Love Frecuency, el nuevo trabajo de Klaxons, fluctúa entre el synth pop de los 80, los hits radiales y la electrónica de las raves.
Por Agustín Argento
En la música existe una vara invisible que divide lo que es rock de lo que no es. Nadie sabe quién demarcó ese límite ni en qué se basa. Simplemente está. Con ella, los periodistas y críticos pueden decidir cuáles bandas entran o no en sus publicaciones. Por su parte, los productores la utilizan para armar los festivales y el público la toma para llenar su colección discográfica.
Así, un artista como Robbie Williams con actitudes rockeras y un sonido que por momentos se asemeja a Oasis (Escapology o Intensive Care) es desplazado del selecto grupo, mientras que Klaxons, que en su flamante disco Love Frecuency presentan reminiscencias a Backstreet Boys o a One Direction, compartió cartel con REM y The Mars Volta.
Así de caprichoso es el rock y no debería sorprender. Pero aquella vara imaginaria no debería ser una medida de control de calidad,
En su conjunto, Love Frecuency es un disco concreto, fácil de digerir, de gran sonido, pero con muy poca variedad. A medida que van pasando las canciones, Klaxons deja en evidencia que quiere abarcar todos los públicos a los que se pueda abarcar, con la única premisa de tener a la música electrónica como nexo.
Por ejemplo, “Show Me A Miracle” o “Invisible Forces” podrían formar parte del playlist de N’Sync o Take That, más allá de la mano rockera que los músicos y/o productores le quisieron dar. Las letras, para sumar a la teoría, van en la dirección de lo que una quinceañera quisiera cantar: “Muéstrame un milagro, dame la llave, sé que es posible, sígueme, sígueme”. Sólo haría falta una coreografía como para que el círculo terminara de cerrar.
Y el círculo no termina de cerrar porque en ese momento aparecen otros temas como “There Is No Other Time”, “A New Reality” o “Out of the Dark”, que con una composición basada en secuenciadores y samplers en la que pueden identificarse fácilmente las influencias de Daft Punk o Jamiroquai. La producción de las voces apunta claramente en ese sentido.
Pero el cuarteto inglés no deja de lado las canciones oscuras y de climas densos, donde las baterías se sueltan un poco más (sólo un poco, nada más) y las guitarras con distorsión se animan a aparecer un poco (¿o serán sintetizadores?) en, por ejemplo, “Children of the Sun”, “Atom to Atom”, “Liquid Light” o “Rythm of Life” (uno de los mejores temas del disco, tanto por composición como por producción).
El “punchi punchi”, es decir, la electrónica, está en todo el trabajo sin desaparecer, lo cual hace complejo, a veces, determinar cuándo termina un tema y empieza el otro.
Love Frequency pareciera estar apuntado más para las bandejas de los DJ que para los escenarios de rock. Con el bombo en negras sin parar, el tema que le da nombre al disco cierra el mismo y abre la edición especial, pero en versión remix. A pesar de que el objetivo principal de Klaxons pareciera ser el de la rave, no se deberían dejar engañar: la versión original de esa canción, como también los momentos de rock, son los que mejor le salen.//∆z
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