Valle de Muñecas festejó su décimo aniversario el pasado viernes en La Trastienda Club. Una noche llena de hits de todas las épocas de la banda.
Por Joel Vargas
Fotos de Nadia Guzmán
Hagamos un recorte, centrémonos en la última década. Diez años es un periodo de tiempo considerable para hacer un balance de la escena independiente argentina. Nos encontramos con un semillero interminable, donde nacieron muchas bandas y otras crecieron de manera considerable. Valle de Muñecas en este pequeño esbozo de la escena que construimos se posiciona como un referente importante dentro de esa década. ¿Por qué? Sencillo. Entre sus filas cuenta con los hermanos Esaín. Por un lado está Manza con su cancionero ecléctico: mucho nervio punk, fogones melancólicos y una rabia quieta, y por otro Lulo, una suerte de pulpo dispuesto a hacer un arte el domar los parches de una bata.
Valle de Muñecas fue creciendo poco a poco, como si fuera un secreto a voces. Se originó al mismo tiempo que Manza se consolidaba como uno de los héroes del folk vernáculo con Flopa Manza Minimal (2003). Al principio lidió con la sombra de Menos que Cero, agrupación insignia de los noventas argentos y ex banda de su frontman, pero con Días de Suerte (2005) logró conmover al público y a la crítica especializada. Pero lo mejor llegó con la edición de uno de los discos más importantes de los últimos años: La autopista corre del océano hasta al amanecer (2011). Con ese álbum Manza terminó de afianzarse como uno de los más importantes hacedores de hits y Valle alcanzó un pico creativo que parece no tener fin.
¿Cuál es la fórmula del éxito? Un indicio puede encontrarse en la remera roja que usaba Manza el viernes pasado en el escenario de La Trastienda, en los festejos del décimo aniversario de su banda. Sí, en una simple remera está la pista. Aunque lo importante no es la prenda en sí, si no la leyenda que porta; “There is no “I” in this team”. Esa frase lo dice todo: no hay un “yo” en este equipo, el ego que destruye a la música no se hace presente en el proyecto. Ahí está la clave.
Vamos a centrarnos en el show que dio el viernes pasado “la mejor banda contemporánea del universo”, como alguna vez sentenció Flopa Lestani. Repasemos un poco la lista, arrancó con “Dos” y “Dejadez”. Siguió con “Respuestas”, “Ni un diluvio más” y “Días de suerte”. Una tras otra, sin descanso ni comentarios. Un subibaja emocional y eléctrico. Ni siquiera los flashes de las tantas cámaras de fotos que había pudieron eclipsarlos. Las sonrisas, los poguitos y el baile: los reyes de la noche.
“Es una felicidad para nosotros estar acá” dijo Manza, muy emocionado. Y agregó: “yo estaba antes en otra banda que se llamaba Menos que Cero”, luego llegaron los primeros acordes de “Hasta Caerme”, y una de las partes más coreadas en “la ciudad es triste y sorda al hablarle de mi vida”. Pegadita a esa sonó “Kodad 1974”, otro clasicazo de esa insignia noventosa.
El setlist continuó con canciones de todas las épocas: “Cuentos para no dormir jamás”, “Vanidad”, “Cosas que nunca te digo”, “Sábados” y “Regresar (A través de la noche)”, fueron desfilando una tras otra para seguir contagiando sonrisas.
Lo mejor llegó al final con “Tormentas”, “La soledad no es una herida más” y “Gotas en la frente”. Tres himnos de Valle que describen a la perfección su militancia de la canción power popera. Llovieron aplausos, los bises. Pero, ¿cómo definimos a la noche en una frase? Mejor que nos ayude otra vez la remera roja de Manza, que en su espalda rezaba: “Winning is a attitude”. En criollo: ganar es una actitud. Y sí, es así.