Hekht presenta una nueva edición de La hipótesis cibernética del colectivo Tiqqun. El libro se propone como un manual de combate para las nuevas (y no tan nuevas) estructuras del poder.
Por Alan Ojeda
¿Qué es la cibernética? Pablo Esteban Rodríguez contesta en su extrálogo: “Lo que miden los cibernéticos es la probabilidad de aparición de algo dentro de una secuencia dada, un algoritmo. Cuanto más improbable es algo, más información conlleva. Esto se presta a una interpretación no demasiado audaz: la gubernabilidad cibernética consiste en gestionar las improbabilidades, en ‘dejar hacer, dejar pasar’ solo hasta el punto en que se torna demasiado grande o demasiado pequeño aquello que es transportado”. En pocas palabras la cibernética es nuestro presente y, aunque trágico y apocalíptico, también nuestro futuro próximo. ¿Qué significa esto? Que bajo la necesidad del sistema de mantener la estabilidad y perpetuar su dominio hemos sido cuantificados, despojados de nuestra individualidad o de nuestra interioridad como sujetos. Nos hemos transformado en números, en variables de la información: información genética, información de las redes sociales, información de consumo, de hábitos. Cada mínima acción diaria es una potencial variable de la máquina cibernética del Estado que lucha por mantenerse en pie.
Unas décadas atrás, en su “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, Gilles Deleuze ya anticipaba nuestro presente: “Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVII y XIX, y estas sociedades alcanzan su apogeo a principios del siglo XX. Operan mediante la organización de grandes centros de encierro. El individuo pasa sucesivamente de un círculo cerrado a otro, cada uno con sus propias leyes: primero la familia, después la escuela (“ya no estás en la casa”), después el cuartel (“ya no estás en la escuela’’), a continuación, la fábrica, cada cierto tiempo el hospital, y a veces la cárcel, el centro de encierro por excelencia. La cárcel sirve como modelo analógico: la heroína de Europa 51 exclama, cuando ve a los obreros: «creí ver a unos condenados». Foucault ha analizado a la perfección el proyecto ideal de los centros de encierro, especialmente visible en las fábricas: concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe superar la suma de las fuerzas componentes. Pero Foucault conocía también la escasa duración de este modelo: fue el sucesor de las sociedades de soberanía, cuyos fines y funciones eran completamente distintos: gravar la producción más que organizarla, decidir la muerte más que administrar la vida; la transición fue progresiva. Napoleón parece ser quien realizó la transformación de una sociedad en otra. Pero, también las disciplinas entraron en crisis en provecho de nuevas fuerzas que iban produciendo lentamente, y que se precipitaron después de la segunda guerra mundial: las sociedades disciplinarias son nuestro pasado inmediato, lo que estamos dejando de ser.” Esto implica que la reorganización del Capital y su expansión necesita, a su vez, algo más que la disciplina, eso que podríamos llamar, apelando al Tao, una fuerza dura, áspera, inflexible. Prosigue Deleuze: “‘Control’ es el nombre propuesto por Burroughs para designar al nuevo monstruo que Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato. […] los diferentes “controladores” son variantes inseparables que constituyen un sistema de geometría variable cuyo lenguaje es numérico (lo que no siempre significa que sea binario). Los encierros son moldes o moldeados diferentes, mientras que los controles constituyen una modulación, como una suerte de molde autodeformante que cambia constantemente y a cada instante, como un tamiz cuya malla varía en cada punto”. Es decir, la cibernética es de alguna manera lo que el Tao denominaría como una fuerza suave, que se adapta como el agua, que no tiene centro, sino que es una red envolvente. Esta transformación va acompañada con la disolución de las entidades concretas que antes eran la base sólida del sistema capitalista. Por ejemplo la fábrica se transformó en “empresa” y la mayoría de las veces se representa como un espíritu, un carácter, casi como un Dios omnipresente inmanente a todos sus elementos operativos.
Tiqqun, con una clara raíz deleuziana, propone una forma de combate acorde a los tiempos que corren. No hay un afuera, una esfera la cual permear desde el exterior. Muy por el contrario, la única posibilidad está -como lo señala Hakim Bey en Zona temporalmente autónoma– en explotar la incapacidad de procesar todas las variables del sistema. La topografía informática realizada por el sistema no es de 1 a 1. Aún (y esa es la esperanza) quedan oportunidades: devenir menor, devenir imperceptible, devenir manada. El nomadismo ontológico-cibernético es la contracara de la claridad cibernética. Ahí donde está la necesidad de información y datos, se impugnará el canal de comunicación. La proliferación de diferencias es igual al ruido; y si la comunicación es fundamental para la reproducción del sistema y su funcionamiento, lo primordial será saturar todos los canales de interferencia. Como dice Tiqqun “tener miedo de los riesgos ya es representar uno mismo un riesgo para la sociedad”. Ahí se esconde el germen de la destrucción, será también cuestión de cultivarlo de forma dirigida. El miedo es sinónimo de retraimiento, de incapacidad de sembrar la suficiente seguridad para fundar un vínculo estable en cualquier relación de comunicación y de flujo.
De esta manera Tiqqun nos ofrece dos opciones para combatir. La primera es la información, la aclaración sobre el funcionamiento de la cibernética, elemento fundamental para poder plantear una respuesta y posicionarse. La otra es la oportunidad de que nosotros horademos el terreno para transformarlo en ese hielo delgado sobre el que lo pesado se derrumba.//∆z