A diez años del 11-S la televisión comienza a hacerse cargo del acontecimiento y lo hace con una visión crítica no solo de sus causas sino también, y principalmente, de sus consecuencias, mostrando que la llamada guerra contra el terrorismo se despliega en una zona de indiferenciación entre razón y sinrazón. Ese es el argumento de la serie de televisión Homeland, recientemente galardonada con el Globo de Oro y que en 2012 presentará su segunda temporada por la cadena Showtime.

Por Luis García Fanlo

Primero fue 24 (Robert Cochran y Joel Surnow, 2001-2010, FOX) con una composición argumental clásica aunque totalmente novedosa en términos técnicos y visuales, luego la genial y malograda Rubicon (Jason Horwitch, 2010, AMC) y ahora Homeland producida íntegramente por Showtime y reimaginada a partir de la serie israelí Prisoners of War (2009-2010) creada por Gideon Raff. La diégesis nos instala en Estados Unidos en la actualidad y está centrada en Carrie Mathiston, una inestable agente de una sección de la CIA quien, amparada en el Acta Patriótica, se dedica a realizar tareas de inteligencia interna para prevenir un atentado terrorista que, según sus fuentes, será realizado por un militar norteamericano renegado. Paralelamente, luego de seis años de cautiverio en Iraq, el sargento Nicholas Brody es rescatado milagrosamente, convirtiéndose en un héroe americano con proyecciones políticas inesperadas al ser presentado como un símbolo de la guerra contra el terrorismo. Carrie está convencida que Brody es el militar traidor y hará todo lo que está a su alcance para desenmascararlo, pero una y otra vez sus esfuerzos serán inútiles.

El dilema que se presenta al espectador es el siguiente: ¿Es Brody realmente el traidor? ¿Qué podría motivar a un marine secuestrado y torturado por años a pasarse de bando? ¿Son lícitos los medios que utiliza el gobierno norteamericano en su guerra contra el terrorismo? Estas son las preguntas que irán planteándose y resolviéndose a lo largo de la primera temporada y que tendrán una respuesta totalmente alejada de los lugares comunes y de los discursos políticamente correctos abriendo nuevos interrogantes para ser desarrollados durante la segunda temporada. Lejos de ser una clásica serie de espías, Homeland despliega un discurso ético y estético de alto contenido político desde una perspectiva que combina una profunda crítica de los modos de ejercicio del poder por parte del gobierno norteamericano y una poderosa reinterpretación de sus discursos oficiales, sus dispositivos y sus representaciones sobre la historia reciente norteamericana y sus efectos sobre el resto del planeta.//z

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