Por Fermín Solana

Fuimos con el Estampador (capo montevideano de la gráfica sobre algodón) hasta la tienda de papeles y artículos relacionados de la terminal de ómnibus, la de la cruz papal, a cuatro cuadras de su casa. Acudimos en procura de alguna pintura que no dañe el cuerpo considerando el proyecto original para esa noche, que era decorarme muslos y pantorrillas con tinta rojo tártaro.

Como un albañil desgreñado del rancho de Nosferatu.

O mi hermano en la tapa de Macumba.

En la mente la visión cobraba el diseño de un camuflado arterial a contrastar -a propósito, de acuerdo a los códigos estilísticos d.i.y. que manejo- con un short adidas azul marino en satin, de ultranza – – – hasta los muslos, no las rodillas. Y una camiseta policial norteamericana a tono.

No tenían un carajo en stock, salvo un frasquito con la inscripción “Pintura para murgas payasos y teatro” color naranja, que con suerte y brisa a favor podría llegar a oscurecerse en combinación con el contenido de otro envase divisado en la góndola siguiente, un poco más grande, de lo que vendría a denominarse entonador, éste sí, rojo. Ni siquiera mi amigo, el especialista, se mostró muy convencido. “Podría quedar guacho”. “¿Y no hará nada a la piel?” “No debería”.

Desprovisto de garantías, el imaginario hipocondríaco gobernador se me disparó al instante en telekinesis hacia un futuro catástrofe, uno de piernas cercenadas en emergencia, que me encontraría seguramente todavía anestesiado bajo los efectos del fernet y el escenario -la combinación que me provoca exoftalmia. Pagué, un poco reacio, por los dos productos en caja y agarramos hacia abajo, en dirección a Bluzz Live y la prueba de sonido que paso como un trámite distendido entre mates, cigarros y el ameno intercambio con Setiembreonce, la banda invitada.

Nos quedó una hora y media libre para acicalarnos antes del concierto. El baterista, motorizado, me depositó en el bar de la cerveza en la esquina de casa, donde tenía marcado un encuentro con mis otros amigos, que no están en Hablan por la Espalda. Una comitiva en estado de gracia y carcajada-fácil conformada por sujetos en jean que responden a los alias de

J.O. – Suele referirse a sí mismo en tercera persona, como “el J”. Entusiasta avasallante. Hiena. De oficio editor-corrector, promedia una risa bestial cada tres minutos. Geek de la conspiración nocturna.

Shimizu – Otro de risa en loop. Ex patinador y estudiante retirado de la facultad de psicología tatuado como un criminal ruso. Fotógrafo y poseedor de un sentido estético atemporal, como en Motorhead.

Di Zeo – Barbado en el estilo caudillo, compañero eterno de canchas, conciertos y libros con el que ahora comparto un apartamento, dos bibliotecas, un tocadiscos, una heladera mientras perseguimos el sueño dorado de vivir de la escritura.

Ocupaban, medio desaliñados, una mesa sobre la vereda donde la borrachera ya se había instalado por efecto de las finas pintas de Ale que tiran en este reducto, un oasis cervezal. Llevaban dos horas en el lugar y estaban semi-eufóricos, con la emoción retumbando contra las otras mesas, menos enérgicas. Uno de esos grupos humanos que se potencia con la mutua compañía, a grados escandalosos. El amor de estar vivos y juntos, en la cresta propia. Pedí una, para refrescarme. Disfruté del panorama. Me acompañaron hasta casa, para terminar los preparativos.

Apenas entramos J.O. descifró el dilema que venía atormentándome al entrar desde hacía semanas: el aroma bebé-de-rosemary a la entrada. “Hay olor a perro”. A un perro que no existe. Tejimos conjeturas. De que podía estarse filtrando desde el apartamento del costurero en el piso de abajo, donde éste convive con un labrador negro. Oleadas de fragancia perruna escalando fantasmagóricamente por entre las vestiduras del tenebroso edificio para copar mi hall de entrada. Sentí indignación. De vecino.

Los amigos, que ya estaban en atmósfera de noche, demandaron música para amenizar la espera (y la interrupción del escabio), mientras yo me vestía y cenaba algo al paso. Quedaron con una recopilación de The Clash. Desde mi cuarto se escuchaban sus gritos por encima de la voz de Strummer. Inquietos sobre el parquet.

Busqué mi camiseta policial dentro de la bolsa que esa mañana había rescatado en la lavandería. No apareció. Lo intenté de nuevo. Fui al baño a revolver el canasto. Tampoco. Procedí a tirarme debajo de la cama. Apareció una media que llevaba semanas desaparecida, pero ni rastros de la policial. Corrí el sillón para ver si se había caído hacia atrás y no hubo rastro.

Sin la camiseta el atuendo de las piernas rojas perdía todo sentido, al menos en la rigidez de mi cerebro, una que se instala cuando ideas en concreto se tornan irremplazables.

No tengo

peor adversario

que

mi propio sistema

MENTAL.

Volví al living desahuciado al punto que pensaron que había recibido algún tipo de noticia catástrofe. Pedía la cabeza de Hanne, la lavandera francouruguaya. Seguramente se extrañaron por la trascendencia que le daba al asunto, pero como leales amigos que son se adaptaron-rebajaron a mi estado de congoja. Su euforia se acható.

-Usá cualquier otra camiseta.

-No, no tengo.

J.O., hombre de soluciones, se sacó la que llevaba puesta, una fina prenda oficial de MC5, gris azulado, con el águila y me la ofreció, extendiendo su brazo. “Naaah”. “Seeeh”. Siempre quise una camiseta así, de esa banda OBLIGATORIA, la que a la mía le explicó muchos secretos.

remera rockera - fermin solana mc5Fue una revolución cuando la conocimos, una que perdura hasta hoy en nuestras entrañas:

El salvajismo / TRUENOS

Contorsiones

Cabelleras

Testimonios

De un mensaje

de esencia indescifrable y contradictoria

Pero poderoso en su proclama.

El gesto era propio de una de las personas más generosas que conocí en mi vida. Un amigo de esos que no supe que tenía, hasta que lo conocí, hace tan solo dos años. Y a fuerza de actitudes siempre colmadas de optimismo me hizo vislumbrar aristas de ese diamante que es la fe. Sería de pechofrío no responder con entrega ante la entrega incondicional. Me refiero a algo que excede este préstamo desinteresado, una simple representación de lo que es una característica permanente de esta máquina de dar que es J.O. Ha ofrecido su casa como oficina con calefacción en el invierno. Pulido mis textos sin esperar ningún tipo de retribución. Cervezas infinitas. Cenas afuera en épocas de quiebra. Libros. Libros. Libros. Consejos sentimentales. Literarios. Oportunidades de trabajo. Una computadora. Soluciones periodísticas. Mensajes de aliento un domingo de los tristes, de mañana. Quedó ahí, en cueros, con una sonrisa de oreja a oreja debajo del bigote pelirrojo.

Ya no importaban las piernas rojas. La de MC5 era aliciente suficiente para subir esa noche al escenario a representar. Una de esas casacas que se visten con el orgullo de la del club de los amores. Hice unas tostadas al paso, solo para no ir vacío –ellos ya no comían. Las cubrí de una salsa peruana en sachet que tengo en la heladera. Nos acomodamos en la parte de atrás de un taxi y arremetimos.

Dos horas después invocamos a los fantasmas de la alta energía, la banda arriba del escenario, y ellos, abajo, imprescindibles, comandando la pista.//z

Foto de Sebastian “Shimi” Baison.

Fermín Solana 11 del 11 de 1977.  Montevideo. A partir de los 17 edita su propio fanzine llamado Mi Pequeño Gobernador, donde publica relatos personales además de entrevistas a bandas subterráneas. Canta desde 1996 (hasta el día de hoy) en el grupo Hablan por la Espalda, para el cual escribe las letras. Asiste al taller de narrativa de Mario Levrero entre 2001 y 2002. Junto a amigos de la escena rockera funda la editorial autogestionada Nuevos Atletas, con la cual publica Aplub y El Calamar, un libro de cuentos cortos compartido con el poeta Andrés Varela, con ilustraciones de su hermano Martín Solana y el compendio de relatos Ahora Ahora (2013), con dibujos de Juan Wauters. Desde 2006 colabora para la sección cultural del periódico La Diaria. Luego hace lo propio para El Observador y la revista Rolling Stone, edición argentina. En 2007 es contratado por El Observador, en cuya redacción se desempeña durante dos años. Desde 2010 ejerce como periodista-redactor free lance escribiendo para distintos medios locales como las revistas Bla y Placer sobre cultura, gastronomía, deporte, etc.

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