Thes Siniestros, Malta y Mateo de la Luna se dieron cita en el Centro Cultural Matienzo para subirle la temperatura a la noche del verano
Por Claudio Kobelt
Fotos de Gonzalo Iglesias
El Matienzo y su sensación térmica de microondas volvió a cocinarnos a máxima potencia. Es insoportable el calor que hace allí. No hay terraza, aire o cerveza que lo apague. Sera cuestión de buscar consuelo en el baile.
Los primeros en subir al escenario fueron MALTA. Un dúo de jóvenes muchachos que con el formato de guitarra y batería la descocieron con un puñado de canciones repletas de fuerza y psicodelia. El baterista resalta por su poder y ritmo envidiable al mando de las melodías, como un Keith Moon adolescente que pega con bestialidad y precisión. Una desbordante melancolía brotan de sus canciones salvajes con algo de kraut y mucho de búsqueda. Una banda más que interesante para seguirle el rastro y nunca perder de vista.
Algún tiempo después, arribaron Thes Siniestros. Los creadores de uno de los mejores discos del 2012 brindaron un show impecable y brillante, donde mezclaron canciones de todos sus discos, pasando por el pop suave, el rockabilly salvaje y el country frenético. Las canciones brillan con una pureza casi natural. Son como el grito dulce y salvaje de un volcán, de un árbol explotando de flores al ritmo del sol, la energía de la naturaleza plena. El baterista muestra los dientes y golpea indomable los parches, sinónimo de que la fiesta acaba de comenzar. Uno de los asistentes, llevaba un sombrero de cowboy que levantaba y agitaba en señal de celebración. La banda, perfectamente ajustada y clara, con una impecable labor de todos sus miembros, destacando la voz de Juan Irio, realmente bella e intensa. Cuando se mezclaba con la segunda voz de Marto, el sonido resplandecía como un diamante. El usual fondo pintado del escenario del Matienzo, con esas nubes y esos lobos, finalmente logró su banda sonora.
Para cerrar la velada, es el turno de Mateo de la Luna en compañía terrestrial, quienes sorprenden con una nueva propuesta agregando distorsión y poder a sus himnos de ternura. La banda toma otra dimensión, crece en ritmo y baile, y aquellos que hemos visto a Mateo… en su propuesta más acústica, nos sorprende y agrada con esta nueva versión. Las canciones no pierden su magia, solo ganan alas para volar. Como siempre, los chaparrones de papel picado arreciaron fuerte y claro durante todo el show. “El confeti no tiene lógica”, sentencia mi amiga Luján, y cuánta razón tiene. No lógica de ser, pues eso era una fiesta en toda su dimensión y por lo tanto el destino final que todo confeti debe tener, sino lógica de impacto. Mateo no deja de cantar y emocionar durante todo su actuación, aun cuando se encuentre totalmente cubierto de redondelitos blancos, al igual que las primeras filas del público, que con la cabeza y los bolsillos repletos de papel, saltan, cantan y bailan a más no poder.
Esas letras y melodías no pueden más de amor. La dulzura rabiosa pega fuerte y grave. El que no canta es porque tiene una sonrisa, y el que no sonríe está ocupado en pensar y sentir lo que dice la canción. Facu Tobogán, de Tobogán Andaluz, y Uli Kaucic, de La Práctica de las Llamas, son invitados a cantar y los pibes del público cantan en comunión. Una verdadera celebración urgente y dulce. Una alegría emotiva y sincera para esas canciones eternas.
Todo llega a su fin. Nos dispersamos, y el piso del lugar queda bañado en puntitos blancos y plateados, como si un cohete hubiera impactado en las estrellas y hubiéramos bailado sobre sus pedazos. Quizás algo de eso paso. Tres bandas nos llevaron a un espacio infinito, eterno, como la magnitud de la belleza que esa noche vivimos, que a pesar del calor, te daban ganas de abrazar y perderte en el amor.