El inglés se presentó en uno de los sideshows del Lollapalooza, en una noche en la que tocó, con precisión, su country folk con remembranzas a Johnny Cash y Nick Drake.

Por Agustín Argento

Fotos de Luciana Burgos

Este cronista, en su reseña de Shangri La, encargada por los directores de ArteZeta, se preguntó: “¿Será Jake Bugg un prodigio de la música o un Justin Bieber del rock?”. Por suerte, para quienes degustaron su material, el show del lunes 31 de marzo en Niceto despejó todas las dudas. Se trata, en el caso de Bugg, de un artista con un futuro prometedor, que maneja la guitarra como un veterano y que, pese a su marcada timidez entre tema y tema, al abrir su boca para cantar las canciones emana, desde todo su cuerpo, una voz sin fisuras con una interpretación cargada de emotividad.

Completamente vestido de negro, tras el set de Guillermo Beresñak, Bugg entró caminando tranquilo, mirando hacia el piso, junto al bajista Tom Robertson y al baterista Jack Atherton; se calzó la guitarra electroacústica y comenzó con su avalancha de rock and roll ante un público bastante adolescente, dentro del cual sobresalían las jóvenes con gritos que rozaban la histeria (lo cual recordaba a los shows de Elvis Presley en Estados Unidos).

La primera hora de concierto fue bien folk. Abrió con “Kentucky” y “There´s a Beast and We All Feed It”, canciones a las que le siguieron un salpicado de temas de sus dos discos, Jake Bugg (2012) y el mencionado Shangri La (2013). Ya con la excitación juvenil a pleno, el cantautor de 20 años, oriundo de Nottingham, se colgó la Stratocaster y arrancó la parte más rockera de la noche; aquella que llamó al pogo a los adolescentes presentes (que no se vendiera alcohol en Niceto era toda una señal) con canciones como “Kingping”, “Trouble Town” y “Slumville Sunrise” (éste último con la presencia del Red Hot Chili Peper Chad Smith como baterista). A éste set le siguió uno acústico, en el que Bugg quedó solo en el escenario e interpretó “A song about Love” y “Messed Up Kids”, entre otras; para pasar, nuevamente, a un momento más rockero que finalizó a las 23.30, con las canciones que ya se perfilan como los clásicos de su joven carrera, como “Lighting Bolt”, el corte difusión del primer disco.

El sonido del show fue impecable y Bugg demostró que, pese a su corta edad, tiene en claro lo que desea para su música. Esto quedó plasmado en la cantidad de guitarras que utiliza en el escenario, no para mostrar su setlist, sino para dejar en claro que cuando necesita puntear elige la Stratocaster, para los arpegios la Telecaster, para los rasgueos la 335 y cuando quiere llenar de cuerpo una canción, acude a la Les Paul.

Jake Bugg es un artista que, evidentemente, mira hacia el pasado para componer su futuro. Los guiños a Bob Dylan y Elvis Costello son reiterativos. Hasta la postura en el escenario, parado frente al micrófono, casi de costado, imita la forma en la que Johnny Cash se plantaba ante la audiencia. Y fue, justamente, con un tema de Cash con el que el sonidista despidió al público, una vez desaparecido Bugg de las tablas. Los adolescentes, sin darse cuenta, sobre el tema del norteamericano cantaron el comienzo de la letra de “There´s a Beast…”. Toda una señal de lo bueno que hace el inglés, pero, también, de lo que tiene que modificar.