Mezcla de ficción con datos biográficos, Loving Vincent repasa el último período de vida del pintor neerlandés y abre la incógnita sobre las circunstancias de su muerte.

Por Omar Sisterna

Durante el siglo XX la figura de Vincent van Gogh se construyó, por varias razones, como la del pintor que se inmoló por el arte: tras su corto paso por París (epicentro artístico de su época) decidió aislarse para vivir en una pocilga y pintar sin parar; su producción se antepuso a la carencia de materiales y sus elecciones amorosas siempre fueron erradas; la convivencia con Paul Gauguin fue traumática; el brote que lo llevó a cortarse la oreja (nuevas investigaciones dicen que se cortó solo el lóbulo) y las sucesivas internaciones también tuvieron que ver. Quizás esta conjunción, inmersa en una cultura como la occidental, que está atravesada por la adoración de la figura del mártir, hizo que van Gogh fuera uno de los pintores más famosos en la historia del arte.

El largometraje de Hugh Welchman y Dorota Kobiela, estrenado el año pasado y nominado a varios premios, fue promocionado en varios lugares como una película “basada en la vida de Vincent van Gogh”, y es probable que cualquier espectador despistado crea que va a mirar un film “sobre” el pintor. Aunque podría verse de esta forma porque los directores se apoyan en las cartas que el holandés le escribió a su hermano Theo, en realidad el film narra su último año de vida, o mejor dicho, las circunstancias de su muerte. De este episodio se desencadena toda la trama narrativa.

La realización de Loving Vincent está inteligentemente relacionada con el contexto sociocultural del que se nutrió el pintor. Cada fotograma es una pintura. Fueron 65.000 tomas pintadas al óleo y, para la tarea colosal, participaron más de cien pintores que trabajaron sobre los actores, que interpretaron a los mismos personajes que van Gogh retrató en su obra. Si él tomaba como modelo a personas para pintar al óleo sus figuras, los artistas que trabajaron en este proyecto también tomaron a los actores como modelos para pintar, también al óleo, los fotogramas. Por otro lado, en la París de la segunda mitad del siglo XIX florecía la escuela impresionista, y, como una de las principales características de este movimiento es la captación de la luz en el instante en el que ilumina los objetos y paisajes, la pantalla sobre la que se proyecta la película se vuelve una gran pintura en movimiento: los escenarios, además de estar basados en las obras más emblemáticas de van Gogh, están en constante vibración.

Sobre el artista sabemos que intentó insertarse al mundo laboral sin éxito, hasta que a los 27 años decidió dedicarse por completo a la pintura bajo el patrocinio de su hermano Theo, marchante de arte. Los hermanos van Gogh compartieron correspondencia durante años, y allí Vincent explayaba sus ideas sobre el arte, el proceso de producción de sus pinturas, sus ilusiones y proyectos artísticos mientras acarreaba con su inestabilidad psicológica y la precariedad económica. En diez años pintó más de novecientos cuadros, de los cuales vendió solo uno. Sufrió varias internaciones y su condición de paciente psiquiátrico fue lo que terminó fundamentando su suicidio.

Un año después de la muerte de Vincent, a Roulin (el cartero) le queda una carta que el pintor le había escrito a su hermano. Decide entonces encargarle la entrega a su hijo Armand. Antes de empezar su camino, Armand tiene una conversación con su padre donde Roulin le confiesa su desconcierto ante el suicidio del artista, ya que en el último tiempo antes de su muerte lo había visto de buen ánimo y equilbrado.

¿Cómo una persona que no muestra signos de depresión y en plena actividad con su trabajo puede suicidarse? La pregunta se vuelve una alarma que nos persigue hasta el final de la película. El hijo del cartero, entonces, busca la respuesta y, mientras se encuentra con diferentes personas que conocieron al pintor, va reconstruyendo la historia  y los sucesos de su muerte. Van Gogh se vuelve un personaje ausente y omnipresente a la vez, y es en ese momento cuando la película se vuelca al género policial: Armand es el detective que busca descifrar las causas y va tras las pistas que lo lleven a una verdad.

Viaja a Auvers-Sur-Oise, donde vive el Dr. Gachet, quien fue el médico y amigo del pintor.  Armand no puede localizarlo y se hunde allí en un mar de dudas y versiones sobre la figura de Vincent. Para algunos, era tranquilo y tierno, un artista que trabajaba largas horas durante el día. Para otros, un desquiciado.

Armand queda envuelto en el misterio, y, como a esa altura la entrega de la carta se vuelve un asunto personal, se hospeda en la misma posada donde se había alojado van Gogh. Con el correr de los días, Auvers-sur-Oise deja de ser un pueblito francés tranquilo. Empiezan los rumores: algunos creen que el pintor se suicidó; otros creen que le dispararon; la propietaria transitoria de la posada responsabiliza al Dr. Gachet y la hija del Dr. Gachet acusa a la propietaria de chismosa; la mucama de la familia Gachet muestra un profundo rechazo hacia van Gogh; aparece también una caterva, liderada por un tal René Secrétan, que atormentaba al artista; los únicos que tenían un arma eran el dueño de la posada, René Secrétan y el Dr. Gachet; la hija del Dr. Gachet confiesa que su papá y Vincent habían discutido antes del suicidio.

De esta maraña tejida por los habitantes del pueblo lo único que queda claro es que el pintor entró a su habitación con un disparo en el estómago. Nunca se encontraron el arma ni los materiales con los que estaba pintando en el trigal.

El ritmo de la película llega allí una meseta, y el nudo de la trama parece no desatarse. Si Vincent quiso suicidarse, ¿por qué no se disparó por segunda vez en lugar de volver a su habitación donde finalmente murió? La tensión crece sobre la figura de René Secrétan. Finalmente el hijo del cartero tiene el esperado encuentro con el Dr. Gachet, y lo que sucede allí, esa escena, sintetiza la clave del film: la ficción como nexo entre las intenciones de los directores y la información previa del espectador acerca del artista.

La gigantesca realización de Loving Vincent es inobjetable. Kobiela y Welchman  construyeron una trama con aspectos biográficos que se refuerza con el tratamiento visual. En la película la figura de van Gogh está construida por ese fenómeno de la percepción que es el punto de vista. Cada mirada es un aporte particular que dibuja la historia de vida del pintor y el relato del film.

La valoración de la obra del holandés llegó a principios del siglo XX cuando en la pintura empezaba a predominar la emoción subjetiva del artista por sobre la forma. Pero, sin dudas, Johanna Bonger –esposa de Theo- fue la que le dio mayor impulso y difusión, quizás concretando el proyecto de su esposo, que murió seis meses después que Vincent. En 1960 Vincent Williem –hijo de Theo y Johanna- fundó la Fundación Vincent van Gogh,

Por eso, lo significativo de Loving Vincent es que de manera implícita hace tambalear su leyenda. La película dialoga con las nuevas investigaciones que llevaron adelante, durante toda una década, los escritores norteamericanos Steven Naifeh y Gregory White Smith, donde concluyeron que van Gogh murió por un disparo de René Secrétan. Este hecho cambia radicalmente la imagen del pintor, ya que la teoría del suicidio coronaba su vida tormentosa y le otorgaba la épica que reforzaba su figura.

La incertidumbre que deja la película sobre el final del artista podría llevar al espectador a la incómoda tarea de empezar a observar una obra sin la anestesia del marketing que tanto influye en el arte. Un caso similar ocurre con Frida Kahlo. Nadie desestima su obra ni la de van Gogh, pero, precisamente, intentar separar el trabajo de los detalles biográficos, que muchas veces se mezclan a la hora de una apreciación general, es un buen ejercicio. Citando al filósofo Edmund Husserl: ir a las cosas mismas. En este sentido, Loving Vincent disuelve la mirada sobre el pintor y nos deja frente a su obra, para que hable por sí sola. //∆z

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