Solo con su guitarra, Iron and Wine deleitó a sus fanáticos el sábado en Niceto Club con una lista de temas a pedido del público.
Por Santiago Berisso
Fotos de Candela Gallo
Todos hemos escuchado, al menos en alguna oportunidad, el dicho “menos es más”. Si bien uno sabe a qué va, no siempre es tan fácil correr esas palabras de la mera abstracción para llevarlas a un plano particular y palpable. De la misma manera, frecuentemente olvidamos lo que puede hacer un hombre –uno solo– al empuñar una guitarra arriba de un escenario.
Pasadas las 22.30 del sábado, Iron and Wine, en el cuerpo de Samuel Beam, se enfrenta por primera vez al público argentino reunido en Niceto Club y desde el vamos pone en juego la pelota de un ping-pong que duró toda la noche. Iron and Wine On Demand: “¿Qué canción quieren? ¿Con qué seguimos?”, preguntaba, canción tras canción, con una sonrisa parcialmente escondida por cuestiones obvias, pero a la orden del día. Y así despertó a un monstruo con el que estaba a gusto. La gente pedía y a fuerza de gritos, cada uno iba tildando el pedido propio.
“Naked as we came”, “Tree by the river”, “House by the sea” y “Southern anthem” fueron parte de un setlist que buscó satisfacer a la mayor cantidad de gente y en la que el cantautor, gozosamente a la deriva, se paseó por buena parte de su discografía, sin caprichos. “Ésa la hago con la otra guitarra. Cuando me pasé a la otra, la tocó”, soltó en respuesta a un nuevo pedido. El By request en tiempo real jamás se apagó.
A su izquierda, dos botellas de agua sobre una mesa. Al otro lado, la guitarra suplente. Envuelto en despojo y según lo dispusiera la iluminación, su figura mutaba de un semidios nórdico a la impecable personificación de un león. De la forma que fuere, siempre abordable. Mientras, él jugaba con el fuera de plano de su voz –un auténtico caño– y el abanico que posibilita ir de un traste al otro con arpegios salidos de algún paraíso.
Luego de una escucha que quiebre la superficie de su propuesta, queda claro que este docente universitario criado en Carolina del Sur y devenido en músico se mueve, con tranquilidad, por fuera de lo estrictamente folk. El R&B se cuela por momentos y, a su vez, el góspel mete algún que otro ingrediente a la mezcla. De más está seguir preguntándose si, de una buena vez, el correr de los años ubicará la obra de Nick Drake en el lugar indicado. No son pocos los que le deben mucho a él.
“Me gusta pulir bien las cosas, antes de presentárselas a la gente, así que cuando grabo soy como un cerdo en la mierda”, sostuvo en alguna oportunidad. Por el contrario, al pararse frente al espectador, tiempo atrás, las cosas funcionaban de otra manera: “Puedo mantener una conversación con cualquiera y me gusta la gente, pero nunca sentí el deseo de subirme al escenario y pavonearme. El show es inmediato y no tengo el control. Me llevó un largo tiempo disfrutar de esa espontaneidad”. En mitad de la noche, Sam Beam había olvidado cómo arrancaba una de sus canciones –“son muchas”, insistía–, hasta que una chica desde abajo le tiró esa primera línea que lo hiciera sonreír agradecido.
Quizás, en el vivo no tenga el control de lo que acontece. Sin embargo, su disfrute se respira con facilidad. Una noche que si hubiese contado con algún agregado, éste habría estado precisamente de más.//∆z