Por Ramiro García Morete

Me la hice yo mismo. Es celeste, está desgastada  y bajo el nombre de la banda, reza: “Do you still love rock& roll?”. Mejor dicho, tuve la idea y se la encargué a un compañero de trabajo. Fue hace ya varios años. Él carecía de noción alguna sobre qué era Wilco. Sin embargo conocía perfectamente la respuesta: seguía y seguiría por siempre amando el rock&roll. Es que ambos, tan distintos, poseíamos algo en común: ese indefinible universo que trasciende a un mero puñado de acordes. Y ambos nos habíamos reconocido, primariamente, no sólo a través de lo que exaltábamos o denostábamos, sino también desde lo que llevábamos puesto. Siempre sentí que las remeras de rock conforman una suerte de venia, de guiño o anzuelo. En una calle perdida o en una sala de espera, dos desconocidos pueden sentirse unidos o  mucho mejor que eso: expresarse  a través de una mirada sutil el mayor de los respetos, como si se dijeran: “Bien, de ahí venís, yo vengo de acá”. Esas remeras, como el rock mismo, siempre han sido algo que nos distingue y a la vez nos une. Diferencia y pertenencia.

La remera de la banda de Chicago es sólo una de mi dilatada lista personal. Y es que ciertamente me cuesta mucho escoger una sola cuando mi historial incluye decenas. Un rasgo distintivo es que nunca compré una remera hecha ni en un concierto. Inicialmente, las confeccionaba con tintas o fibras indelebles, estampando quizá alguna imagen que seleccionaba de una revista. Luego, cuando proliferaron los estudios gráficos y las tecnologías se volvieron más accesibles, comencé a materializar mis propios diseños de la mano del invaluable Chelo, suerte de amigo y gurú. Por eso puedo enumerar remeras de todo tipo y color, como la segunda remera que se hizo en La Plata de los Guasones: la primera la hizo Matías, otro gran amigo. Seguimos a la banda hasta que grabaron el primer disco. La mía tenía la letra inscripta con fibra indeleble y la imagen de un guasón de afiche callejero de A4 estampada. Entonces autogestionaba remeras rockeras sin ser precisamente de rock, como aquella que oraba: “No disparen: parezco pobre pero no lo soy”. También me pinté alguna de Los Piojos (lo asumo, sí), de IKV y tuve un par de remeras de los Rolling Stones con fotos de los años londinenses con Brian Jones por delante (la de la lengua me la regalaron, pero nunca la usé). Recuerdo con mucho afecto también dos de Iggy, especialmente una con foto en blanco y negro a la que le agregué, citando “I won’t crap out, I’m standing in a shadow, hating the world.”

En el eclecticismo de mis gustos adolescentes, Beatles y Dylan ya habitaban en mí pero nunca los llevé a una remera (quizá porque no hacía falta; aún hoy sólo tengo una de Bob que me obsequiaron y forma parte de esa extraña apropiación lavada de íconos rockeros que algunas marcas hacen vaya a saber porqué). Pero otra banda fundamental en mi vida quedó grabada a través de una T-Shirt: mi amigo Edu Morote (actual Sr. Tomate) vistió en su debut con Imagen Espiral un modelo que  alrededor de una pelota de basket tenía inscripto Beastie Boys. Muchos años después saldé mi deuda con un modelo negro, austero y suficiente, con el logo de las bestias noeyorquinas. Pero creo que siempre anhelaré la remera de quien fue mi compañero de banda en la primaria, Los Batilocos.

En el mismo camino de remeras negras (la mayor expresión de la remera rockera) poseo dos muy preciadas. Una es una especie de meta remera: basada en “la del pirata” que llevaba Elliott Smith en muchas fotos. Diseñé mi propio modelo de con tipografía College y un epígrafe particular: Lo-Fi School. Pocos como él dominaron ese terreno tan delicado del sonido. Otra es la clásica estampa de Johnny Cash, con un fuck you dirigido a la industria musical  y no en concordancia con el vocero de Clarín que hace stand up los domingos. Esa poderosa imagen ploteada sumada a la tipografía de los American Recordings dio por resultado una remera que creí original… hasta que fui una tarde a la Quinta Avenida. Original o no, la adoro. No le sucedió lo mismo a algún responsable de prensa provincial cuando en uno de esos eventos impensados que involucraban mi banda, tuve que formar parte de una fotografía con una “autoridad cultural” bonaerense.  Llevaba justo en un bolso la remera de Johnny asi que decidí extenderla, con su Cash y su gesto pendenciero. Días después, la foto recorría portales: un ex jefe de gobierno porteño junto a músicos y cineastas emergentes. Pero de mí, apenas se veía un hombro. Mejor para todos… no soy ni guapo ni fotogénico.

Debo estar aburriendo, así que pasaré por alto varias otras remeras y escogeré –finalmente y como debe ser- una. Y curiosamente no “me la hice” ni me la compré ni me la regalaron: me la gané. O al menos eso sentí cuando hizo entrega Diego de Pura Vida. El bar platense, se sabe, hace años que representa más que un mero local de bandas. Este auténtico centro cultural (y social: su compromiso en las inundaciones  lo demuestra) es mucho más que sí mismo: es el núcleo de tantísimos músicos, artistas y parroquianos que entendemos el rock y el mundo de un modo que excede a los detalles estéticos. Cuando me ponga “la de la calavera”, siento que llevo allí a todas las bandas de mi ciudad que admiro, respeto o por las que siento orgullo: desde El Mató o Virus, a un grupito que recién comienza en garage y que sabe que el largo camino se transita y no se corre. El rock platense no es una extraña membrecía sino una tradición; el rock platense no corresponde a un pequeño fenómeno geográfico sino a una postura de autonomía creativa. Por eso tantas bandas de otros lugares se sienten a gusto en nuestra ciudad y principalmente en Pura Vida.  El lugar donde, además, suenan cada noche las otras bandas, las inalcanzables, las clásicas, las raras, las modernas, las que llevo en mis remeras.

Y una razón esencial para mi elección que -además de ser mi destino favorito de cada fin de semana- su escenario Federico Moura es el favorito de mi banda.  Tenemos la suerte de tocar fuera de La Plata, pero cuando lo hacemos en ella, la mayor parte de las veces elegimos Pura Vida. Allí crecimos como grupo y lo seguimos haciendo. Porque de eso se trata el rock& roll: de hacerse, como las remeras, a uno mismo. Por eso aún -y a pesar de todo- lo amamos.//z

Mi nombre es Ramiro García Morete y los que me quieren me dicen Mister. Meto voces y guitarras en una banda llamada Miro y Su Fabulosa Orquesta de Juguete y formo parte de un sello: Uf Caruf!. Además soy uno de los responsables de Longplayrock.com.ar y Long Play radio por FM Universidad.

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