The Devil Put Dinosours Here es el sexto disco de Alice in Chains, la banda que se convirtió en uno de los ejes de un movimiento ya desaparecido. El grunge como una expresión que el tiempo ha resignificado. El mismo sonido y la lógica de la pertenencia sonora, fuera de cualquier nomenclatura perturbadora.

Por Pablo Méndez

Kurt Cobain vestía una remera que anunciaba la premura del ocaso: GRUNGE IS DEAD. La foto que inmortaliza el deceso del género data de 1993. Un año después, el líder de Nirvana desparramaba su cabeza con un disparo de escopeta. A partir de allí, un grupo reducido de bandas que habían logrado circular por las cadenas televisivas de videos en forma desmedida, se enfrentó a la posibilidad de un destino feroz. El suicidio del blondo cantante y guitarrista, más actitud previsible de los medios que habían impulsado el esplendor del movimiento no sólo musical sino también cultural, fueron los puntales por los cuales el grunge sería una marca descartable: la cadena MTV había alzado al estrellato a bandas que a principios de los noventa sólo reptaban por su ciudad de origen, Seattle, y así había agotado en pocos años una tendencia que no pudo perdurar en el tiempo.

Una de esas bandas fue Alice in Chains, quizás la que compartió con otros géneros el impulso de la música alternativa que prevaleció en una década muy acostumbrada a la apatía y al fin de las ideas, donde también fue partícipe llenando páginas de la prensa de heavy metal. La banda liderada por Jerry Cantrell, entre el grunge y el rock pesado, allana el terreno del nuevo milenio con la memoria musical puesta en la década anterior. En este nuevo material resplandece el denominador común que le valió los elogios acumulados por la crítica especializada a lo largo de su carrera.

The Devil Put Dinosours Here es una evocación no sólo compositiva; es también un sonido anclado en sus primeros trabajos. De más está decir que el cantante es un digno clon vocal del malogrado Layne Staley, víctima de la traición de la heroína.

El álbum puede dividirse en dos partes bien marcadas. Por un lado el puñado de canciones que conmemoran la cualidad distintiva de la banda: las bases con distorsión libre, y las voces pegadas a la armonía. “Hollow”, “Pretty Done”, “Stone”, “Lab Monkey”, “Breath on a Window”, “Phantom Limb”, son ejemplos donde las voces de William DuVall y Cantrell suenan al unísono suscribiendo a una marca registrada, con las guitarras punzando cualquier hueco de silencio, el bajo acompañando desde la gravedad del centro de la Tierra y la batería marcando un ritmo lento que explota en cada golpe preciso.

Por otra parte, el grupo de canciones que nos recuerda el material que quizás más cercano estuvo del público masivo, “Jar of Flies”, “Voices”, “The Devil Put Dinosours Here”, “Low Ceiling”, “Escalpel”, “Hang on a Hook” y “Choke” son el fiel reflejo de la banda previa al Unplugged. Es pertinente mencionar que, acomodadas al formato, podrían haber sido extraídas del famoso disco acústico que los propagó hacia otros públicos y que con el tiempo se ha convertido en una de las mejores actuaciones que el formato ofreció a lo largo de sus transmisiones. Pequeños suspiros de melancolía melódica sobre bases más livianas pero aún con la densidad de una banda con peso en su adn; tal vez alguna canción soporte la indiferencia que le otorgue el infausto crítico que desconoce de lo clásico en busca de sonidos nuevos.

El grunge murió, pero ha dejado a las bandas que lo expandieron en el sinsabor de alejarse de cualquier terminología para situarse exclusivamente en el lugar de banda de rock, sin subgéneros extemporáneos que actúen como parásitos criados en el homenaje perpetuo. Lo han hecho Pearl Jam, Soundgarden, Smashing Pumpkings y Stone Temple Pilots. Por qué no habría de hacerlo Alice in Chains.//z

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