El realizador azteca participó del 30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata con su obra La Maldad, una ficción con matices de documental que refleja la situación que vive su país a través de los protagonistas.

Por Santiago Berisso

Mientras uno comienza a tramitar su propio ataúd, el otro quiere llevar su historia a la pantalla grande, a partir de un puñado de canciones. El desgaste de sus cuerpos no habla de un auspicioso devenir. Sin embargo, son dos los caminos que se trazan. Ambos inmersos en la soledad del desierto mexicano, donde la vida se pasa entre animales, tierra e inexorable pasividad.

Joshua Gil es el joven director de La maldad, película que se presentó en el 30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, dentro de la Competencia Latinoamericana. Con una fotografía que sabe permanecer fresca en la retina del espectador, Gil retrata la sórdida existencia de dos ancianos. Una historia que se vale del documental para registrar fragmentos de un México marcado por su presente sociopolítico, al que el realizador describe como lo más cercano a una dictadura, con el PRI al mando.

Ya con sus tres funciones proyectadas en el festival marplatense, ArteZeta dialogó con el director mexicano.

AZ: ¿Cómo se desarrolló el proceso relativo a tiempos de rodaje? Tras una de las funciones mencionaste que tuvieron que esperar hasta el siguiente invierno para obtener la luz que querían…

JG: Ciertamente, por cuestiones de costo era necesario que el rodaje de la película fuera en el menor tiempo posible. Sin embargo, el estado de salud del personaje principal obstaculizó el seguir adelante, sumado a la carencia de recursos. Entonces, esto hizo que la producción se retrasara un poco más de lo planteado. Aunado a eso, dijimos que había que tomar una decisión porque había unas escenas que quería repetir. Quería tener más tiempo para poner la cámara. Ese tipo de clima neblinoso es impredecible, entonces hay que estar con tiempo, estar tres o cuatro días esperando el momento para obtener, a lo mejor, treinta segundos. Y la charla con César Salgado, el director de fotografía, siempre fue como bueno, vamos a aprovechar lo que tenemos. Hay cámara. Si tenemos que esperar un poco, lo vamos a hacer.

lamaldad1AZ: Mencionaste que en un principio no tenías la intención de que el parentesco con los personajes fuera de público conocimiento. ¿Por qué?

JG: Los dos personajes son mis abuelos. El de fisonomía más delgada es el padre de mi papá y él fue el que falleció en el mes de marzo. Aproximadamente, unos cuatro meses después de terminar la película y no alcanzó a verla. Y Raymundo (Delgado Muñoz), que es el otro personaje, está vivo y vive en la casa de mi madre. El hecho de que yo no quería que se supiera que había un vínculo familiar con ellos, pasaba porque no quería que la gente pensara que era una necedad, un acto de amor hacia mis abuelos, un motivo más emocional-familiar, un tributo. Y no lo es. La historia puede ser contada y sostenida sin necesidad de saber que hay un parentesco con ellos. Yo dejé de ver a Rafael (Gil Morán) durante veinticinco años porque se peleó con mi padre. Y es cuando lo vuelvo a ver hace unos años que me dice él que tiene este guión, que quiere hacer una película y me lo entrega.

AZ: El plano fijo con el que abrís la película dura cerca de siete minutos. No es habitual toparse con un inicio de ese tipo, en un tiempo presente que parece dictar más aceleración para obtener la atención del espectador. ¿Por qué decidiste comenzar el film de ese modo? ¿Lo concebiste como algo rupturista?

JG: Deben ser ocho y medio, nueve. Tiene mucho que ver con el tiempo que maneja en la película, con sacar al espectador de su entorno natural que es el acelere de las ciudades. Salís de ahí, te sentás en la butaca y éste es el tiempo y la magia que vamos a aplicar en la película. Es como si fuera un pequeño instructivo para entender la atmósfera de todo lo que va a venir. Siempre digo, un poco en broma, que las personas que sobreviven al primer plano ya se quedaron toda la película. En este primer plano, en la escena del fuego de ocho minutos en los que alguien te puede decir que no pasa nada, yo te puedo decir que sucede todo. Lo que está pasando, de manera documental, es que hay animales que viven ahí y con el fuego se van, entonces los hombres pueden llegar a trabajar. Es la manera en que comienzan la jornada de trabajo. No hay un solo cuadro que sea igual al anterior.

AZ: En la película se combinan la ficción y el documental. ¿Creés que son dos formas que pueden convivir, casi entremezclarse sin sobresaltos?

JG: Sin duda pueden convivir. Al igual que otros colegas, planteo que son complementarios. La materia prima del documental es la búsqueda de la verdad, contar la historia de la forma más objetiva posible y para La maldad yo necesitaba esa herramienta, esa manera de acercarme a los personajes. Que fuera lo más honesta posible. Vos entendés que lo que estás viendo no es un actor y él no trata de engañarte con diálogos muy estudiados. Se trata de que ellos mismos digan las cosas con sus propias palabras. Tuve la oportunidad de estudiar con Patricio Guzmán, un documentalista chileno. La escuela era muy clara: tratar de filmar lo invisible y saber que todo acto de amor puede ser un acto político y viceversa.

lamaldad2AZ: Más allá de lo que a uno le pueda dejar el título de la película, se detecta una constante atmósfera de hostilidad a lo largo de ella. ¿Pensás que, de alguna manera, el presente mexicano se puede ver reflejado en este aspecto particular?

JG: Qué curioso que lo definas con esa palabra, porque sí es hostil lo que se está viviendo en México. Es hostil la manera en que los personajes se van entrelazando. Se nota que hay una amistad que es fuerte entre ellos, hasta que se empiezan a separar y llega un momento en que uno termina con todo de manera abrupta. Y justamente, lo que es está pasando en México es que hay una fractura social muy grande por la desigualdad económica, la clase política, la narco cultura. Ahora tenemos el gobierno del PRI, que es lo más cercano que hemos tenido a una dictadura y se ha encargado de poner el país de cabeza. Teníamos problemas con los anteriores gobernantes, que eran supuestamente la opción. Bueno, lo que acabó pasando con el regreso de ellos es que el país afianzó muchas cosas que estaban mal y encontró las rutas para hacerlas sistemáticas. Era importante que la película mantuviera ese ambiente. No importa si estás en la ciudad o en el campo, la hostilidad está ahí. La gente está buscando sobrevivir. Hay un documental en el que se ve a chicas diciendo que su novio tiene que ser narcotraficante porque sino no va a tener plata para consentirlas, para comprarles cosas caras. El país está partido, realmente. Si fuera en dos vertientes y políticas, estaríamos hablando de cierta organización. México es un caos.

AZ: Uno al escuchar la palabra dictadura, automáticamente, piensa en libertades coartadas. ¿Existe algún tipo de censura en relación a la producción y/o difusión cinematográfica?

JG: La censura vinculada al cine está más bien dada por el hecho de que vos sabés que si hacés una película fatalista, por así decirlo, lo que va a hacer el mexicano es tratar de ignorarla. Como si dijera “sí, esto es un espejo de la realidad. No lo quiero ver, qué pena, qué molestia, qué dolor, para qué ir a sufrir al cine”.//∆z