Por Golosina Caníbal (@golosinacanibal)
El único modo de leer una novela de casi setecientas páginas es habitarla. En este sentido, un buen libro de esa extensión se revela, particularmente, en su estructura, en el modo en que fue organizado, en sus espacios. ¿Cuáles son los planos de una novela larga? ¿Cómo se confeccionan? En este tipo de novelas, cada capítulo puede ser un habitáculo en sí mismo, conectado mediante pasillos o pasadizos con el resto de las habitaciones. Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez (Anagrama, 2019), es una casa. Una asolada, embrujada, desencarnada. O tal vez sea muchas casas, todas inquietantes.
A diferencia de sus últimos libros, relatos y nouvelles, en Nuestra parte de noche Enriquez sorprende con un relato largo, larguísimo, y con una trama compleja y enhebrada de imágenes, símbolos y microhistorias. El inicio es un viaje de Juan y Gaspar, padre e hijo, en auto de Buenos Aires a Misiones. En este sentido, la novela empieza como una road story: paradas con personajes y ambientes pintorescos, diálogos en el camino y un destino final, la mansión Puerto Reyes. Hay dos aciertos de Enriquez en el arranque. Por un lado, el armado de la relación padre-hijo (y el fantasma ausente de la madre). Por el otro, la exploración de un terror nacional, de doble aspecto (contextual y tradicional). Ambos aciertos se despliegan a lo largo de la novela para darle consistencia y seguridad, para trazar dos líneas que guían la trama a lo largo de sus 667 páginas.
Con la primera línea, la autora comienza a urdir una novela familiar que se va profundizando con el correr de las páginas y que tiene su punto crucial en el cuarto capítulo -genealógico, psicodélico y europeo- “Círculos de tiza. 1960-1976”. En un desplazamiento que podría ir de La carretera, de Cormac McCarthy, a las novelas decimonónicas de las hermanas Brontë como pre-textos, Nuestra parte de noche es la historia de una familia núcleo, Juan-Rosario-Gaspar, que se abre a otras ramas familiares, más antiguas, adineradas y poderosas: los Reyes y los Bradford. Las tensiones, los afectos, los roces; la herencia, la violencia, el amor.
Enriquez exige al lector: hacia el final del primer capítulo, dan ganas de comenzar a bosquejar el árbol familiar que, como una red, sostiene esta trama de terror y aprendizaje. En este sentido, y ahí aparece la sombra de Stephen King, el centro de este sistema de personajes es, sin lugar a dudas, Gaspar. Lo encontramos a los seis años en el primer capítulo, a los doce en el tercero, y a los dieciocho en el sexto y último. En el tercer y el sexto capítulo, lo acompañan tres amigos cercanos, Pablo, Vicky y Adela, en sutil referencia a tramas como Corazones en la Atlántida o El cazador de sueños, de King, pero también a películas clásicas de sci-fi y terror de los 80 que luego serían sintetizadas en series como Stranger things. Todo gira alrededor de Gaspar en Nuestra parte de noche, de su importancia familiar y ritual, de sus posibles capacidades. Especularmente, la figura de Juan, el padre, descentra el sistema y nos brinda un doble eje narrativo: padre e hijo en el ojo de la tormenta de sangre, huesos y horror.
En efecto, la segunda línea de Enriquez se sostiene en el modo en el que un terror de género, tributario de la literatura de Arthur Machen, King y Clive Barker, entre otros, se entrelaza con un terror argentino. La comparación entre San La Muerte y el dios Pan en el capítulo 1, la lectura clandestina de la leyenda del invunche en el capítulo 3, o la crónica periodística que termina de entrelazar los horrores reales e históricos de la última dictadura militar con los imaginarios y esotéricos en el capítulo 5 ponen en evidencia la decisión de Enriquez de transponer el miedo desde un tono internacional a uno latinoamericano, nacional.
Nuestra parte de noche no falla como novela de terror porque retoma con creatividad los tópicos más transitados del género para ponerlos a disposición de una buena historia (o varias entrelazadas): órdenes secretas, pactos de sangre, posesiones, sacrificios, casas embrujadas, libros malditos, demonios, mutilaciones, pesadillas con los ojos abiertos. La creación de una sociedad secreta como la Orden —con la correspondiente invocación ritual de un dios oscuro y cruel— es el artificio ficcional para lograr conectar todos esos temas en una red de sentido que se va reconstruyendo a lo largo de la novela y que tiene su genealogía en el capítulo 4.
La exploración de un terror nacional que lleva adelante Enriquez en su última novela la sigue instalando, como lo había hecho con sus cuentos y nouvelles anteriores, en una difusa tradición de la literatura argentina que podría empezar con la fantaciencia de Leopoldo Lugones para seguir con las perversas y pueriles alucinaciones de Silvina Ocampo, con la relectura oscura de la condesa Alejandra Pizarnik e, incluso, con las tentativas de escribir género de Charlie Feiling y de Elvio Gandolfo. En el caso de Nuestra parte de noche, el clima de opresión y persecución de la última dictadura militar argentina, la Londres psicodélica y esotérica de los sesenta, o los suburbios decadentes de La Plata durante los noventa, son tiempos y lugares para actualizar los tópicos clásicos del terror en la escritura de Mariana Enriquez, para trazar una espiral entre realidad y ficción, entre historia y pesadilla, entre vida y muerte.
La novela familiar (gótico-familiar, para ser más preciso) y la novela de terror confluyen en el espacio por excelencia de Nuestra parte de noche: la casa. La mansión Puerto Reyes en el capítulo 1, la casa abandonada y tapiada del capítulo 3, la casa ensangrentada del capítulo 4, las casas revisitadas del capítulo 6 son casas embrujadas, asoladas, desencarnadas. Son espacios vivos, que laten, que poseen historias, memorias, ecos. Habitar una casa es saber leer esas historias, lograr convocar esas memorias, poder escuchar esos ecos. La estructura misma de la obra parece invitar al lector a recorrer diversas habitaciones (en los capítulos 3 y 6) pero también pasillos (los viajes del capítulo 1, 4 y 5, los recuerdos del capítulo 2).
En Nuestra parte de noche, la decisión de abrir una puerta (o de cerrarla para siempre) es un gesto fundamental. En la ficción, Juan y Gaspar son los elegidos para conocer qué pasa del otro lado de la puerta (aunque otros personajes como Rosario, el doctor Jorge Bradford, la periodista Olga Gallardo, Adela, Vicky y Pablo también lo intenten con mayor o menor éxito). Pero pasa también de este lado, en ese rol nos coloca la autora. El lector decide si avanzar o no por la casa que Enriquez construye: si pasar de un capítulo a otro, si transitar las 667 páginas para develar los misterios alrededor de Juan, Gaspar y la Orden, si abrir la puerta que comunica con el otro lado. La casa de Nuestra parte de noche convoca con un grito silencioso: queda en el lector oír el eco de la ficción o hacerse el sordo. //∆z