Hablamos con el escritor sobre Manija, su nueva novela, y su interés por las relaciones sociales en la era tecnológica.
Por Julieta Heredia
Foto de portada por Jazmín Teijeiro
Manija (2018) se plantea como una disección de la vida cotidiana: un corte para inmovilizar, aislar elementos y observar a una generación que construye su identidad y sus relaciones afectivas a través de las pantallas, en ciclos de veinticuatro horas. Pero a diferencia del método científico que implica tomar distancia para reflexionar sobre su objeto, J. P. Zooey elige el camino inverso y se acerca para captar la forma y el ritmo de las interacciones virtuales: “diálogos veloces en los que a veces pasa algo relevante y en los que a veces no pasa nada”, contó el autor el martes pasado en la librería Eterna Cadencia. Después de una década de misterio en torno a su identidad, esta fue la primera vez que presentó un libro en Buenos Aires.
La historia de Manija se desarrolla a través de los chats de Teo con su novia Rocío, sus amigos, su madre y su “coach emocional”. Es una narración fragmentada y repleta de hipertextos en los que se mezclan las canciones de El Mató a un Policía Motorizado o El Robot bajo el agua (con una playlist creada especialmente por la ilustradora Paula Sosa Holt), videos de YouTube, publicidades y discursos políticos suavizados por el filtro del humor. J. P. Zooey también volcó en la novela ciertos “inputs de datos” que llegaban a su celular mientras escribía, y todo el proceso de edición se realizó por medio de e-mails y audios con La Pollera, editorial chilena que publicó el libro a fines del año pasado.
A primera vista, en los intercambios de chats notamos que la atención es un recurso escaso y los personajes pierden el hilo de la conversación en pocos segundos, pero un tema importante se define por su poder de detener el scroll: capturar a su interlocutor con algún mensaje ingenioso, una revelación íntima o una exhibición de atrocidades que aumenta en intensidad a medida que avanzamos en el relato. “Esta novela, si bien trata de dos jóvenes un poco perdidos en su deseo, me parece que también fue escrita con una voluntad intensamente política”, anticipó Zooey al principio de esta entrevista. “En ese sentido creo que el macrismo me inspiró en su manejo turbio de los datos privados, explorando la intimidad emocional de la gente para usarla”.
AZ: Y esa utilización de datos viene con una ilusión de gratuidad, como el coach de Teo que le ofrece un servicio “gratuito”, ¿no?
J. P. Zooey: Totalmente, porque cedemos felices nuestras emociones o los símbolos de nuestras emociones a las redes. Nos ponen a trabajar. Hay un capítulo de la serie The OA que es muy ilustrativo acerca de esto, cuando atraen a un grupo de adolescentes para resolver un videojuego, pero en realidad están trabajando gratis para una corporación. También con los CAPTCHA que sirven para traducir imágenes a texto o las aplicaciones que enseñan idiomas.
Las redes captan algo muy importante para nosotros, que puede ser la necesidad de aprobación mediante corazones, la comunicación constante o la necesidad de tener noticias sobre los seres cercanos. Nos ponen a trabajar para ceder mucha información personal de la que se nutre la Big Data y que está siendo brutalmente utilizada por la derecha.
AZ: Los personajes mencionan a una “generación con poca memoria RAM” que vendría a reemplazar a los hipsters. ¿Cómo imaginás a esa generación?
JPZ: Tiene que ver con la memoria a corto plazo. Sería una generación que no solo va a desconocer lo que pasó como comunidad argentina o lo que está en los libros de historia, que sería la memoria ROM, sino que tampoco va a saber lo que pasó anteayer porque el uso de dispositivos los asiste permanentemente en todo. Me pasa a mí, que tengo cuarenta y cinco años, y me imagino que a los más jóvenes también les debe pasar: a veces estoy a tres cuadras de un lugar y me fijo en Google Maps para saber cómo llegar. No tengo que acordarme de las calles ni del camino, porque seguramente vine distraído con el celular o charlando con alguien. Ya no hay tiempo para perder la mirada, que solo se permite focalizar en alguno de estos tres puntos: en el otro con quien estamos hablando, en la pantalla o en una pinta de cerveza. La mirada no puede estar flotando, sería muy raro. Entonces hay una libido óptica que se agota.
Volviendo al tema de los “asistidos”, la generación sin memoria RAM, es esa necesidad de asistencia para todo, para saber dónde dejaste el coche, dónde o con quién salir a cenar. Me parece que, como dice Éric Sadin en La humanidad aumentada (Caja Negra, 2017), hay una suerte de gobernanza algorítmica. Cedemos nuestra libertad de albedrío y nuestra memoria a los dispositivos.
AZ: En las conversaciones virtuales de la novela se instalan discursos publicitarios o políticos junto con memes, videos o canciones. ¿Cuál es el rol del humor en estos mensajes?
JPZ: Es algo que nos está pasando a todos, se nos presenta un discurso unido con música, política, publicidades, medios, redes. Esa colonización del lenguaje nos pasa sin que nos demos cuenta. Por ejemplo, con el “ahre”, cuyo efecto es “te voy a decir algo pero inmediatamente aclaro que es en joda”, evito cualquier respuesta confrontativa del otro. Eso es lo que pasa con el encuentro cuerpo a cuerpo. ¿Hasta dónde la regulación sexoafectiva en esta época tiene algo que ver con un cuerpo tan acostumbrado a no estar en contacto con otros cuerpos, que cuando esto pasa lo siente como una agresión?
Pienso que internet, en esa mezcla de canales de comunicación que confluyen en las historias de Instagram o en los posteos de Facebook, con una interpelación emocional, violenta y también estallada, hace que todo termine en una licuadora de sentido, con lo cual es una competencia enorme para la literatura absurda. En internet todo se reviste de humor o se transfigura en memes, y es una manera de licuar el contenido trágico-político. Por eso creo que esta novela está más arraigada políticamente que las anteriores, y me interesa pensar la relación de las tecnologías con el Brexit, con la elección de Bolsonaro, Trump o Macri. También hay algo de espionaje en Manija, un personaje que es un doble agente infiltrado, aunque la novela se publicó en noviembre y ahora vemos cómo emerge toda esta podredumbre en el país.
AZ: El tema de los cuerpos desacostumbrados al contacto con otros, la pérdida de sensibilidad que mencionaste, ¿es lo que lleva a Rocío a experimentar con el “postveganismo” (comer animales vivos)? Al principio revela que le tiene miedo a la anestesia, a no sentir nada.
JPZ: Eso es una cualidad de ella que todavía no pude analizar, pero, sí, lo que inicia todas sus peripecias es esa especie de anestesia que teme. Hay un cuento de Ballard, “Unidad de cuidados intensivos”, que es de 1982, en el cual las familias se relacionaban mediante pantallas de televisores interactivos. Entonces dos personas se conocían por TV, se gustaban y salían juntos, pero ¿cómo salían? Mirando la misma película, cada uno en su habitación. No se ven hasta el final (spoiler) en el que se masacran. Eso siempre me pareció muy interesante: el encuentro cuerpo a cuerpo que ahora es fuente de mucha violencia porque se le tiene miedo, porque el trato es más fácil y más inocuo cuando es mediatizado por pantallas y el otro es reducido a dos o tres cualidades, un color, dos dimensiones, sin olor, sin miles de millones de gestos que percibe nuestro inconsciente. Cuando pasás al encuentro real se pone en juego el cuerpo, que produce miedo, y con eso tal vez viene la violencia. Incluso las llamadas telefónicas producen más miedo que un mensaje de audio, lo que aniquila la espontaneidad. No atendemos el teléfono o el timbre sin un aviso previo para saber quién es.AZ: En tus libros suele haber guiños más o menos explícitos a otros autores como Vonnegut, Pynchon o Gibson ¿Sería un hilo conductor o un camino hacia algún objetivo? Aunque esto se acerque más a un relato de Philip K. Dick con pistas y revelaciones.
JPZ: Esa idea paranoica de que el mundo está hecho de pistas aparece muy bien reflejada en la serie de ciencia ficción Maniac. Es buenísima, es cómica, trágica. La paranoia también es una herramienta alucinante para la creatividad, porque une cosas que de otra forma parecerían dispersas. El problema es que la paranoia lleva directamente al Yo; si es muy fuerte te paraliza, y si no, si la alejás al máximo del Yo, se transforma en ciencia, une estrellas, hipótesis. Y si la ponés en el medio, ahí está Philip K. Dick. En su biografía Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, Emmanuel Carrère cuenta que todo el mambo metafísico de Dick de que el mundo está partido en dos tiene que ver con su hermana gemela, porque él nunca supo cuál de los dos había muerto. Volviendo a la pregunta, esa suerte de empatía semántica es para formar comunidad. Yo escribo para eso, para participar. No creo que el libro mejore o empeore por parasitar otro lenguaje, sino que crea comunidad. //∆z