Tomahawk edita Oddfellows, su nuevo nuevo disco despues de seis años, y demuestra por qué Patton & Cía forman el mejor “supergrupo” de los últimos años.
Por Damián Jarpa
Tomahawk fue siempre un supergrupo distinto a los otros. Se formaron a comienzo del milenio, cuando los supergrupos aún no abundaban y su objetivo no era superar la gloria de cada una de las bandas a las que pertenecieron: lo suyo era (es) jugar con la experimentación e innovar. Así, casi sin proponérselo y cuando muchos no lo predecían, aparece Oddfellows, su quinto disco después de seis años.
Además de Patton, la banda está conformada por un excelente conjunto de músicos: en la batería está John Stanier, otrora baterista de Helmet y actualmente responsable de esa misma tarea en Battles; Duane Denison en las guitarras, otra eminencia del rock alternativo de los 90’s, encargado de ejecutar complejos ataques de guitarra, junto a los sublimes y ruidosos The Jesus Lizard, y por último se suma Trevor Dunn, veterano bajista de los Melvins.
El disco comienza con la homónima “Oddfellows”, que irrumpe con una muscular introducción de batería y un desquiciado Mike Patton cuyas armonías recuerdan (para bien o para mal) al malogrado cantante de Alice In Chains, Layne Staley. “Stone Letter” -sin caer en el facilismo- suena a un tema de Faith No More especialmente en la época de Album of The Year (1997), disco que se destacaba por ser conciso y accesible, pero que también fue objeto de muchas críticas. Pese a todo, se ubica entre lo más cancionero del disco.
En “White Hats/ Black Hats”, Stanier se convierte en arquitecto del ritmo y expone sus virtudes detrás de los palos con una precisión y exactitud casi científica que forza a todos los músicos a seguir sus retorcido ritmo, mientras Patton expone sus miedos internos. “South Paw”, frenética y contundente, da lugar a que Duane Denison se encarue de entregar un riff crujiente, que tranquilamente pudo haber pertenecido al repertorio de Jesus Lizard. Puro caos y feedback para el final de la canción. Colosal. Para el final queda “Typhoon”, y la crudeza de los gritos característicos de Patton, guturales e incomprensibles
El disco hace hincapié en las virtudes individuales de los músicos, expuestas en todos los pasajes del álbum, como parte de un recorrido por las bandas a las que pertenecen o pertenecieron y con el valor agregado de la prodigiosa voz de Mike Patton que, en contraste con sus otros proyectos (Fantomas y Mondo Cane), utiliza todos los recursos a su alcance. Éste es sin duda el disco menos retorcido de los últimos de Tomahawk y, probablemente, el más digerible.//∆z
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