¿Era necesaria otra temporada de The X – Files? ¿Qué puede decirnos una serie que fue ícono en los ’90 sobre el mundo actual?
Por Hernán Ojeda
Corría principios de los años 90 cuando Chris Carter, convulsionado por las teorías de abducción y las implicancias del escándalo Watergate en la historia, presentó en la cadena FOX una idea original sobre extraterrestres, agencias de investigación y conspiraciones, todo envuelto en un clima noir. Esto, con la posterior inclusión de Gillian Anderson y David Duchovny -dos novatos en el mundo de las grandes producciones- en los roles principales de los agentes Scully y Mulder, y una mixtura que remitía a The twilight zone, Twin Peaks, Spielberg y a cierta estética sci-fi under, terminaron por configurar la estructura básica de ese fenómeno conocido como The X-Files, o Los expedientes secretos X en nuestras pampas.
La serie logró condensar todos estos elementos y fortalecerse al punto de lograr una autonomía absoluta y formar su propio paradigma narrativo. A lo largo de siete largas temporadas, el tándem Mulder/Scully resignificó el concepto de serie en una producción que mantenía una mitología en constante desarrollo, una historia irresoluta transversal -la desaparición de Samantha, hermana de Fox Mulder- a la vez que introducía episodios autoconclusivos que mezclaban el policial negro, la ciencia ficción, el thriller y el terror clase B con un nutrido repertorio de engendros, mutantes, freakys y especies terroríficas que aparecían eventualmente con roles protagónicos unitarios -llamados Monsters of the week-. Los personajes, por otro lado, siempre mantenían una línea que le daba estabilidad a toda esa vorágine incesante de elementos conflictivos y que ayudaron a forjar el fanatismo: Mulder, el devoto, el irreductible, quien se obsesiona por seguir sus lecturas y creencias hasta las últimas consecuencias; Scully, la del rigor científico, la voz de la razón que ordenaba a Mulder y que, a posteriori, ocuparía un lugar en el puesto de los creyentes desde el dogmatismo tradicional cristiano; luego Skinner, Krycek, Kersch, los infalibles Pistoleros Solitarios y, claro, el misterioso fumador. Luego siguieron otras dos temporadas (08 y 09) de otro calibre y estructura narrativa, mucho más lineal y policial y con otros protagonistas: John Dogget y Mónica Reyes, de química indiscutible. Estos dos años dentro de la historia de X-Files fueron considerablemente distintos, pero le dieron un enfoque más fresco a la trama y se consolidaron como una etapa sólida y entretenida, en donde las historias de Mulder y Scully fueron subsidiarias y la serie como totalidad logró retomar un perfil de seriedad que parecía necesario después de algunos tramos bizarros un tanto sostenidos durante el desarrollo de la temporada 7.
La variedad y profundidad de las teorías presentadas en la serie generaron una legión de fanáticos que debatían en cuanto medio fuera posible acerca de lo acontecido, lo que podía llegar a ocurrir, en qué consistirían las conspiraciones, entre muchos miles de etcéteras. Fue, tal vez, la primera de todas las series de televisión que produjo un fenómeno de este tipo, y tal vez la más prolífica en estos asuntos hasta la aparición de Lost. Y era común preguntarse cómo podría haber impactado The X-Files en la era de internet y de las redes sociales, cómo se llevaría con Twitter, con los spoilers, con la masificación de hipótesis de fanáticos. Y con la llegada de la temporada 10 en 2016 (pasando por alto aquella poco agraciada película de 2008, X-Files: I want to believe) pudimos, por fin, corroborar en el campo de análisis virtual la influencia de la serie en estos medios.
Esta undécima temporada de X-Files llegó este año a la pantalla con una tarea abrumadora: levantar el fiasco generalizado que significó tanto para los seguidores como para la crítica aquella miniserie de 2016 que quiso volantear y recuperar la mística de formas poco creíbles, incorporando algunos personajes de poca injerencia en la trama, elaborando tramas muy endebles y trasladando los basamentos mitológicos (uno de los sacramentos intocables que sostuvieron nueve temporadas sin grandes tambaleos) a una escala apocalíptica y escasamente verosímil. El primer paso que se tomó fue despegarse de ese cliffhanger del episodio 6 de la 10ma. temporada, “Mi lucha II”, comenzando este nuevo operativo retorno desde una declaración de principios que es tanto una reformulación como una premisa, en voz de un personaje clave: “I want to lie”, quiero mentir. El concepto de la conspiración aquí funciona con más fuerza que nunca, pero con un arraigo no tan sobrenatural como político, y más relacionado que nunca con los protagonistas. Todo aquello que durante diez temporadas funcionó a base de fe, aquí comienza a deshacerse y a destaparse: la apuesta fuerte de esta T11 pasa por el lado de las revelaciones, tanto de nombres como de operaciones y de personajes, con el fin de que este re-retorno no se trate de un simple ejercicio de la nostalgia sino también de una excusa para atar cabos sueltos cuya importancia, si bien no es superlativa, colabora en la completitud de la historia. No obstante, esto funciona fundamentalmente como un intento de cierre que no muchas veces aporta contenido de calidad –muchas veces se introduce una revelación en medio de una historia con guiones imperfectos y baches narrativos muy endebles-, pero sí suma como autorreflexión, una especie de X-Files mira a X-Files con la inclusión de personajes clásicos –Langly, Smoker, Spender, Kersch-, el polémico líquido negro viral –llamado Pureza- y la esperada aparición de un enigma eterno de la serie y en particular de Mulder y Scully.
No obstante, esta temporada nos obsequia algunos momentos muy disfrutables, cosa que en la 10 más bien escaseaban. Como primer dato destacable es para agradecer la fuerte aparición de un clásico de The X-Files: los monsters of the week. Dentro de estos, se destacan el E03, “Plus One”, y en particular el excelente E08, “Familiar”, el capítulo más X-Files de toda la temporada, o mejor dicho desde el retorno de la serie, cuyo mérito radica en su brutalidad, la solvencia del caso que presenta y el bicho en cuestión, una suerte de crossover entre It y Saw que es bastante memorable; el restante dentro de esta clasificación, el E07 (titulado “Rm9sbG93ZxJz”, traducible como “Followers”, “Seguidores”), es un experimento fallido y bastante olvidable sobre la inteligencia artificial y la sobreutilización de las redes sociales, cuya ausencia casi absoluta de guin lo hace tedioso, y se resume en una mala versión de Black Mirror o un monster of the week futurista con tintes lisérgicos, que sin embargo presenta una de las mejores producciones de fotografía de la temporada y un buen nivel de producción. Otros puntos altos son el E04, “El arte perdido del sudor en la frente”, escrito por el show-writer freak por excelencia del universo X-Files, Darin Morgan, cuyo trabajo en el episodio opera como una suerte de autoparodia de la serie y un abordaje irónico sobre el funcionamiento de la hoy llamada pos-verdad, y en relación directa con esa declaración de principios que da inicio a la temporada y mencionamos más arriba; los otros destacados son los dos episodios finales, “Nada dura para siempre” y “Mi lucha IV”, que, ligados al mencionado E08 permitieron que ese comienzo desparejo pudiera tener un pico más que valorable; el primero es uno de los episodios con más alto contenido gore de toda la serie, donde se inserta el vampirismo y las conspiraciones en forma de culto, a la vez que fortaleció el vínculo afectivo entre Mulder y Scully. El final es tan poderoso como sugestivo, y está a la altura de lo que la serie merece, y puede generar tantas teorías e interpretaciones como también valoraciones.
Sabemos cuál ha sido la influencia de The X-Files en las series de finales del siglo XX y lo que va del siglo XXI, y también cuán valorada ha sido por su solvente desarrollo durante una década, y que ha logrado sobrevivir a una película y una miniserie a las que le faltó poco para hundir una mitología casi perfecta. Pero a su vez podemos reflexionar a partir de lo planteado en el E04 y cuestionarnos no sobre la vigencia de la serie como culto y obra integral sino sobre su validez narrativa en los tiempos que corren: ¿es necesaria una serie sobre conspiraciones gubernamentales y la búsqueda incesante de la verdad en un mundo en el que los discursos oficiales se rigen basados en las interpretaciones y la manipulación de los hechos desde las acusaciones y la viralización irreflexiva? ¿Puede funcionar un móvil que apunta a transparentar desde los cimientos con un trabajo de hormiga en una época en la que todo es más inmediato que nunca y los hilos que mueven al mundo son más burdos que nunca, sin por ello nunca caer en desgracia?
Tal vez sobre eso deban reflexionar Chris Carter y compañía para replantearse si esto sigue, más considerando que Gillian Anderson, la atemporal Dana Scully, ya determinó su salida de la serie. Será cuestión de tiempo saberlo, aunque en verdad no se sabe qué más podría esperarse de una serie que ha dado muchísimo en un gran nivel y que tiene su lugar indiscutible en la historia. Queremos creer, pero también somos conscientes de que la fe se acaba, que todo tiene un final y todo termina. //∆z
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