Los Álamos cerraron su gira 2013 en el nuevo Club Cultural Matienzo: música, movimiento y circulación de energía en una celebración sin fronteras entre lo que pasaba arriba y abajo del escenario.
Por Ángeles Benedetti
Fotos de Gisela Arevalos
“¿Te acordás? ¡La primera vez que fuimos a ver a Los Álamos no vimos a Los Álamos!”
Es verdad. Tenía 21 años, un tatuaje menos, una locura galopante y el pelo me llegaba bastante más abajo de la cintura cuando me acerqué hasta el Salón Real en una fecha en la que tocaban Los Peyotes, Nairobi y, por supuesto, Los Álamos. Pero la situación (agosto, un jueves, el microcentro y la lujuria juvenil) hizo que nos fuéramos en taxi rapidito-rapidito a meternos en la cama bastante antes de que apareciera la banda que cerraba esa noche.
En cambio, tuvo que estar bien entrada la primavera de 2009 para que viera en vivo y por primera vez al grupo del que sólo tenía dos cosas: un disco virtualmente gastado en el mp3 (No se menciona la soga en casa del ahorcado, 2005) y el imposible recuerdo de lo que no pasó. O lo que siempre está por pasar, todavía no lo sé. Después vino el Salón Pueyrredón, más adelante Springlizard en el Gier de Álvarez Thomas y muchas noches de vinos caros y baratos musicalizados por El fino arte de la venganza (2008). Sin embargo, recién este domingo, el que casi que acaba de pasar, tuve una revelación: cuánto me gusta esta banda.
Los Álamos son Peter López (guitarra, voz), Jonah Schwartz (mandolín, armónica, voz), Gabriel Sanabria (acordeón, trompeta), Ezequiel Safatle (guitarra eléctrica), Andrés “Pico” Barlesi (bajo) y Joaquín Ferrer (batería) o un grupo de amigos que, desde hace diez años, hace folk, blues, rock y, más que nada, lo que denominaron narco-country. Al igual que el año pasado, los seis Álamos se volvieron a reunir en tierras argentinas pero con otro motivo: celebrar los diez años de la banda y grabar un nuevo disco. La gira 2013 que los llevó a tocar en varias ciudades de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y hasta Montevideo, tuvo su cierre a la altura de las circunstancias el 13 de octubre en el Club Cultural Matienzo de Villa Crespo.
Pasada la medianoche y frente a un auditorio colmado de gente y de ganas de escucharlos, Los Álamos salieron a escena con “Problemas” y “La estampida” y la respuesta del público fue instantánea: energía que iba y venía, en un ida y vuelta constante entre arriba y abajo del escenario. Calor, humo en un lugar libre de, cabezas que se movían a distintos ritmos pero siempre a tiempo, dejarse llevar y la juventud divino tesoro. Bien adelante y sin dejar de bailar, un grupo de chicas se refería a los músicos como “¡Los amólos!” y, junto a ellas, sus amigos hacían mosh incluso entre canción y canción al grito de “¡El primer mosh mudo!”; si eso no es una fiesta ¿La fiesta dónde está?
El show continuó alternando canciones de sus dos discos que se pueden escuchar en el bandcamp de la banda (incluso hay una grabación en vivo en Berna, Suiza) y la presentación de tres canciones nuevas que generaron altas expectativas por el lanzamiento del próximo álbum: “Por el fuego”, “Nuevo lenguaje” y “Me llaman así”. Para el final, esa especie de manifiesto que es el “Franco Nero Blues” (“No me digas que crees en Dios”), “La casa de las dagas” y la versionaza de “Walking with Jesus” del grupo inglés Spacemen 3 registrada en el EP Emboscada (2006), que para muchos es más familiar que la original.
Habrá que esperar al año que viene para volver a ver a Los Álamos, en lo que seguramente sea la presentación del nuevo disco. Por lo pronto, el domingo pasado nos introducimos, al menos por un rato, “en un círculo de estrellas momentáneas”.