2014 quedará marcado como el año en que Christopher Nolan nos llevó al espacio… y volvimos a la Tierra con sensaciones dispares.

Por Ale Turdó

Los directores de renombre suelen conseguir luz verde para sus proyectos con relativa facilidad, los estudios se pelean por ellos. También suelen conseguir el visto bueno de los mejores actores para sumarse a sus proyectos. Saben que cuentan con una base leal de seguidores que siempre apoyará sus ideas. Esta es la parte buena… la parte mala es que ciertos directores despiertan admiración y críticas casi en partes iguales. Los die-hard fans harán la vista gorda ante ciertas cuestiones que los creadores podrían haber resuelto mejor de acuerdo a lo que marcan sus antecedentes, y aquellos detractores que se encontraban agazapados a la espera del mas mínimo desliz no lo pensarán dos veces antes de ir directamente a la yugular.

“Interstellar” es esa clase de película. Christopher Nolan y su hermano Jonathan co-escribieron esta historia sobre el fin de los días en la tierra y la condición humana. En un futuro no muy lejano nuestro planeta se vuelve progresivamente un lugar inhóspito para vivir, y la única respuesta parece ser asegurar el futuro de la humanidad en otro planeta, otra galaxia. Cooper (un Matthew McCounaughey a la enésima potencia) es un ex-piloto de la NASA que en la actualidad se dedica a trabajar la tierra -o lo que queda de ella- y vivir del cultivo. El mundo de este futuro apocalíptico no necesita astronautas ni ingenieros, necesita granjeros. Un suceso fuera de lo común lleva a Cooper a encontrarse con lo que queda de la NASA, un grupo de científicos liderados por el Profesor Brand (un Michael Cane nolanístico y también a la enésima potencia) que planea explorar otros planetas potencialmente aptos para la vida humana viajando a través de un wormhole, un “agujero de gusano” o atajo en la continuidad espacio-tiempo que permite viajar a puntos distantes del universo.

El guión no escatima en rigor científico, apoyándose en conceptos como la Teoría de la Relatividad de Einstein, la física cuántica, los agujeros negros y la multi-dimensionalidad. Nolan cae nuevamente en la trampa de desarrollar un personaje principal que carga exclusivamente con la mochila de ser ese héroe omnipotente que minimiza al resto de los actantes, y nos presenta a Cooper como un ex-piloto que parece ser el que tiene siempre las mejores ideas -por encima de otros científicos calificados para la misión- y descubre siempre cuál és la verdad de la milanesa.

La música compuesta con autoridad por Hans Zimmer (colaborador reincidente de Nolan) da al film ese manto épico que sirve para que muchos la comparen con “2001: Una Odisea del Espacio”. Pero el bueno de Christpoher no quiere saber nada de analogías: él no quiere copiar “2001…”, él quiere hacer su Odisea en el Espacio y lograr su épica espacial por mérito propio. Si bien la cuestión de la condición humana y la exploración de las fronteras de nuestra galaxia son temas importantes dentro de ambos films, inevitables de abordar en este tipo de historias, allí donde “2001…” plantea de dónde venimos y quiénes somos, “Interstellar” intenta responder a la inquietud de adónde vamos, cómo y cuál és nuestro futuro como especie.

Cómo decíamos al principio, estas son aquellas cuestiones que los fanáticos verán como muestras de la genialidad que vive dentro de Nolan, de la misma forma que sus detractores se aferrarán a estos detalles para intentar exponer los puntos flacos. Y en ese sentido, tal vez lo más flojo llegue en su tercer acto, donde -a diferencia de Kubrick- el director parece urgido por sobre-explicar todo lo que sucede, en caso que algún espectador despistado se haya levantado para hacer un refill de pochoclo o haya tenido que ir al baño despues de casi tres horas de película. La sobre-explicación de ciertos puntos clave de la trama es inversamente proporcional al tiempo que se emplea en cerrar los arcos dramáticos entre aquellos personajes principales que llevaron adelante el relato.

“Interstellar” termina siendo una película que podría salir mejor parada del desafío en que la metieron si no fuese obra de un director con tanto peso en la actualidad de la industria, de quién la mayoría siempre espera que cada una de sus películas sean la experiencia más acabada del cine moderno sin margen de error. Para algunos lo son, para otros no tanto. Esa dualidad vive dentro de Nolan desde “Memento” hasta la actualidad. Y a fin de cuentas su último film es un fiel reflejo de este dilema: una épica espacial que de la mano de un director clase A deslumbra con su reparto, su fotografía y su score musical. Pero que al mismo tiempo termina siendo un caparazón vacío, insinuando mucho más de lo que realmente guarda en su interior, en particular cuando se retrocede un paso para tener mejor perspectiva.//z

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