El ingeniero argentino Guillermo Gaede fue, primero, espía cubano en Estados Unidos; luego, espía estadounidense contra Cuba. El Crazy Che, de Diego Chehebar y Nicolás Iacouzzi, narra la historia de “Billy”, quien, a su vez, tomó todo como una “aventura” y no ganó nada de dinero.
Por Agustín Argento
Cuando uno escucha acerca de un espía, suele imaginarse a un tipo parco, huraño y oscuro. Se lo piensa serio y de pocas palabras. Guillermo Gaede, muy por el contrario, se muestra afable, abierto y con un gran sentido del humor. A comienzo de los ’70, y sin ganas de vivir en Argentina, Gaede se fue a Estados Unidos como “ilegal”. Y, sin ningún tipo de formación en las fuerzas de seguridad, pero con las convicciones de ser comunista, pidió al gobierno de Fidel Castro poder ayudar con la revolución.
La misión que tenía Gaede, quien ya trabajaba en el incipiente polo tecnológico de Sillicon Valley, era la de filtrar los avances en materia de computación. Cuba servía, en plena Guerra Fría, como conducto hacia la Unión Soviética. “No sé si fue un juego para Guillermo, pero sí fue una aventura que quiso jugar”, sostuvo Chehebar en una entrevista con ArteZeta.
Pero los principios comunistas de Gaede se vinieron abajo, justamente, en su visita a Cuba. Allí, presionado por dos agentes de los servicios cubanos que trabajaban infiltrados para Washigton, decidió colaborar para derrocar al régimen de Fidel Castro. Fue a Langley -sede de la CIA- y dialogó con el FBI. “Personalmente -explica el director-, a mí me llamo mucho la atención la actividad que hacia Guillermo. Todos sus contactos, viajes, escapadas, etc, eran realizados junto a su esposa e hijos”.
Así como de increíble es la historia de Gaede, quien pasó 33 meses preso por vender la información del mítico microchip Pentium, también es inverosímil que su “aventura” haya pasado desapercibida para los medios y los realizadores argentinos. Y aquí se encuentra el gancho de El Crazy Che.
“Con Nico estábamos investigando para hacer un documental sobre científicos argentinos viviendo en el exterior y dentro de la lista de físicos argentinos aparecía Bill. La historia era increíble. ¿Cómo podía ser que nadie la conociera? ¿Cómo podía ser que ningún medio argentino la hubiera investigado? ¿Cómo podía ser que nadie hizo una película nunca?”. Con ese gran descubrimiento, Chehebar y Iacouzzi pospusieron la idea primigenia para lanzarse a contar la de Guillermo Gaede.
A lo largo del film uno se pregunta si en realidad se trata de un espía o de un cómico. A pesar de lo trágica que parece la historia, la risa de Gaede, de su esposa, de uno de sus hijos, del hermano y de los amigos entrevistados siempre está presente. Gaede narra cómo se le ocurrió filmar y grabar a los agentes del FBI y de la CIA para cubrir sus pasos ante un posible juicio. Algo insólito para los grandes servicios estadounidenses. Y, gracias a esas pruebas de su colaboración con Washington, fue que evitó la cárcel para su mujer.
Con un ritmo vertiginoso, Metiche Films, la productora de Chehebar y Iacouzzi, cuenta esta desopilante historia que injustamente se encontraba durmiendo en el más oscuro desconocimiento. “Bill abrió su historia hacia nosotros sin miramientos y con total libertad y a cambio nosotros no nos lo tomamos para nada a la ligera. Investigamos, investigamos e investigamos y dedicamos tres años de nuestras vidas a este documental”, aclaró Chehebar.
Al comienzo se mencionó que Gaede es ingeniero, mientras que al final se señaló que es físico. Hoy, Bill vive en Alemania gracias a unas investigaciones sobre la Teoría de cuerdas, a la cual se aproximó durante su estadía en la cárcel. De todas sus vivencias, este ex espía sacó enseñanzas. Tal vez, alguna de ellas dará vida a otra película.//∆z