En su libro de memorias, el artista repasa, a través de anécdotas, reflexiones e influencias, una vida dedicada a la cultura.

Por Matías Roveta

Una “suerte de arqueo del pasado”: ese es el modo en el que el Indio Solari describe, en su libro  Recuerdos que mienten un poco (Sudamericana, 2019), el proceso a través del cual eligió a sus maestros y maestras, aquellos y aquellas –en especial artistas- a quienes homenajeó en el arte de tapa de El ruiseñor, el amor y la muerte (su último disco de estudio, que cuenta en el booklet interno con fotos de John Lennon, Bob Dylan, Jack Kerouac, Noman Mailer, Billie Holiday, Werner Herzog o Evita, entre otros y otras). Todas esas personas que, cuando escuchó, vio o leyó, activaron algo en él y contribuyeron a formarlo y convertirlo en quien es. El trabajo de este libro, que realizó junto al escritor Marcelo Figueras, convivió casi en paralelo con la producción de ese álbum, y entonces surge una primera idea: en el análisis a fondo de su infancia, de su formación, su trayectoria y toda su vida en general es posible que se hubiera activado como disparador la idea de seleccionar a todo ese grupo de gente ilustre que lo marcó a fuego. Este libro llega, en todo caso, en un momento en el que el Indio mira hacia el pasado y pone en perspectiva su vida —en alguna medida parte del concepto de El ruiseñor, el amor y la muerte— y resume de manera genial y para siempre su pensamiento. Este es el testamento final de Solari y la posibilidad de meterse a fondo en una mente brillante.

Así, algunos de los conceptos que el Indio desarrolla a lo largo del libro funcionan como viejos conocidos, sobre todo porque el cantante siempre fue muy articulado en cada entrevista que dio e históricamente ofreció un discurso sin fisuras: por ejemplo, que se formó en la psicodelia y que buscó una manera alternativa de vivir, que el rock es una cultura y no un simple entretenimiento, que un artista debe correr riesgos y estar decidido a tener experiencias no ordinarias o que tempranamente entendió que lo mejor era combatir al sistema a través de la cultura —es decir canciones— y no con las armas (infectar la cultura y cambiar al hombre antes que a la sociedad). Ese es uno de los primeros méritos de Recuerdos que mienten un poco: para quienes nunca leyeron sus reportajes, el libro invita a descubrir el modo en el que el Indio se para ante la vida; y al mismo tiempo, para quienes están interiorizados en su obra, refuerza y colecciona en un solo tomo todo su interesantísimo imaginario artístico, político y ético.

Pero el Indio va mucho más allá y ofrece, por primera vez, historias hasta ahora no reveladas. Y es necesario volver de nuevo a El ruiseñor, el amor y la muerte: esa hermosa foto de tapa en blanco y negro que retrata a sus padres, José y Chicha. Los primeros capítulos del libro, en donde Solari recorre la historia de vida de sus progenitores, están entre lo mejor de la obra: cuenta que tuvo una infancia feliz, que sus padres lo criaron con amor, que en la casa donde vivió había una radio en la que sonaba música clásica, que su papá silbaba tangos o que aún recuerda —como momento trascendental— el brillo de los instrumentos de viento de las bandas que tocaban en la plaza frente al edificio del correo en Paraná, donde trabajaba su padre (“Tendría 3 o 4 años. Volvía a casa flotando en el aire, colocado como si hubiese salido de un recital”, dice el Indio). También se mete de lleno en su infancia para contar que aprendió a ser mal alumno desde temprano y que era un chico “dañino”, que se trenzaba en peleas con escopetas de aire comprimido y cascotazos con bandas de otros barrios cuando vivía en La Plata: “A veces pienso que los pibes no éramos dañinos porque sí, tan solo porque estábamos aburridos. Y me pregunto si, al menos en parte, no salimos de ese modo como respuesta a la violencia que imperó en el país, desde el 55 en adelante”.

El libro —voluminoso, de casi 900 páginas— es de lectura amena y dinámica, en parte porque el Indio es ordenado y explica con claridad sus ideas y porque además Figueras interviene con comentarios o preguntas certeras y siempre bien informado: el registro elegido es el de una suerte de conversación extensa, un diálogo relajado —está claro que sin la espontaneidad del “vivo”, porque los textos están trabajados al detalle— entre dos amigos, con mucho de entrevista, y estructurado de un modo exhaustivo y cronológico. Allí, el Indio hilvana sus argumentos con profundidad y con la contundencia conocida de resumir en pocas palabras ideas globales (una muy recurrente en el libro es eso de que “el precio de la libertad es la soledad”, por ejemplo) y, además, a lo largo de las páginas es posible largar también alguna carcajada: después de todo, el Indio siempre manejó un humor inteligente y ácido (excelente la anécdota en la que cuenta cuando en los ’70, en La Plata, acompañó a un amigo dealer a venderle a un taxista).

Y Recuerdos que mienten un poco es revelador en muchos otros aspectos. El Indio siempre fue reacio a hablar del significado de sus letras, en parte para no romper con el misterio y el simbolismo de una buena lírica. De hecho, en uno de los mejores capítulos del libro el Indio se dedica a analizar lo que él considera la buena escritura: “Lo que me atrajeron fueron ciertos textos en los que el silencio parecía importar más que lo dicho. Me interesaban las sombras que producían ciertos versos; la línea que faltaba, por encima de la que estaba; los textos que te invitaban a que los completaras en tu cabeza”, analiza Solari, para luego hablar de su fascinación por los haikus (“esos poemas de los japoneses que sugieren un universo entero en unas pocas palabras”) y explicar que el primer objetivo de la poesía debería ser el de conmover. También, allí habla del enigma: un recurso que, si está bien presentado, puede generar que alguien caiga “presa de esa telaraña” e imagine “algo que incluso puede ser superior a lo que vos planteaste en pocas líneas”. Son declaraciones que sirven para entender mejor las letras de sus canciones, que suelen ser ambiguas, sugieren imágenes y permiten hacer varias lecturas. Pero en Recuerdos que mienten un poco, por primera vez en su carrera, el Indio desglosa todas las canciones de su obra e invita a descubrir en qué se inspiró como idea principal. En algunas casos es cierto que brinda algunos aspectos generales como marco teórico de partida, pero en otros profundiza con detalles y anécdotas: dos casos, por ejemplo, son los de “Lavi-rap”, en donde recrea parte de sus aventuras en los baños turcos de ciertos hoteles de Buenos Aires para dar vida a la historia, o “Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia”, que tiene frases que remiten al gusto del baterista Walter Sidotti por las golosinas. Así, el libro ofrece una guía formidable de toda su discografía, un manual irresistible para el melómano de turno que quiere saber un poco más.

Es muy interesante también el recorrido que Solari hace de su formación como artista cuando explica que, antes de definirse por el rock, era más bien un curioso que sabía algunos acordes en la guitarra y además escribía, pintaba, dibujaba e incursionaba en el cine: “Como consecuencia de la curiosidad, mi cabecita era muy dispersa (…) Más bien me gustaba todo a la vez, y me importaba todo. Eso contribuyó a hacer de mí un compositor muy particular”, analiza. La posibilidad para su quiebre definitivo hacia la música se dio —aunque suene contradictorio—a través del cine: conocida es la historia de que escribía guiones para películas junto a Guillermo Beilinson —hermano de Skay— y que, a la hora de necesitar armar la banda de sonido para el cortometraje Ciclo de cielo sobre viento, el Indio se relacionó con el guitarrista. Si bien todavía lejos del formato de banda de rock, esa fue la verdadera génesis para la dupla creativa: “Mezclábamos ruidos con música: Skay tocaba la guitarra yo metía voces con ecos. Lo que salía era una suerte de folklore universal, bien raro”.

El libro ofrece así la posibilidad de trazar un perfil artístico y entender mejor la búsqueda del Indio en cada disco (tanto con Los Redondos como solista), la idea de obra global, en donde el arte de tapa del álbum refuerza el concepto que se intenta desarrollar a lo largo de las letras y arreglos de las canciones. Es decir, imagen-texto-sonido como un todo, o esa misma curiosidad inicial que persiste y convierte al Indio en un artista multifacético. Un buen ejemplo es Oktubre (1986), disco clásico de Los Redondos en donde aparece el concepto unificador para toda la obra: el Indio bosquejó la portada y luego le pasó la idea a Rocambole, quien diseñó ese fondo de multitudes con la catedral de La Plata en llamas y la tipografía soviética, para un álbum con espíritu revolucionario (“La idea era formular una suerte de llamado a ciertos sectores que parecían querer lo mismo, pero estaban disgregados”, dice el Indio) y que abre con sonidos de explosiones, guitarras marciales y una letra sobre el sentido internacional de la rebelión. Ya en solitario el Indio se encargaría directamente de todo: la composición de las canciones, pero también de las portadas y dibujos de su autoría, que ilustran cada uno de sus discos.

“Era una forma de ofrecer mi propia visión de lo ocurrido”, explica el Indio sobre el final del libro cuando Figueras le pregunta cómo surgió la idea de hacer Recuerdos que mienten un poco. En el “Prefacio/advertencia” cuenta que su libro no viene a corregir lo dicho sobre él en otras obras y que se trata apenas de su versión, que no puede ser interpretada como una verdad unívoca e incontrastable. Pero más allá de esta aclaración sincera, el libro es demoledor: las confesiones de un tipo que vivió la cultura rock de punta a punta, que es uno de los pocos sobrevivientes de esa generación y que en este libro habla de todo y abre su corazón como nunca antes (conmovedor por ejemplo “Esos dolores dulces”, el capítulo final en donde el Indio analiza el concepto de belleza y la cercanía de la muerte basándose en una imagen hermosa sobre Leonard Cohen). Un libro vital y necesario, una obra para entender mejor la vida de uno de los genios artísticos más importantes del rock argentino. El propio Indio resume cuál es la sensación luego de haber leído sus propias memorias: “La satisfacción de reconocer en el libro la vida que yo recuerdo”. //∆z