La escritora repasa toda una vida dedicada a la filosofía, a los quehaceres de la escritura y la literatura.
Por Alan Ojeda
Las lecturas de Hebe Uhart
Ahora estoy abocada a mis intereses particulares. Voy a escribir un libro sobre animales, por eso estoy leyendo esto –señala un libro sobre la mesa, Primos hermanos, de Roger Fout-. Un día fui a la editorial, que hablamos de bueyes perdidos, y estábamos hablando de animales y ellos me dicen “¿Por qué no haces un libro sobre animales?” y yo dije “Si”, con total convencimiento. Quizá me voy al norte a ver alguna vicuña. Para la provincia de Buenos Aires voy a hablar con algunos cuidadores. Hay un etólogo holandés que dice que los cuidadores saben más que los mismos científicos, porque los científicos tienen todas esas clasificaciones, pero los cuidadores conviven día a día con ellos.
Pero volviendo al tema. Arrancar a leer se arranca eclécticamente, se lee un poco todo lo que te dicen. Después, cuando fui afinando la puntería, fue Felisberto Hernández, mi maestro de escritura, el que me marcó. De chica leía de todo: Dostoievsky, Chejov, cuentística inglesa. Sí leí en su momento Cortázar. De los argentinos siento mucha afinidad por Alicia Steimberg e Isidoro Blainstein. Ahora me está interesando la literatura latinoamericana, que es muy potente. Hay algunos escritores peruanos, colombianos y chilenos muy buenos.
Cuando empiezo a leer a alguien que me gusta lo leo todo. Ahora, cuando tengo algún prejuicio no lo leo. Por ejemplo, no tengo bien leído a Saer, a Aira tampoco, no he leído Shakespeare… El otro día me llamaron para saber si podía escribir unas líneas sobre Cervantes y Shakespeare ¡Yo no quiero ponerme a leer Cervantes de nuevo! Y bueno, le dije que no. Todo lo que me lleva trabajo que no me reditúe no lo hago. Leo todo lo posible de lo que me gusta.
A los jóvenes los he leído por el taller. Félix Bruzzone me gusta bastante, Federico Falco también. Lo que pasa que yo me aboco a leer cuento y crónica para el taller. Y bueno, también leo para mi proyecto, estoy leyendo uno de un etólogo holandés y otro que habla sobre aves. Vos dirás ¿Por qué? Y bueno, porque llega un momento que uno se satura, y esto para mí es nuevo. Siempre conviene buscar una cosa nueva cuando uno está saturado de la ficción o de lo que sea. Yo la ficción ya la tengo en los talleres.
De las nuevas generaciones Bruzzone tiene el arte de poner -que no es fácil acá en Argentina- la cosa política de los desaparecidos sin bajar línea. No hace ningún panfleto. Eso los chilenos lo hacen mejor, hablan de su infancia en la época de Pinochet y lo hacen muy bien.
La vanidad
A mí los halagos no me funcionan. Me funcionaba más cuando tenía un gato y me decían ¡qué lindo gato! O las plantas, cuando dicen ¡qué lindas tenés las plantas! Porque es algo inusitado, nunca hubiera esperado que me digan eso. Ahí si me pongo orgullosa. Pero de la literatura no sé por dónde me va el orgullo. Por ejemplo, ahora tengo la traducción al italiano, pero me deja fría. No estoy en condiciones de leer suficiente en italiano para saber si la traducción es buena o no. Lo veo más como un trabajo. Cuando sos mayor es distinto el tema de la ambición o de la vanidad. Cuando era joven editar era difícil, había que golpear todas las puertas. Eso ahora no te lo hago.
El cine
El cine si lo tuviera abajo iría todos los días. Pero si tengo que cambiarme y arreglarme no me da ganas. Pero películas miro, busco. A veces encuentro una cosa linda y sino veo basura. Abundan las películas de tiros.
Herzog me interesa. Es un tipo muy talentoso. Pero al cine voy muy poco, a veces obligada. No obstante, me nombraron alguna vez jurado del BAFICI. ¡Tuve que ver un montón de películas! Me gustó. Había una de Renate Costa. Los paraguayos están haciendo bastante buen cine. Aún en ese contexto político espantoso están haciendo buenas cosas.
En el BAFICI vi muchos documentales. Uno rosarino muy bueno contaba cómo llegan los senegaleses acá. El rosarino filmó en áfrica también. Están en todo el país. Es un tema muy interesante.
Hebe y la filosofía
Filosofía me gustaba leer mucho, leía mucho para enseñar. Yo ahora si leo filosofía tengo que leer dos o tres veces para entender y me resulta una cosa algo extraña. La antropología filosófica me interesa, sobre todo. Me interesa ver desde dónde piensa la gente en las distintas culturas. Además, es necesario en tiempos como ahora que está todo mezclado, que hay gente con ropa tradicional que estudia Turismo, como en Otavalo, Ecuador, por ejemplo, donde hay indígenas ricos.
En este momento la filosofía no me interesa mucho. Ahora me interesa la conducta de los animales. Cuando yo estudié antropología filosófica, hace como cincuenta años, todo lo que se supo 35 años después es notable. Las clasificaciones en esa época eran: homo faber, pero el mono también fabrica herramientas; homo ridens, el hombre que ríe, pero los monos también ríen; homo luden, el hombre que juega, pero todos los animales juegan cuando son chicos. Entonces había un bache. Lo mismo la relación con el lenguaje. Los monos arman frases.
El trabajo del cronista
Un lugar donde aprendí mucho fue en Tucumán, donde hay un conflicto muy similar al de El Bolsón. Ahí hay un estafador que quiere hacer de las ruinas de Quilmes un emporio lujurioso para los turistas. Cuando llegué había asamblea, así que no pude entrar. Igual también safo con lo que no tengo. El problema es que hay habitantes que están a favor y en contra. El conflicto es similar al de El Bolsón cuando llegaron los extranjeros y compraron las tierras con los lagos y las comunidades incluidas. Allá también hay gente que está en contra de eso y hay otros habitantes que por cuestiones económicas prefieren que siga así. Les dan comida y trabajo, prefieren quedarse como peones. La ética frente a la situación de hecho.
Un lugar que me dejó muchas enseñanzas, y al que me llevó la intuición, fue Carmen de Patagones. Yo había leído que Carmen de Patagones era la tierra de las salinas grandes. La sal, desde el siglo XVIII, era codiciado por blancos e indios. En 1780 iban las caravanas desde Buenos Aires y les pedían permiso a los indios para buscar la sal, porque era tierra de indios. La colonización llega con el tema de la carne como valor de exportación. En mil ocho treinta y pico llega un gran cacique, Cafulcurá. Al que le interese el tema tiene que leer la correspondencia de él con Urquiza y Mitre. Cafulcurá tenía la mayor toldería del sur. De hecho, había más mestizos que indios. Entonces él pedía mucho en las transacciones; pedía botas, ponchos, pedía Ron de Madeira, porque la caña le hacía mal a la panza. Uno le dice “Usted pide mucho” y él le responde “Es menos que el arriendo de las tierras”. Cosa que por un lado es cierto, pero él creía que las tierras aún eran de él. Ese lugar, donde están las salinas, tiene muchísima historia indígena, argentina y española. A los españoles maragatos -así le decían a los de León- que llegaron alrededor de 1780 les prometieron hogar y herramientas de labranza… y no les dieron nada. En cuevas vivían. También hay maragatos en Uruguay, y se visitan con los de argentina. Doscientos años y siguen visitándose mutuamente. En esos lugares pasan muchas cosas, cosas que uno ni se imagina. Son temas que Buenos Aires desconoce. Buenos Aires desconoce todo. Bueno, Buenos Aires solo no, Concepción del Uruguay también. Por ejemplo, ellos tienen una localidad a una hora y media de viaje, Maciá, que tiene una comunidad indígena con ancianos consejeros y todo. En Concepción hablaba con un chico que vendía libros en la calle y le pregunté “¿Usted sabe que hay una comunidad indígena en Maciá?”, y no sabía.
Yo si no leía no me enteraba de nada de Carmen de Patagones, no me enteraba de los maragatos ni de Cafulcurá, es un lugar riquísimo. Yo fui a la casa de una señora, Teresa Epuyén, que tiene una hija que hizo la secundaria, entonces ahí también ves esos conflictos. Por ejemplo, la hija con estudios resentida por tener que vivir en una de esas casas chiquitas. Tenían televisor, celular, y esas cosas. Yo le preguntaba que veía en la televisión y ella contaba que cuando estaba su marido veía boxeo. Su hija decía “Yo, no”, se discriminaba como diciendo “yo esas cosas no las hago”. Y contaba que cuando estaban viendo boxeo y ella le decía: “Viejo ¿Por qué no boxeamos un poquito?”. Y eso, dado mi índole, mi forma de pensar, mi clase media, no se me ocurriría. Después estaban también los chicos, los nietos de Teresa, que se disfrazaban de Vicky Xipolitakis para el carnaval.
En Concepción del Uruguay conocí a un personaje, de esos que se las traen. Yo estaba en la casa de la cacique y una mujer asoma la cabeza por la ventana y no dijo permiso. La Cacique la deja entrar con la condición de que se porte bien, pero tuvo unos desbordes. En un momento dice: “Yo tuve trece hijos, y uno, como nació en la democracia, lo llamé Alfonsín”.
De Paraguay me interesa mucho la vitalidad. La gente de allá me dice: “Ustedes allá se viven quejando, nosotros acá estamos en el cuarto subsuelo y decimos: Iponaité, Iponaité. Significa “De primera”. Tienen un entusiasmo contagioso, son muy alegres.
América Latina conocí mucho. En Ecuador, en Otavalo hay indios ricos. Fue bueno ver eso. Son medio capitalistas, a buena hora. Es bueno aprender, es sano. Si estás sólo con gente de tu sector social, no sirve, algunos leen La Nación, otros Página12 y nada más. Cuando uno viaja conviene perderse, para conocer a la gente. El turista hace el camino más trillado, va a los museos y esas cosas. También porque el viaje es caro y a la vuelta hay que contar qué se hizo, ¿no? Jajaja. La gente no piensa lo que puede encontrar. Borges decía que todos los pueblos del interior son iguales, y se equivocaba. El mundo es apasionante en ese sentido. Lo ves a Cafulcurá mismo, y es un político. ¿Por qué no los aculturaron? Porque no los vieron. Los mataron porque no los vieron, no supieron entenderlo.
En Argentina no hay muchos cronistas. No es tierra de grandes cronistas. Brasil sí, son capaces de hacer crónicas de cosas muy chiquititas. La mejor crónica que leí es de un cronista brasilero que se llama Rubén Braga, que no está traducida, es de un hombre que nada y otro que lo ve desde la ventana. Es hermosísima. Es una cuestión de valoración. Acá hay jerarquía de los géneros. Se cree que la novela es más que un cuento y que el cuento es mejor que una crónica quizá. Qué se yo. Lo que se me ocurre es que en el Río de la Plata no hay dialoguistas. Puig sí, pero Borges y Felisberto, por ejemplo, no son monologuistas. Los norteamericanos sí, son grandes dialoguistas. Incluso en la película más mala tienen buenos diálogos. Es todo un tema para pensar por qué nosotros no producimos buenos dialoguistas.
La narrativa y la oralidad
Los registros y cómo habla la gente me interesaron siempre. Con el tiempo me empezaron a interesar más, como por ejemplo los eufemismos. En Perú a las villas miseria les dicen “Pueblo Joven”; lo que sería “mersa” acá, en Chile es “ciútico” y en Perú “wachafo”. La diferencia es que, como son sociedades más estructuradas en el tema de clase, es más lapidario, mientras que acá, en Argentina, una señora con miras altas pueda salir con un tipo mersa. Eso es porque es una sociedad de ascenso. Wachafo y ciútico es lapidario.
A los paraguayos los quiero mucho. He ido muchas veces a Asunción. A mí me explicó un cura jesuita que vivió en comunidades de Paraguay y Brasil cómo era el régimen este de alternancia entre guaraní y castellano. Porque ellos hablan en castellano, sale una palabra en guaraní, siguen en guaraní y después vuelven al castellano. Él me explicó que en la época de la evangelización les explicaban la idea de “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Padre e Hijo son conceptos que ellos tenían, ahora… ¿Te imaginás Espíritu Santo? Ellos hacen un uso muy sintético del lenguaje. Por ejemplo, los gays allá son los “paragays”. Si lees los policiales ahí, ves otra cosa muy interesante, no dicen “la ladrona” o “la que sustrajo”, dicen “la robacoche”. Después en el sur argentino me comentaron de un paraguayo que hacía de todo, plomero, electricista, albañil, y que cuando hacía un arreglo le preguntaba a la gente “¿Cómo lo querés, legal o hippuche?”. Hippuche es la mezcla de hippie y mapuche. Esas cosas me interesan.
En general ando mucho por la calle para escuchar como habla la gente. En Paraguay se dicen “mi rey” y “mi reina”. El lenguaje es muy importante para escribir. ¿Cómo vas a captar la voz de un personaje si no? Cuando la gente no capta la voz es porque piensa que no, que no puede hablar así el personaje. El deber-ser nos coarta todo lo que podemos ser. La obturación viene de la idea de que la gente no habla bien, buscan corrección. Por eso no se detienen a ver cómo habla un paraguayo o un brasileño. Yo en los talleres doy cuentos de Morosoli, un escritor uruguayo que hace cuentos de camperos. Te describe todos los tipos de hombre de campo. Ahora, ¿Por qué no le gusta esa narrativa a la gente que no le gusta Morosoli? Porque creen que habla en un castellano incorrecto. Creen que eso no pertenece a la literatura. Ya lo decía Mansilla, que era muy vivo, sobre Fray Mocho: “El malogrado Fray Mocho que no es reconocido como debería porque nosotros admiramos a los españoles que escriben florido”. Ahí empieza el estilo argentino, cuando Mansilla dice “Yo escribo como hablo”.
El trabajo del tallerista
No se enseña a escribir. Yo no enseño a escribir. Lo que les enseño entre lo que pueden estar haciendo y el esfuerzo que necesitarían hacer para escribir. El trabajo de un escritor es consigo mismo. No se logra por ósmosis. La gente es muy cholula, cree que se logra todo por ósmosis, por estar cerca de alguien. Lo lindo y bueno es raro. Lo que pasa es que es un oficio. Hay momentos de placer, de duda, de trabajo. No puede ser todo placer. Vos te casás y no es todo placer. Una vez estaba en una terapia de grupo y uno dijo algo que me quedó: “Si se trabaja en todas las áreas, para el amor también”.
La actividad de escribir tiene algo de actividad oculta, de brujo, uno hace cosas con las letras en el papel. Los indios, en un libro muy lindo, llamaban a un chico que sabía leer y escribir “el chico que conversaba con el papel”. Eso es muy lindo. Como cualquier oficio tiene todas sus partes. El que escribe tiene que darse cuenta de eso.
En la facultad nos juntábamos a tomar algo y hablábamos mucho, de todo. Eso se perdió, y es muy importante para la formación de los jóvenes. Se aprenden muchas cosas.//∆z