Por Ramiro Sanchiz

Foto de portada por Hiro

La primera. Ninguno de mis amigos stonemaníacos tiene por su favorito al disco cuya portada ocupaba frente y espalda de la primera remera de rock que vestí en mi vida. Y tampoco yo, ni ahora ni entonces, diría que Black and Blue está entre las obras maestras de la banda. Es, en todo caso, comparable a sus vecinos, las piezas menores de la discografía setentera, todo eso –hecha la excepción de Some Girls– que vino entre Exile y Tattoo You, discos tan pastosos o cansados como It’s only rock’n’roll y Emotional rescue, y hecha la excepción de joyitas como “Memory motel” y “Fool to cry”, quedan en Black and Blue numeritos rockeros como “Hand of fate” o “Crazy mama”, nada del todo brillante, nada del todo terrible, más “Hey negrita”, que se salva porque es más rara de lo que parece, y el menhir funk de “Hot stuff”. Quiero decir con esto que la remera no la elegí yo: fue un regalo de mi vieja, elegida supongo que al azar o porque tenía la cara de Jagger, Richards, Wyman, Watts y Wood, y entonces no hice otra cosa que fingir que me gustaba. Pero con el tiempo aprendí a amarla. Cosa que no fue fácil: durante todos los años en que fui un verdadero fan de los Stones Black and Blue no me gustaba, y las cosas pseudolatinas de “Hey negrita” me parecían una cagada, casi al nivel de lo peor de Dirty Work o Undercover. La remera permaneció escondida cierto tiempo, entonces, por debajo de alguna camisa o algún buzo, hasta que le encontré su vuelta un poquito snob, por aquello de los gustos adquiridos o las elecciones no obvias. Pero eso también pasó. Ahora pertenece al conjunto de ropa que ya no se lleva bien con los kilos que he ganado desde mis veinte años pero que persiste y sobrevive, mudanza tras mudanza, a las purgas de mi guardarropa. Y hace unos cinco o seis años, en un viaje a Buenos Aires, compré un remaster de Black and Blue, de sonido bastante mejorado, y volví a valorar aquel disco; pero más aún me maravilló la fotografía de su interior: los Stones en una playa fantasmal perdida en los setenta, en algún instante del fin del mundo, un buen rato después de la puesta del sol. Si no la tienen presente, búsquenla, mírenla. Esa foto –lamentablemente no reproducida por mi remera: ahora quisiera una que lo hiciera– esconde algo. Hay un misterio allí, en esa luz, en ese cielo, en ese mar, en las sombras de los Stones, en lo que escriben (escribieron, escribían) en el tiempo.

La favorita. Creo que el primer intento pasó por pintarla y que al hacerlo, suponía, debía implicarse algo de disciplina, de trabajo manual análogo a una forma de meditación. ¿Estaría de acuerdo Fripp con esa naturaleza de mandala y estado de consciencia que, llegué a suponer, crearía al aplicarme con pincel y lápiz sobre una remera roja para dejar sobre la tela el logo de Discipline? La solución fue más sencilla: lo mandé imprimir en esa especie de plástico adhesivo o nylon o lo que sea que sirve para confeccionar remeras a partir de stencils o gráficos vectoriales simples, subespecie de remeras que en mi guardarropa llegó a incluir las dosmileras inevitables del Joker de Ledger (why so serious?), el logo de la Iniciativa Dharma y la cara simplificada de Walter White. En este caso sí es un favorito personal, top 20 sin lugar a dudas, y top 5 de Crimson. Pero viene además con una historia: hace un año y pico tocó Adrian Belew en Uruguay y tuve la suerte de pasar un rato con él y su banda en el backstage, gracias entre otras cosas a que iba a cubrir el recital para un periódico montevideano. Llegado el momento surgió la idea de ir a tomar algo y, en la van que nos llevó a la ciudad vieja montevideana, alguien pasó un porro. Le tocó el turno a Belew, pitó rápidamente y me lo ofreció. Yo sabía en qué iba a meterme, pero era imposible negarse: ¿un porro pasado por uno de mis guitarristas favoritos? ¿Cómo decirle que no? Al rato, cuatro o cinco pitadas mediante, dejé paso a ese idiota en que me convierto cuando fumo porro con gente. Sobrio soy capaz de hablar inglés de manera digamos inteligible: a partir de que la marihuana borroneó el cableado de mi cerebro, sin embargo, me volví completamente incapaz de armar una oración coherente. Eso, por supuesto, no me inhibió de seguir hablando, y en algún momento fui consciente de que Belew debería estar ya bastante aburrido –por decirlo de manera amable conmigo mismo– de que este idiota uruguayo con una sonrisa más grande que su cara y una remera de Discipline no fuera capaz de decir algo coherente y no dejara de volver al deseo evidente de preguntarle por 1978 y el tour de Stage junto a David Bowie, o los conciertos con Crimson de la gira de 1984, o la gira Sound and Vision una vez más con Bowie, y que nada de lo dicho fuera en el fondo comprensible. No sé si alguien terminó por llamar mi atención con algo plateado (“¡un espejo vivo!”, como dijo Jimbo en aquel capítulo de Los Simpsons) y logró así despegarme de la oreja de Belew, que mi sintaxis incompetente venía masticando hacía demasiado tiempo. En cuanto a la remera: ese sistema de confección a la larga es una porquería, porque los trazos se despegan y la imagen se vuelve irreconocible. Pero no la he tirado aún: está ahí, todavía, como un recordatorio de eso que debería saber bien, que no debo fumar porro en compañía porque me vuelvo más idiota aún. Y por ahora, debo decir, vengo cumpliéndolo. Es una cuestión de disciplina.

La que siempre quise (y quiero) y nunca pude tener (pero espero tener algún día). En rigor, algunas que no tengo y quisiera tener me parecen fáciles: basta con comprarlas por ahí, y por eso no me esfuerzo demasiado por conseguirlas. Ya llegará el momento. La ocasión. Y ahí tendré mi remera de Low o Blackstar, de Another Green World, de Everywhere at the end of time, de Future days. No hay apuro. Son sencillas. El problema está en esas que se me ocurren quizá justamente porque nunca se las vi puestas a nadie. Y ahí está mi Santo Grial Remerístico: Starless and Bible Black, de King Crimson, cuyo arte es ante todo sobrio, austero o minimalista, incluye en su contraportada una de las páginas de A Humument, una obra del artista plástico británico Tom Phillips que consiste en las páginas de la novela A Human Document (1892, por W.H.Mallock) intervenidas con tachones y dibujos, siempre bellísimos y en la línea estilizada y eerie de otras obras de Phillips (entre ellas el cuadro del que la portada de Another Green World, de Brian Eno, es un detalle). La elegida por Crimson es el detalle de una página: entre manchas tachones puede verse lo que parece una mancha o ameba en cuyo interior blanco se lee this night wounds time, algo así como “esta noche hiere al tiempo”. La frase, que resume esa cosa eerie (término que sería inútil pretender traducir al español pero que puede asimilarse completo leyendo The weird and the eerie, de Mark Fisher) e inquietante es hermosa en sí misma, pero además en el disco de Crimson parece funcionar como el último trazo que cierra una obra fantasmal y fascinante, delicada como un holograma suspendido en el desierto de un mundo alienígena, último recuerdo de un imperio antiquísimo. ¿Se puede resistir al deseo de convertirla en una remera? Claro que no. Pero hasta ahora he fallado: en la web no se encuentran imágenes de resolución suficiente y escanear tanto CD como vinilo no logra generar (dadas mis habilidades, es decir) una versión lo suficientemente ampliable como para que funcione sobre la tela. ¿Se soluciona comprando A Humument y buscando esa página, necesariamente más grande que el detalle de la contraportada del disco? Pues no: la que se consigue ahora es una edición de 2016, corregida o reelaborada por su autor, y la página 222 sí muestra esa frase, pero el dibujo es completamente diferente al del disco. Quizá hacerse con la edición original (1970) sea algo demasiado complicado; además, es posible que Phillips haya creado la versión de Starless and Bible Black a propósito para King Crimson y, por tanto, esa disposición de manchas y letras jamás perteneció a A Humument pese a que la frase sí aparece en la obra. Es algo así como una misión imposible, pero no pierdo las esperanzas. Siempre, en última instancia, se puede reconstruir con habilidad, pincel y pintura para tela. Por no mencionar que el trabajo digamos “detectivesco” termina por lograr que siga dándole vuelta a uno de mis discos favoritos de todos los tiempos. //∆z

Este texto formará parte de la segunda parte de la antología Una remera rockera, que se presentará en septiembre en el Centro Cultural Recoleta.