El ahora trio integrado por Alejandro Leonelli,  Nicolás y Alex Kodric, se presentó junto algunos invitados en el Centro Cultural de la Cooperación, para presentar material nuevo y repasar canciones de todos sus discos.

Por Gabriel Feldman

Foto de Pablo Lakatos

Quizás algún indeciso que estaba por ir a ver la obra de Ricardo Fort decidió caminar unos metros más y meterse al Centro Cultura de la Cooperación a escuchar a Honduras Libregrupo. O tal vez sucedió a la inversa, quién sabe, todo es posible en este mundo. Unos metros nomás… Buenos Aires es verdaderamente una ciudad cosmopolita.

No, no fuimos a ver a Richard. El lugar era el Centro Cultural de la Cooperación, en una muy linda sala en el fondo del establecimiento, para ver a Honduras Libregrupo; una banda con nombre y apellido eh! Un ambiente muy cálido, sala llena, amigos y familia de la banda también, están todos aquí para presenciar un recital especial para ellos. Todos muy cómodos, algunos con copas de vinos en sus mesas, cerveza cuándo no, para esperar a que empiece. Honduras Libregrupo actualmente es un trío integrado por Alejandro Leonelli (voz y bajo), Alex Kodric (guitarra) y Nicolás Kodric (órgano y baterías electrónicas). También fue un cuarteto, quinteto y septeto, con batería, percusión, trombón y saxo all inclusive. No sé si es más fácil comentar acerca de las cosas que no vas a encontrar en un recital de Honduras o describir fehacientemente lo que hacen. Se hará lo posible.

Honduras es una banda de rock experimental a grandes rasgos. Siguen el camino que abrieron, entre otros, esos alemanes e ingleses locos (bastante más lúcidos que todos) con el krautrock alemán de principios de los ‘70 por un lado y el movimiento del RIO inglés (rock in oposition), hacia finales de esa misma década, por el otro. Podría ser una síntesis, estamos en Argentina, ¿no?, las influencias vienen de todos lados y alemanes e ingleses conviven sin resentimientos bélicos en esta gran banda. ¿Churchill se revuelca en su tumba?

Pensá en bandas como Henry Cow, Art Bears, Can, Faust, Matching Mole, Cluster, Neu!, y tantas otras, nutriendo a este organismo porteño. Rock experimental, space, avant, drone, kraut, psicodelia, todo es posible en el universo Honduras. Por supuesto, sumado también la influencia de la actualidad, sobre todo en sus letras. Sí, puedo enumerar géneros específicos e inventar algunos si es necesario (tengo un barco lleno de géneros super-específicos de música empezando por…). Al carajo con los géneros y estilos. Honduras hace música y punto. La única posición es la oposición. Editaron cuatro discos, dos de ellos casi en descatalogados (algún afortunado y los integrantes de la banda los tendrán, supongo) y el año pasado, en modo septeto e invitados, sacaron el último, Célula Dormida. Otra joyita.

En esta oportunidad iban a presentar algunas canciones nuevas, compuestas con las condiciones productivas del trío, y también repasar canciones de todos sus discos con una tropa de invitados de lujo que se irían sumando dependiendo las canciones.

A las 00:30, tal como estaba previsto, empezó esta interesante noche, como bien la denominó Alejandro Leonelli. Todos tomaron sus lugares: Alex con su guitarra a la izquierda; Ale con el bajo en el centro; Nico en la derecha con el órgano y programando las baterías electrónicas, muy concentrado en lo suyo, casi como en su pequeña estación espacial; y el primer invitado, Christian Stella, en una percusión llamativa constituida a base de pequeñas cuencas sobre una mesa, como diferentes ceniceros que producen diferentes sonidos, detrás del órgano.

Arrancaron con “Canción cruda”, una plácida pieza del Volumen 3 (2009), en donde la guitarra naufraga sobre una base sólida erigida por el bajo y el órgano. Todo es muy preciso. La base del bajo se repite continuamente, como un péndulo que va y viene. Christian golpea sus cuencas en el momento justo, con la precisión que diferencia al golpe en el lugar correcto del intrascendente. Mientras tanto, los Kodric se encargan de que el espacio se acerque a la tierra. Desde la estación espacial emanan sonidos procedentes de otros planetas, y la guitarra, con acordes sutiles, barrena la melodía.

Ya en forma de trío Nico le da play a una secuencia. En el silencio se escucha una voz computarizada, como si fuera Stephen Hawkings o algún androide del futuro, recitando el principio de la letra de “Tomando conciencia del baile”, quedando resonando en mi cabeza esa estrofa de esa gran canción: Ellos / que antes eran esclavos / comenzarán a escribir la historia / Sus tierras expropiadas / Sus fábricas recuperadas / Y en sus iglesias parques. ¡No! ¡Rojos y ateos! ¡Quémenlos! Por suerte las bandas con convicciones siguen existiendo.

“Familias”, una del último para continuar y Alex cuando toca la guitarra parece poseído. Ni el más experimentado air-guitarrista podría asumir ese compromiso con los sonidos que lo rodean. Los movimientos, los tappings violentos… Hay que exorcizarlo por las dudas.

Una fórmula que se repite en algunas de las canciones es que sobre una base iluminada, ambientada para la introspección, se suma la voz suave de Ale, condimentada con un poco de eco, para entonar las sentencias que caracterizan sus letras. “Desalojos hechos en silencio / amanece y hay varias casas menos / familias enteras se alimentan de familias enteras”. Esas palabras resuenan firmes pero gentiles en una base de corte industrial.

Para la siguiente se acercan Hernan Calvo (de Lumbre, banda altamente recomendable) en guitarra y Christian Stella nuevamente en percusión. “Puente Llaguno”, una de mis predilectas debo decir, una frágil y hermosa pieza en donde el dialogo entre las guitarras y la percusión crean un sonido cual cajita musical china. Frágiles pinceladas bien aplicadas, donde la voz se escucha clara. No voy a transcribir pasajes de cada una de las letras, podría, pero no les voy a dejar esa comodidad. Sean curiosos…

Siguen los invitados, dos viejos conocidos de la casa: Omar Grandoso en trombón y Agustín Martiré en saxo, para desatar la psicodelia en su estado puro. Los vientos agregan una cuota de jazz al asunto, con unos solos dignos de contemplación. ¡Santos recórcholis, Batman! Verdaderamente te vuelan la cabeza. Todas las versiones de canciones viejas ahora se adaptan a las baterías electrónicas. Personalmente soy un poco reacio a ellas, pero hay que decir que no desentonan. Gran versión de “Tu mujer te da una Mariposa”, de su primer disco, Volumen 1 (2006) que sólo está en las calles cibernéticas… Ya fue, taringueénlo y escuhen esa bomba psicodélica-experimental. Promocioné las materias de la facultad escuchando eso. Lo recomiendo.

A continuación, tres nuevas creadas bajo el nuevo formato trío de Honduras. Baterías electrónicas, bajos bastante más potentes para las bases y un panorama oscuro que originan la guitarra y el órgano. Bases sólidas, más movidas, sumadas a las distorsiones y sonidos espaciales característicos. Todo se suma en el aire para irradiar a nuestros cerebros. Éstas nuevas tienen un aura más techno-industrial, por las mencionadas rítmicas electrónicas. “Investigaciones Bélicas” (¿wikileaks?), “Brazo internacional”, “Amigos”, lo nuevo de Honduras, siempre con el tono ácido y crítico en sus letras.

“Amigos” me hizo recordar una situación que me pasó hace poco. Estaba en un bar y muchos estaban en otra, muchos con sus blackberrys en el mundo virtual las 24 hrs, ¿qué onda? ¿Qué nos está pasando? “Quisiera cortarte los brazos/ quemarlos y tirar sus cenizas al mar/ para que ya no abuses de esas máquinas”. (No lo pude evitar, la transcribí!). Pero es verdad, con todas las redes sociales y las tecnologías deberíamos revisar que uso les estamos dando… Para pensarlo quizás.

Bueno, en fin, de nuevo a Honduras. Es verdad, no son una banda que habla mucho y tampoco tienen despliegue sobre el escenario, pero ¿acaso importa? También es verdad que muchas veces nos venden el producto por la vista y “nos cagan por los ojos” (que las pantallas, que los lasers, las lucecitas de colores), “acá tendríamos que haber tocado con las luces apagadas”, comentaba Ale. “Si quieren una banda para ver, hay un montón de bandas que hacen cosas copadas sobre el escenario. Acá se viene a escuchar y agradecemos mucho que hayan venido”, dijo antes de terminar. Por las dudas, no apaguen las luces porque con tanto movimiento y la luz apagada Alex puede terminar herido.

Para el final, todos los amigos sobre el escenario en la última: Omar Grandoso en trombón, Agustín Martiré en saxo, Hernán Calvo, ahora en bajo, y también Alan Courtis, referente y pionero de la movida experimental en Argentina, un verdadero lujo, tocando una especie de violín eléctrico y sus efectos correspondientes. Ocho sobre el escenario para un final demoledor con una mezcla entre “Esto es el invierno”, de Célula Dormida (2010) y una improvisación para el deleite de los que asistieron. Ale cantó/recitó lo correspondiente y se retiró del escenario dejando a los otros seis hacer lo que saben. Verdaderamente impresionante, todavía me resuena la base hipnótica y el bajo remarcando los bombos de la batería electrónica (tun tun….tun tun tun). Paisajes materializados en sonidos. Nubes grises que se apoderaron de la sala, niebla, y el final de los tiempos estaban allí. Los vientos presagiaban el caos y el venir de una nueva era, mientras el acorde del órgano se prologaba al infinito. Sí, es la banda sonora del final de los tiempos. Uno a uno, cada músico abandonó el escenario. Los vientos primero, luego Alex y su guitarra, tiempo después Hernán Calvo lo siguió, dejando a Alan Courtis y a  Nicolás Kodric solos. La base seguía firme, hipnótica, el órgano en un acorde con frecuencias moduladas que salían de allí. El señor Courtis, escondido bajo su larga melena, sacando sonidos indescriptibles de su peculiar instrumento. Poco a poco la intensidad bajaba y el final se acercaba. Magistral. Diez minutos de pura experimentación sin fronteras para dar cierre a un recital de una hora y media. Ya las dos de la mañana y, mientras la sala se vaciaba, todavía tenía esa base en el cerebro. Sonaban los Mars Volta, “Miranda that Ghost Just Isn’t Holy Anymore” nos condujo a la salida.

Ya al partir, todos los presentes se llevaron un disco de material inédito que gentilmente regalaron a los que se acercaron. Bien al estilo Honduras, el disco guarda dos canciones en vivo de aproximadamente veinte minutos cada una. Y bueno, así es la cosa. Si pueden descubran sus oídos y escuchen algo de esta música escondida.