Con el lanzamiento de Amok, los Atoms For Peace materializan el deseo de su progenitor: ser un nuevo eslabón en una cadena conceptual sin fin. Thom Yorke y un vicio siempre consumado, la posteridad musical.

Por Pablo Méndez

En un comienzo se percibió como un simple capricho musical. Thom Yorke reunió expertos en la materia para dar forma a una faceta nueva de su vida musical. Una excusa para tocar en vivo The Eraser, su disco solista, se pensó. Pero la fórmula fue adquiriendo pretensiosamente status formal. El motor había comenzado a rumiar nuevas melodías. El vínculo estaba aceitado y la espera fanática había comenzado a gestar la voracidad que cada nueva noticia despierta.

Un nuevo disco armado por el inquieto Yorke no fue el único motivo que despertó ansiedad. Los integrantes de la banda eran/son causa y consecuencia de esta nueva caldera creadora: Flea de Red Hot Chili Peppers en bajo, Nigel Godrich, productor de Radiohead, en guitarra y teclados, Joey Waronker que ha tocado con Beck y Elliot Smith, en batería, y el brasileño Mauro Robosco en percusión. No es para menos, tan excelso fichaje merece la atención inmaculada de quién está por ser partícipe de un tramo de la historia del rock que ocupe un capítulo de interés por lo menos anecdótico.

Desde los discos más intrincados de Radiohead, desde la peripecia lúdica de su disco solista, Yorke asume una infrecuente actitud frente a la acartonada industria discográfica. El riesgo permanente se ha escalonado en su columna vertebral como un virus sin antídoto: la complejidad musical arrastra fuera de su frecuencia al público de sonido fácil, ese que puede consumirse de una sola masticada auditiva. Pero los antecedentes lo preceden y lo condenan. Ya en el Radiohead más conceptual, que podía vislumbrarse en The Bends y afirmarse en el desbordante Ok Computer, las letras embestían al discurso superfluo de fin de siglo y la oferta visual que proponían en sus videos generaban lecturas más profundas que la simple contemplación. Pero no hay que olvidar la majestuosidad antimercado que provocó la venta online de King Of The Limbs, sin los intermediarios/mercenarios acostumbrados en tierras capitalistas, un marketing subversivo que anticipó la furia renegada de la nueva comunidad virtual.

Es así como Amok se desmenuza bajo una lógica de la comprensión que desestima las nomenclaturas rockeras tradicionales. Las canciones abundan en discusiones armónicas; eso es Amok, una constante pelea que contraen lo escuchado con antelación y lo que surge de la mano de la innovación. La base rítmica ensalza las canciones en una marea rítmica que invade y ahoga. Las guitarras se entornan en los ambientes cargados de teclados, colchones abrasivos que caen desde las alturas, que protegen la voz embalsamada de Yorke: la templanza de sus cuerdas vocales han adquirido un registro de madurez que aúnan las contradicciones vocales de cada canción, lo despojado llevado al límite del más bajo registro sonoro hasta la cadencia lenta que reposa hasta desaparecer.

Hacer una lista de temas, describirlos y analizarlos resulta un trabajo inmerecido. El disco es una masa inalterable, es una extensa canción que se divide en capítulos, un trabajo uniforme y constante que enarbola un sentimiento único al escucharlo: el rock puede ser inteligente, solo hace falta una máquina como la que tiene Thom Yorke.//z

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