. La escena está dejando de trabajar con modelos tan marcados y ha comenzado hace ya un tiempo a estar atenta a la singularidad, a lo diverso, a lo que emerge y disputa espacios y lógicas de distribución de la presencia en los escenarios, y en la sociedad. //∆z