Beauty & Ruin es el nuevo disco de Bob Mould. Electricidad alternativa, guitarras, fórmulas –ya adultas- que el siglo XXI supo atesorar y pasarlas, pulidas, al orden de la canción pop. Un ladrillo más en la pared pero esta vez colocado por uno de los arquitectos. El saber andar e insistir en las medianeras ruinosas del rock underground con el pop punk más adolescente tiene una extraña belleza que Mould conoce bien. Ver la mano virtuosa y el trabajo del experto nunca está de más.

Por Sergio Massarotto

Pensemos al grunge y toda la fuerza previa que motorizó su impulso como uno de los torrentes líquidos que atraviesa lo subterráneo de nuestra época, la figura de Bob Mould es entonces la de un viejo piloto en un barco pesquero que continúa su deriva en las alcantarillas, a velocidad cansina pero continua. El ex líder de Sugar entregó este 2014 un disco solista más, nada original, pero sí compacto y conciso, donde la canciónamericana-alterno-noventosa es la clave. Con aire purista pero del más acá temporal, el disco reposa a través de doce canciones dominadas por la distorsión abierta, el riff mínimo pero presente y la promesa de velocidad; en fin, las estructuras simples y caminadas del rock alternativo que el guitarrista neoyorkino ayudó a construir desde su adolescencia. Con la barba a medio imitar a Dios, Mould pisa pedales, rockea, se bajonea en algunas letras e intenta subir en otras; roza lo que los críticos del mercado señalan como canciones complacientes pop, e incluso justifica el encono y parece entregarse, en tensión, a esa deriva discutible de la fórmula Disney. En realidad, en líneas generales, el experto marino pone en la mesa los elementos que conformaron a la época y ayuda a explicar proyectos epigonales de mayor trascendencia. Ahí está, sin más, lo mucho que se parece la propuesta de Dave Grohl –el Paul Mc Cartney cabeza- y Foo Figthers al trabajo del antiguo Mould. Un espejo mainstream del  substrato navegado por el ex Hüsker Dü en su bote silencioso, con partes del casco picadas, pero con la voluntad intacta de levantar redes todos los días.

Da la impresión de que si uno recorre el país del norte encuentra bandas que hagan esta música en cada manzana. La observación no está de más. Acá no hay originalidad, hay sí, un par de buenas canciones –resaltan “Low Season”, “Little Glass Pill”, “Kid With Crooked Face” y más- y otras no tanto –“I Dont Know You Anymore”, por ejemplo, tiene mejor puente que la canción entera-, hechas por uno de los que inventó este circo. La experiencia debe parecerse un poco a tomar vino tinto directamente del tonel.

Beaty & Ruin es un aporte más al rock alternativo, al post-grunge reconciliado; tendrá su lugar en la discoteca y su hermosa cuota del olvido. Más allá del sonido eléctrico, las guitarras, el olor del punk, las melodías sencillas, la ausencia casi total de exotismo, lo interesante sigue siendo la figura de Mould, su historia, colándose por entre todo el disco en forma de una pregunta; aquella acerca del músico que elige día a día al rock. Hoy cuando el orden es una buena cosa, el arrojo embriagado del rock no parece la mejor opción si se desea alcanzar una totalidad masiva que empatice con quien está ubicado arriba del escenario. Sin embargo, lo anterior es apariencia, lectura inmediata y poco seria; siempre se puede objetar. ¿Alguna vez fue el rock así? ¿Alguna vez fueron las cosas de otro modo? Si miramos bien entonces el presente es otro buen momento; se discuten los formatos, se discute la relación con el carril central del pop mainstream y también se lo abraza con odio, resignación, amor. Tiempo al que hay que aprovechar para delimitar terreno, saber qué cosa está dentro y que está afuera, qué tipo de vida y entrega es aquella a la que el rock nos instiga y cuál no. Eso viene a preguntar y a responder Bob Mould, desde los mares ácidos del final de los ochentas.//z

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