La última tarde, participante en la competencia latinoamericana del Festival de Mar del Plata, es la segunda película de director peruano. Una trama amorosa que enlaza con el pasado reciente del país, la diferencia de clases y el terrorismo de Sendero Luminoso.

Por Sebastián Rodríguez Mora

¿Quién dijo que charlando la gente se entiende? Esa parece ser la duda que implanta Joel Calero (Perú, 1968) con La última tarde, película que escribió, dirigió y trajo a participar hace unos días de la competencia latinoamericana del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Una mujer limeña de clase alta y un hombre andino de clase baja se reencuentran tras 19 años para poner fin, en los papeles, al matrimonio que los juntó de muy jóvenes. La burocracia les impone unas horas de espera; salgamos a caminar, contame cómo va tu vida. Y es eso, la vida posterior pero sobre todo lo no resuelto del pasado y de las ideas, su tema de conversación.

Con una actuación interesantísima de Katherina D’Onofrio y Lucho Cáceres, la película los sigue por las calles de Lima mientras el diálogo fluye pero la sangre no llega nunca al río. Se trata –contra todo pronóstico- de un film político que, como sugerirá el director en esta entrevista, pone de manifiesto un período reciente de la historia peruana aún no cerrado. Pero es ese cruce entre lo nacional y lo íntimo donde late el corazón de La última tarde: cómo tolerarnos y perdonar lo que nadie sabe aún cómo definir. Y quizás hablar nunca sea suficiente.

La última tarde - Poster

AZ: Esta es tu segunda película. ¿Cuál fue tu formación hasta llegar a escribir y dirigir?

Joel Calero: Yo vengo de la cinefilia. Mi formación consistió, en lo esencial, en ver decenas de veces la misma película de los directores que me tocaban estudiando lo que había que estudiar. Así fue como empecé a hacer cine. Luego, cada uno de mis dos largometrajes (y también mi siguiente proyecto) obtuvieron la beca del Curso de Desarrollo de Proyectos Cinematográficos Iberoamericanos, que es una exigentísima formación invalorable y concreta sobre cada película, una cocina cinematográfica donde los proyectos se cuecen a fuego lento.

AZ: La última tarde ingresa a un territorio bastante desconocido para el extranjero -por fuera de Lituma en los Andes, de Vargas Llosa-: las marcas que Sendero Luminoso dejó en la sociedad peruana. ¿Tu intención era trabajar sobre esa “zona oscura” de la historia de tu país?

JC: Sí, por supuesto. El Perú, por varias razones políticas e históricas, no es un país donde pueda ocurrir lo que sí ocurrió en Uruguay o Brasil: que un antiguo guerrillero o militante pueda ser presidente de la nación. Eso no ocurrirá creo que nunca en el Perú, porque la dimensión de la muerte fue excesiva: 70 mil muertos, pero, también, porque cuando a aquellos seres humanos -que, en consonancia con los ideales de su época, optaron por la violencia- se los llama “terroristas” a secas pues se pone todo en el campo de la psicopatología y la perversión, y no en el de la historia o la sociología, que es donde encuentran sentido y explicación. Y, por eso, esta película asumió que quería contar una historia de dos personajes que optaron por ese camino. Pero eso es solo un background que le da más complejidad y resonancia a una historia de encuentro emocional de pareja que es otra dimensión de la película.

La última tarde 5

AZ: Dijiste en el diálogo post-proyección con los espectadores que mucho del diálogo de Laura pertenece a una carta que le escribiste a un amigo muy querido, ex militante de izquierda. ¿Cómo se construyó el personaje de Ramón, con su parquedad profunda, tan distante de ella?

JC: Los personajes están construidos sobre la diferencia y la complementariedad. Él es de ascendencia andina y vive en Cusco. Pertenece a una clase social mucho menor que ella. En mi país, quienes somos de ascendencia andina, tenemos una cierta parquedad. Me pareció que eso era un rasgo necesario en él y suponía, por otra parte, una gran exigencia actoral, pues el personaje tenía que estar casi todo el tiempo oyendo. Eso no es sencillo aun cuando, en apariencia, no hace nada. En todo caso, hace lo esencial que hace un actor: escucha.

AZ: Se ve durante gran parte de la película un uso del plano continuo y el diálogo constante muy similar al de Richard Linklater en su trilogía de “Antes de…”. ¿Es una influencia efectivamente?

JC: Sí, Antes del atardecer fue, por supuesto, una influencia importante, sobre todo por razones técnicas para la primera mitad de la película que es una deriva dialogada por las calles de Lima. Sin embargo, luego mi película muta a otro tipo de filme y donde, por tanto, la manera de filmar es también distinta, ajustada a los cambios en el desarrollo del filme. Otra película importante, más como de orden moral, es Sin testigos de Nikita Mikhalkov.

AZ: ¿Cómo ves la situación actual del cine peruano? 

JC: Tenemos un nuevo presidente y tenemos la promesa de impulsar una ley que dé el apoyo a ese esfuerzo mayúsculo de quienes estamos empujando el coche. Ciertos cines, acaso los más valiosos de un país, dependen de la decisión política. Estamos pues en espera.//∆z