El Siempreterno volvió a los escenarios para presentar Hacia el mar de carbón, su nuevo disco. Entre la nostalgia ochentosa y el goce existencial, Groove se tiñó de negro para cantarle a la muerte, la traición y el odio.
Por Gabriel Feldman
Fotos de Gonzalo Iglesias
Son las nueve, todavía es temprano. El show estaba anunciado para el sábado a las 21.15, y a pesar que ya hay bastante gente dentro de Groove, había una gran cantidad de personas afuera para comprar su entrada. Es algo que ocurre a menudo en los distintos recitales que se suceden en la ex bailanta: la cola se hace interminable y muchos terminan entrando con lo justo para ver el comienzo del recital. Esta vez no hubo problemas. Parece que la banda estaba al tanto de esta situación y pasadas las 21.30 lo único que se veía sobre el escenario eran los instrumentos esperando.
¿Se habrá imaginado Sergio Rotman que esta banda más fruto de la casualidad que de la causalidad recogería el guante de Cienfuegos y sería la encargada de canalizar la desidia cotidiana en shows esporádicos e intensos por igual? Habrá sospechado -quizás- que a dos años de su primer recital (en un atestado Buenos Aires Club), con sólo nueve presentaciones en su haber y con “1 disco y medio” bajo el brazo, que El Siempreterno se convertiría en la nueva sensación alternativa.
Son casi las 22 y una suite de violines empieza a sonar: es la hora. Las luces violetas, como no podría ser de otra manera, terminan de delinear la postal sombría para que la banda salga a escena. Porque si de algo estamos seguros es que El Siempreterno es un ente oscuro, pesimista, que desconfía de la raza humana (y sus capacidades para asegurarse la existencia). “Bajo este sol”, “Más de lo mismo” y “Rohypnol” son las primeras estocadas para corazones existencialistas que corean a viva voz y terminan por sucumbir con “Love hill tear us apart”, de Joy Divison.
El Siempreterno, con su misticismo ochentoso y oscuro, se expande en el escenario ocupando los cuerpos de cinco mortales que ofrecieron su carne para tamaño sacrifico. Uniformados de negro, adelante Sergio Rotman y Mimi Maura le dan la voz y la personalidad narcótica; mientras que Ariel Minimal, Álvaro Sánchez y Fernando Ricciardi le otorgan el virtuosismo y la energía sensora-motriz.
Hoy nuestra presencia tiene una razón de ser, la presentación de Hacia el Mar de Carbón, otro canto a la desesperanza, la muerte, la traición y el odio. Antes, otra novedad, “Fallas” de Todos Tus Muertos, el primero de los homenajes que tendrá a lo largo de la noche el siempre presente Gamexane, mítico guitarrista fallecido de TTM a finales del año pasado. “Si a los otros temas los conocían poco, estos no los conocen en lo más mínimo, lo cual es totalmente un suicidio artístico”, se ataja Rotman con esa incredulidad que lo caracteriza. Y en este primer esfuerzo como banda establecida, es esa desesperanza la que de nuevo nos atrae e hipnotiza. Primero “Nota suicida”, un poema entonado a dos voces (“nota suicida sobre la cama y adiós, adiós…”) acompañado por un frágil arpegio de guitarra, fue el pie para el salvajismo más descarnado de “Joven muerto en Juana Díaz”, nueva y todo, ya un hit en el cancionero de El Siempreterno. “Juana Díaz es una ciudad de Puerto Rico donde matan a más gente de la que está viva, no sé cómo hacen”, comenta, al terminar, el histriónico cantante; “¡Paradoja!” le responde un desaforado desde el anonimato de la masa. Completan esta seguidilla de novedades “En el mar de carbón”, “Traición” y “Noviembre”; ésta última originalmente del grupo español Décima Victima, “una de esas bandas españolas que estaban buenas en los ’80”, según Sergio, “después vas y la buscas en youtube…”.
Sobrevivido con creces “el suicidio artístico”, los ya clásicos “Inyección de Amor” y “Contradios”; el único respiro con la apacible “La vieja casa” (que está “obviamente robado de “Back to the old house” de los Smiths”); y el despliegue de las autopistas psicodélicas con la versión de “Hall of mirrors” de Kraftwerk, tan espectacular como aterradora. Pero cuando el presente se hace latente con las nuevas “Full Coma” (“El estado en el que estás cuando no te podés levantar a la mañana siguiente”) y “Nada más triste”, entra Hernán Bazzano, guitarrista de Cienfuegos, y la nostalgia, la ansiedad y la alegría se arremolinan.
Si los corazones de algunos ya se empezaban a entusiasmar, qué decir cuando Sergio abre las puertas para una futura vuelta de la banda. El futuro lo dirá, pero por ahora Cienfuegos “es un puñado de canciones para disfrutar” ya sea con “Moonage Daydream”, “Hacia el Cosmos/Hacia el infierno” o “La Eternidad”. Mientras tanto, debajo del escenario vivan, cantan y se enloquecen por ese amor que no está (y que tal vez volverá). Por lo pronto, la emotiva “Bebiendo Ansiedad”, dedicada a Gamexane y Toto Roblat, sirve para calmar a los más desaforados por unos minutos, sólo antes de que colapsen con “7 Eleven”.
Se van, pero no es el final, todavía queda pólvora. El grito del público ahora es por El Siempreterno, y vuelven, de nuevo en escena, ahora para interpretar “los clásicos del roquero con onda”, como los llama Rotman. Ya habían pasado Joy Divison, Kraftwerk, Bowie y Décima Víctima, para el final es el turno de The Who (“Baba O’Riley”) y Black Flag (“Gimme gimmie gimmie”), un verdadero lujo. Se prenden las luces, no hay tiempo para más. Y mientras las remeras de LFC, Pez, Black Flag, The Smiths o los Pixies dejan el lugar, veo las sonrisas dibujadas en rostros que bailaron al son de la desesperación y la muerte, transformando la melancolía en festejo. Que más da, después de todo, en el final, a todos nos espera ese mismo mar de carbón.
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