En La poesía está en ser uno. Los libros de Vicente Luy (Beatriz Viterbo, 2020), el poeta Hernán recorre la obra de Vicente Luy (1961-2012) desde un punto de vista personal y alejado del academicismo. Conservamos con él sobre la búsqueda que motiva este libro-ensayo y de la amistad que lo unía a Luy.
Por Walter Lezcano
“Vicente no tenía biblioteca. Literalmente. No había una biblioteca en la casa de Vicente Luy. Eso te lo puede decir cualquier que lo conoció. La primera vez que fui a la casa lo que había era una montaña de CD’s. ¿Libros? No. Vicente leía el diario, revistas de música y miraba la televisión”, cuenta el poeta Hernán (1971), a secas. Acaba de publicar el ensayo La poesía está en ser uno. Los libros de Vicente Luy (Beatriz Viterbo). Es un trabajo muy personal que hace un recorrido por la obra de Vicente. Pero también sirve como puerta de entrada a un corpus complejo de la poesía contemporánea y, a la vez, como un territorio donde Hernán pudo filtrar poemas inéditos de Luy. La mirada se corre del manto académico y muestra aspectos literarios de Luy que están poco transitados. Sin embargo, Hernán no cierra ninguna puerta: “No es un libro de conclusiones, deja abiertas distintas puntas como para que la gente siga investigando por su lado”. Además, Hernán, que también publicó trece libros y dos discos de poemas, acaba de lanzar su último libro de poesía, El árbol que es todos los árboles, y la reedición de Verbonautas: Acción poética con su reluciente editorial Cae de maduro, junto a su socio Fernando Bogado. Pero ahora es momento de hablar de su amigo: el legendario poeta cordobés Vicente Luy.
ArteZeta: ¿Cuándo surgió en vos la necesidad de escribir sobre los libros de Vicente Luy?
Hernán: No hubo un momento específico. En una charla, un amigo me dijo que yo debería armar un video hablando sobre Vicente, ya que sabía tantas cosas de él. Yo le puse una cara como diciendo “¿de qué me estás hablando?”. Meses después armé un taller sobre los libros de Vicente en Córdoba. En el taller los chicos vieron los libros de Vicente, porque muchos no vieron las ediciones originales, vimos videos de reportajes, lo escuchamos leer sus poemas, etcétera.
Después, por primera vez en mi vida, pedí una beca al Fondo Nacional de las Artes y, contra todo pronóstico, me la dieron. AsEstablecer imagen destacadaí que pensé en ampliar las treinta hojas que tenía de ayuda memoria para el taller. Y pensé en un libro que no tendría videos ni audios, pero podía tener poemas inéditos, fotos y otras citas. Así que me puse con eso. En tres meses lo terminé, se lo pasé a Beatriz Viterbo y me dijeron que sí, que lo publicaban. Es un libro sin plan, no planeé hacerlo. Lo aproveché para meter poemas que Vicente no puso en ninguna antología y correrme de lo que la gente ya conoce.
AZ: En 2014 salió Veo Veo, una antología con gran parte de tu producción poética. ¿Ves alguna vinculación con este ensayo?
H: Sí, esa antología muestra veinte años de trabajo: del ‘94 al 2014. Era la primera vez que me tocaba a mí. Al revés de Vicente, que en cuatro años hizo tres antologías. Me parece insólito. No conozco a nadie que haya hecho algo así: tener tiempo de volver sobre sus textos, elegirlos, corregirlos. Por ahí te invitan a hacer una antología pero uno pasa de libro en libro y no vuelve a reeditar. Me parece que tiene que ver con el sistema de Vicente: corregir y corregir. Tenía esa cosa particular.
AZ: ¿A qué le prestaste atención para pasar de esos primeros apuntes de clase al ensayo propiamente dicho?
H: Yo no leo ensayos. Veo que este libro tiene puntos de contacto con Aviones (2002) y No le pidan peras a Cuper (2003) porque en los libros de Vicente siempre había fotos, escrituras de otros, documentos, citas, reportajes, recortes de diarios. Y esos son libros que diseñé yo. Así que este ensayo tiene algo de esas inclusiones. Lo único que no está en los libros de Vicente es la primera parte de este ensayo que habla del linaje de Vicente, de su abuelo Juan Larrea. Debe haber sido muy impresionante haber sido criado por alguien así. Y tiene que ver con cómo fue él. Quizás fue la persona que más quiso Vicente, su compañero y la persona que mejor y peor le hizo al mismo tiempo. No es una biografía, porque todo lo que Vicente no escribió en sus libros no está en este ensayo. Su relación con sus abogados o sus socios, o las internaciones, o cuando venía a Palermo a jugar a los caballos, o su parte futbolera, por ejemplo. Todo eso no está. Lo que fue complicado fue sentarme a leer los libros de Vicente como si fuera un desconocido. Fue muy difícil porque conozco más la poesía de Vicente que mi propia poesía. Era sentarme y descubrir cosas. Después de leerlo tanto, podía ver otras cosas. Ese fue el mayor trabajo.
AZ: En el ensayo se puede ver todo un corpus de textos y temas que están por debajo de la parte más conocida de Luy.
H: Sí. Los poemas de Vicente más políticamente incorrectos fueron los que circularon. Pero hay otros temas como la soledad, el dolor, la tristeza, entre otros, que están en su obra. Si bien Vicente armó tres antologías, esos cincuenta poemas que son los más conocidos no son los que él eligió como los mejores, los eligió la gente. Tiene que ver con que Poesía popular argentina (Cilc, 2009 y Añosluz, 2013) fue el libro por el que mucha gente lo conoció. Él lo armó expresamente para llegar a esa gente. Y lo logró. Además, ese libro lo hizo pensando que se iba a morir y no se murió. Así que quedaron muchos poemas afuera que llegaron a Plan de operaciones (Crack up, 2012).
AZ: ¿Con Vicente armaron una suerte de equipo de editores que dialogaba sobre el valor o la calidad de los poemas que iban escribiendo?
H: Sí, totalmente. Y también con las lecturas en vivo. Ahí Vicente probaba mucho. Cuando él se murió yo me quedé sin quien corregir. Estaba buenísimo tener alguien que te dijera “no, ese poema no va”. Yo no sé si había leído en vivo antes de Verbonautas. No conocía a nadie acá. Era el ‘95. Salió otra fecha y lo volvimos a llamar. Estaba en el proceso de cambiar el lenguaje que luego derivó en La vida en Córdoba (1999). Esas lecturas le sirvieron para ir encontrando esa forma de poemas más para decir que para leer.
AZ: ¿Cuándo te diste cuenta de que eran amigos con Vicente?
H: Creo que cuando empezamos a trabajar en La vida en Córdoba. Vicente venía a Buenos Aires y no se quedaba en la casa de nadie. Entre la primera y segunda lectura de Los Verbonautas yo lo fui a visitar a Córdoba y me quedé en su casa. Con el laburo empezamos a ser amigos. Y ese laburo lo hicimos casi todo por correo. Iban y venían los sobres con correcciones y hojas. Año ‘97, por ahí.
AZ: ¿Qué cosas tenían en común con Luy?
H: Los dos pensábamos que la poesía no es solo un género literario y que tiene que ver con algo más que lo que está en el papel. Y que lo del papel tiene otro peso si hay vida antes de volcarlo. Y esto lo dijimos ni bien nos conocimos. Pero no sé si hay influencias de la forma de escribir de Vicente en mi producción o viceversa. Y eso es algo raro de la amistad. Ojalá que alguien lea este ensayo y por eso pueda acercarse a la obra de Vicente.
AZ: Ahora mismo, ¿qué recuerdo te viene a la memoria de Vicente Luy?
H: Sus abrazos. En el 2011 me mandó un mail donde me decía que extrañaba mis abrazos. Sí, ese es el recuerdo ahora. Nunca dejamos de querernos hasta el final. Es una experiencia única que un amigo tuyo se vuelva loco. Una cosa para la cual nadie te prepara.//∆z