El Festipulenta sumó una nueva noche de oro con los shows de Los Pus, The Hojas Secas, la vuelta de los 3Pecados y el cierre a cargo de Sr. Tomate.
Por Gabriel Feldman
Fotos de Natalia Motorizada
Pasadas las 22, los pibitos de Balvanera se armaban un fulbito entre Adolfo Alsina y Matheu. El más grande -unos once años tendría- acomodó la pelota en la esquina y mandó un centro rasante que ninguno de sus compañeros pudo interceptar. Se enojó, por supuesto, y les dibujó en el aire como tendrían que haber hecho para poder definir con justeza. En el aire todo parece más fácil, sólo había que poner la pierna. Y mientras ellos seguían jugando, a una cuadra se estaba preparando la previa para una nueva noche pulenta en la ciudad.
La primera jornada del Festipulenta Vol.15 fue demoledora. Sí, fue una noche demoledora porque seguro que todavía está temblando el piso del Zaguán y, como al terminar cada jornada de este maravilloso festival, no se puede agregar otra cosa que decir: “el Festipulenta lo hizo de nuevo”. A esta altura un latiguillo obvio, pero no por obvio deja de ser cierto.
La alabanza al ruido empezó a pasadas las 23 cuando Los Pus tomaron el escenario del ZAS: primero subieron Juan, Mailen y Santiago improvisando unos acordes, hasta que Janson, cubierto con su característico pasamontañas, subió, tomó su guitarra y empezaron a dinamitar la sala. Punk, grunge, noise= caos. Los Pus son pulsiones de caos que hipnotizan. Una célula terrorista al servicio del ruido. Y mientras algunos se contorsionaban al son de “La nueva gente espacial”, otros más tímidos marcaban el compás con el pie. Pero algo había que hacer, no se podía estar quieto cuando estos cuatro se fundían en una nube de distorsión. Y si no estuviste ahí, lo que hay que hacer es chequear Enredados, su último EP que, además de contar con tres canciones de su genética tradicional, es una grabación con un sonido mucho más pulido.
Luego le tocó el turno a The Hojas Secas, el cuarteto de La Plata que vivió un año extraordinario. Si en la edición 13° del festi habían sido debutantes, ahora eran más locales que nunca. Y su set repasando sus dos discos, Ya No Importaba Qué Dirán En El Barrio (2009) y Bailaló (2011), les iba a quedar corto si el público insistía para que siguieran tocando. El inicio con “13.700 millones de años” marcó el termómetro de lo que vendría: rock de guitarras y canciones para corear a viva voz. Y el público respondió coreando y saltando en esos estribillos que ya hicieron propios. “¡Vamos hojistas!” les gritaban y ellos devolvían con sus dos hits por excelencia, “Convide” y “La vida que te embrolla”, para que el transe continuara.
Pero desde abajo pedían que Reno subiera a cantar, pero el tipo no quería y malhumorado respondió “que toquen música de una vez”. Y así lo hicieron The Hojas con “Vas a ver” y “En atardecer”, para finalizar al rojo vivo con “La solución”, donde Lucho y Santiago le sacaron chispas a los trastes. ¿Era el final? Qué sí, qué no. (Insistencia). Qué sí, había tiempo para más. Y, como hacían algunas bandas de antaño que repetían el hit para dejar a todos contentos –lo solía hacer La joven guardia con “El extraño de pelo largo”, por ejemplo–, después de “No sé que hacer”, “La vida que te embrolla” para que todos bailen juntos, apretados y felices nuevamente.
Ya en la madrugada el toque de 3Pecados, sin dudas el momento más esperado de la noche. Todos expectantes por ver a este trío de Montevideo que estuvo casi un año sin tocar y, ahora que Diego está mejor de salud, se juntaron nuevamente para volver a los escenarios, ese lugar del que nunca tendrían que irse.
Las luces se apagaron una vez más en el Zaguán y empezaron a sonar los primeros acordes de “Ella nunca te amará”. Se sumó entonces la base monolítica de Pablo y las capas que disparaba Diego desde su Korg pero, cuando el hechizo ensoñador estaba en su cénit, lo rompieron en mil pedazos con “Dios es un travesti dadaísta”, dos minutos de su cara más cruda. De un lado para el otro. Paraíso e infierno, eso es 3Pecados y así fue por una hora. Ellos remontarían melodías para romperlas en miles de pedazos, y nosotros observaríamos y cantaríamos cada una de ellas, sea “Carta de amor para un ascensor”, “Encandila”, “Diciembra”, “Los novios”, la apacible versión de “El ojo blindado”, o el grito catártico de “Nacimiento de una Iglesia III” (“No se dio cuente mi alma está en venta / no se dio cuenta que cristo es de menta”).
Como en su recordada última visita, el final estuvo a cargo de “Inutil es en español”, último track de su último disco, Diciembra (2011). Esta vez no hubo salto a la batería al estilo Seattle, cuando el volcán escupió lo que le quedaba de lava, Pablo ya se había bajado del escenario y Pau se subió arriba del amplificador para sacarle los últimos ruidos a su viola mientras las secuencias del Korg se iban disipando en el aire. Y de nuevo la misma sucesión de antes. Cuando ya sólo restaba desconectar los equipos, la insistencia pudo más y Pablo Torres no tuvo más remedio que subirse de nuevo detrás de la batería. Hubo tiempo para más, primero le tocó el turno a “Juan”, para luego despedirse con la “Sin título I” y calmar la ansiedad del público pedigüeño, sediento de este magnífico trío.
El cierre a cargo de Sr. Tomate tampoco se quedó atrás. Este sexteto, otro representante de La Plata, repitió otra magnífica presentación en un Festipulenta. Aunque ya eran más de las 3 a.m. cuando se subieron al escenario, la pista del ZAS seguía a pleno con un público que quería más. “¡Quiero agite Poli!, ¡Agite, Poli!”, le repetía un fanático a Natalia Napolitano. Y Poli cumplió. Desde “La palabra macabra” hasta que se despidieron con “Camioneta”, el baile fue la norma en la presentación de los Tomate. Es que esta mini orquesta con canciones de épica western obliga al salto equidistante, pero muy alejado del clásico pogo virulento que busca empujones. Por el contrario, es un salto de hermanos de madres distintas que se hermanan al calor del canto mancomunado o en el abrazo casual que se da entre desconocidos extasiados con las mismas melodías. Un encuentro mágico, pero común en el Festipulenta. La noche terminó en medio del aluvión sonoro de los platenses y el mundo, tras estos sucesivos embates, era ya un lugar más pulenta. Después de todo, de eso se trata este hermoso festival.