El sábado 11/05 en Naranja Verde tuvo lugar la segunda fecha en la vuelta del grupo platense de culto Los Japón, y, junto a un grupo de fervientes admiradores, allí estuvimos para registrar este regreso con gloria.

Por Claudio Kobelt

Fotos de Gisela Arevalos

 

Uno de los discos del 2012 fue grabado cinco años antes. Las canciones, inmediato furor de culto en la web y las redes sociales, eran de un grupo que ya no existía.  Así de cierto y de confuso  fue el descubrimiento de Los Japón, grupo platense disuelto en el 2007/8, cuyo disco La Playa , lanzado durante el 2012 vía el sello Laptra, sacudió y alegró a más de un escucha.

Integrado por reconocidos músicos de la ciudad cuadrada, todos con otros proyectos en la actualidad (por ejemplo,  Juan Pablo Bava, actual percusionista y voz de 107 Faunos), parecía imposible poder ver a Los Japón en vivo alguna vez. Pero imposible son otras cosas, que nada tienen que ver.

Con solo dos fechas por hacer, una en Pura Vida de La Plata y otra en Naranja Verde de Capital Federal,  y  un futuro desconocido, Los Japón volvieron a juntarse para tocar en vivo con varios de sus miembros originales, y algunas incorporaciones especiales, como Mora Sánchez Viamonte, tecladista de 107 Faunos. Ausentes en la primer fecha, no podíamos faltar en el  segundo ¿y último? show de este esperado regreso.

La velada comienza con Digisagas (encargados también de abrir la noche de Pura Vida).  Lamentablemente, el sonido no ayuda en lo vocal, y la mayor parte de las letras y el trabajo del cantante se pierden, pero el resto de la banda suena ajustada y poderosa, con ritmo fuerte y contagioso. El calor agobia en ese reducido espacio, y muchos eligen salir y escuchar desde afuera del recinto, bailar sin ver. Los que quedan frente al grupo lo disfrutan: Una chica baila sola, poseída por la melodía, mientras en la otra punta del lugar un pibe hace air guitar marcando enfático cada distorsión.  Huele a espíritu adolescente. Melancolía alternativa y amor por la canción.

Las luces son audio rítmicas, y se mueven y cambian según el ritmo, desparramando un hermoso caos de luz y color, de armonía y distorsión, al igual que Digisagas con su show. Hacia el final, algunos piden “Chicos y chicas”, a lo que el cantante responde que no la ensayaron. El público insiste con el pedido, y luego de la que fuera supuestamente la última canción, y con el reclamo vuelto a enunciar, ahora si cierran con uno de sus temas más conocidos, 100% baile y sonrisas.

Terminado el show, todos buscan su porción de aire fresco, de tubo de cerveza, de conversación por lo que vendrá. Suena Sumo de fondo, mientras el grupo encargado de cerrar la noche se acomoda y el espacio vuelve a llenarse al tope, dejando cuerpo con cuerpo, calor con calor. Y de pronto ahí están, era verdad, ellos son Los Japón.

Arrancan con “Vacaciones” y “Vuelven las pandillas”, dejando en claro estar más vivos que nunca, sonando increíblemente ajustados y claros. Escucharlo es remitirse al barrio, al chaleco de jean, a un grupo de amigos caminando por la calle sin destino final. Sigue “Automático”  y para entonces los cuerpos estallan de sudor y emoción. No solo suenan perfectamente, sino que verlos en vivo, poder cantar con ellos, es algo que el público no deja de agradecer. La entonación de esos himnos para pandillas enciende y arranca los primeros pogos, mareas que arrastran de un lado al otro, rítmica, salvaje y apasionadamente, sin descanso, y sin querer descansar. Tocan todas las canciones del disco, sonando mejor que en el mismo, con una fuerza y calidad envidiable, todo para festejar. Pero al tocar todos los temas del disco, no hay posibilidad de bis, y los gritos apasionados aúllan por que repitan alguna ya tocada. La insistencia es fuerte y el grupo vuelve a atacar con “Vuelven las pandillas”. Los brazos en alto, las gargantas hinchadas, y la alegría a flor de piel del público es la celebración que este espectacular regreso se merecía. Un regreso de quienes parecen no haberse ido nunca, de quienes no debieran irse jamás. De aquellos que dejaron su pasión flotando en el aire, rebotando en las paredes, en los huesos, en esas alegrías hechas canción. Y así es como  seguramente nunca  se irán.