Un grupo de cascos azules irlandeses quedan sitiados en un conflicto que involucra a EE.UU, la URSS, Bélgica, Francia, empresas mineras y la emancipación africana. Una atractiva película bélica que expone una historia no tan conocida de la Guerra Fría.

Por Pablo Díaz Marenghi

Sin dudas, la Guerra Fría es uno de los temas que más ha dado de comer al cine comercial en las últimas décadas. Ya sea en clave de comedia, tragedia o drama, es un tópico que nunca pasa de moda. En este caso, la excusa de El asedio de Jadotville (2016) es la recreación de uno de los tantos aspectos de este conflicto global: los enfrentamientos periféricos que terminaron confrontando a las grandes potencias (EE.UU y la URSS, Occidente y Oriente) de manera lateral.

Producida por Netflix y dirigida por Richie Smyth, es un más que aceptable film bélico que expone un conflicto no tan popular, como lo pueden ser la Guerra de Corea, la carrera espacial o la paranoia nuclear. En 1961, el batallón de irlandeses de la ONU comandado por Patrick Quinlan (interpretado por Jamie Dornan –50 sombras de Grey, The Fall) fue sitiado por un contingente de tres mil congoleños, liderados por mercenarios a sueldo (franceses y belgas) de compañías mineras.

La película construye escenas que impactan no tanto por su peso efectista de tiros o explosiones, sino por su componente dramático. Los irlandeses, integrantes de un cuerpo de paz de las Naciones Unidas, no contaban con el armamento suficiente para hacerle frente a una tropa que los superaba  en número. De este modo, la película muestra, con diferentes escenas de alta tensión, como pudieron sobrevivir varios días empleando diferentes estrategias. La tensión, el drama en clave David vs Goliath, el contexto de la descolonización africana y la puja de intereses europeos/estadounidenses, convierten a esta cinta en película de guerra con otro vuelo.

El Congo, al igual que muchos países africanos en tiempos post Segunda Guerra Mundial, declaró la independencia de su nación colonizadora europea (Bélgica) en 1960. La película arranca en la cocina de la ONU y sus negociaciones en búsqueda de una cierta paz en este país. A medida que avanza el relato aparecen personajes y entidades clave como el Consejo de Seguridad de la ONU y Moise Tshombe. Él es un cristiano y anti-comunista político, apoyado por algunos europeos, que declaró a Katanga (una provincia rica en recursos) independiente de la República Democrática del Congo, luego del asesinato del líder revolucionario Patrice Lumumba. El film recrea el clima de negociación, de tensión y de especulación en la ONU. En el medio, la cuestión de los recursos mineros cobra relevancia, exponiendo la capacidad de lobby que se esconde detrás de una supuesta bien intencionada misión.

12671

La oscuridad más profunda de los diplomáticos se encuentra encarnada en la película por Conor Cruise O’Brien (Mark Strong) al que le interesa más hacer buenos negocios que cuidar a sus tropas que se encuentran en el Congo. También, se evidencia el desinterés y la especulación en el General McEntee (interpretado por el deleznable Lord Bolton de Game of Thrones, Michael McElhatton). La narración muestra cómo Europa no quiere perder su gran tajada en el continente negro. De esta forma, Bélgica y Francia apoyan a las fuerzas congoleñas quienes, luego de un inesperado ataque por parte de la ONU, terminan atacando a las tropas asentadas pacíficamente en la base de Jadotville. En ese momento empieza el clímax de la película que se corresponde con un tropos efectista: el más débil resistiendo ante el más fuerte. La carencia como usina creadora de la versatilidad y la fortaleza.

La película entretiene durante sus 108 minutos de duración. Los diálogos mantienen un nivel de tensión notable, ya sea los que involucran al líder de los europeos unidos a las fuerzas del Congo, el mítico mercenario Rene Falques (Guillaume Canet), o a los que cruzan al líder irlandés Quinlan con su superior, el despreciable General McEntee. Entre tiroteo y tiroteo, morteros y bombas mediante, se muestra el costado estratega de cada flanco. Los amantes del género bélico podrán encontrar aciertos y errores en los planteos de cada uno de estos comandantes de tropa.

Una perla del film es la recreación de la muerte en un accidente aéreo de Dag Hammarskjold (interpretado por Mikael Persbrandt), secretario general de las Naciones Unidas que viajaba en persona hasta África para intentar mediar en el conflicto. La historia real se respeta de una manera más que fidedigna, con las típicas aclaraciones finales que completan el final de la historia y el desenlace de los principales personajes. Estos soldados irlandeses, que en la película son construidos como héroes que dejan todo por su pelotón, fuera de la ficción fueron vistos como traidores por rendirse y caer prisioneros de guerra. Recién fueron reivindicados por su país en 2005 luego de una larga serie de reclamos. La historia trasciende la pantalla e invita a que el espectador la complete con datos y hechos que pueden haberse escapado de esta ficcionalización.

El asedio de Jadotville sirve como un buen relato para ejemplificar el concepto de bautismo de fuego. Como ópera prima, el trabajo de Smyth aprueba con creces. El tempo narrativo, la muy prolija dirección de fotografía –llevada adelante por Nikolaus Summerer– un nivel de actuaciones parejo (con algunas figuras relevantes) y todo esto sumado al atractivo que le brinda la geografía africana, con su potencial exótico y ominoso, terminan dándole forma a un drama bélico digno de ser mirado. A veces, las historias menos conocidas, son también, por su particularidad o su rareza, las más atrapantes.//∆z