The Americans culmina su cuarta temporada y demuestra por qué es la mejor serie de televisión de la actualidad.
Por Martín Escribano
The Wire, Mad Men, The Americans: dramas que son insuperables en el arte de narrar. El primero ha alcanzado tardíamente y con justicia el status de culto. El segundo se ha llevado numerosos lauros a lo largo de siete temporadas. El último no cuenta con el favor del público y apenas si ganó un Emmy en cuatro años. ¿Seguirá el camino de la serie de Baltimore? Todo parece indicar que sí. Cuando concluya su sexta y última temporada, en 2018, todos le agradeceremos a su creador, Joe Weisberg, y a FX por haber seguido adelante a pesar de los bajos ratings y el ninguneo de la industria. Nimiedades a la hora de quedar en la historia grande la televisión.
Los años ’80. Una era Reagan reconstruída a la perfección. En los walkmans suenan April Wine, Quarterflash y Fleetwood Mac, las computadoras son aparatosas, amanecen las consolas de videojuegos y, mientras en África los muyahidines afganos liquidan soviéticos con la ayuda de Pakistán y la CIA, lo último es tener un Chevy Camaro.
Phillip (un infravalorado Jonathan Rhys) y Elizabeth (Keri Russell, enorme), son dos espías soviéticos en Washington que deben lidiar con la crianza de sus hijos (concebidos en Estados Unidos, por supuesto) mientras cumplen las misiones asignadas por la KGB. Sus verdaderos nombres son Nadezhda y Mischa y luego de cenar y de arropar a los niños tienen que matar un par de agentes del FBI, cooptar nuevos espías (peluca y maquillaje mediante), ganarse a los que tienen la información requerida por la madre patria construyendo un vínculo durante días, semanas, meses, incluso años. Si es necesario casarse, pues bien, se casan. Nada importa más que defender la idea de que otro mundo aún es posible. El muro de Berlín no ha caído. La URSS flaquea pero todavía es potencia. El espectador sabe cómo termina la historia; los personajes, no.
Esta no es una serie sobre espías ni es una serie sobre la familia pero es las dos cosas, y más. Es un thriller intimista y complejo en el que nada parece forzado. Si la primera temporada presentaba el conflicto cotidiano de conjugar la vida en pareja con el cumplimiento de misiones de alto riesgo y la segunda ponía al descubierto los peligros de amar una familia ensamblada por el Estado, la tercera marcó un punto de no retorno a cargo de Paige, la hija mayor del matrimonio y la adolescente más creíble que la tele nos haya dado en años. La cuarta, que terminó ayer, ha enfrentado a sus protagonistas con tomas de decisiones concretas que definirán el futuro de los Jennings. ¿Hasta dónde es posible criar a los hijos en territorio enemigo?
The Americans, la serie preferida de David Bowie, lleva al comedor y a la cama el tenso clima de la Guerra Fría. La amenaza extrínseca que supone la agresiva política exterior de la administración republicana se conjuga con una interna y cotidiana que yace en el seno de la familia. ¿Terminará por ceder Phillip a los encantos occidentales del capitalismo? ¿Podrá Elizabeth alejar a sus hijos de la religión y los videojuegos para que abracen el camino del socialismo? ¿Volveremos a ver en pantalla al dúo que conforman Gabriel (Frank Langella) y Claudia (Margo Martindale)? ¿Qué hará Paige, la hija pacifista atraída por el hijo del agente del FBI ahora que intuye que sus padres lidian con armas biológicas? La espada de Damocles cuelga sobre los Jennings y hace cuatro temporadas que amenaza con caer en cualquier momento. La dualidad ya no se sostiene ¿Será en el próximo capítulo?//∆z