En Enclosure, la antigua arma secreta de los Red Hot Chili Peppers parece querer abordar todas sus facetas artísticas a la vez, lo que da como resultado un disco desparejo, con más potencial que resultados. Impresiones de un caos caleidoscópico.

Por Santiago Farrell

De las muchas luminarias que nos ofreció el rock en los noventa, John Frusciante es sin dudas una de las más intrigantes por su carácter multifacético. Guitarrista prodigio, artesano del pop-rock y experimentalista prolífico a la vez, Frusciante combina impulsos artísticos tan variados y contradictorios que parece alojar a varios espíritus en una sola persona, y eso se refleja en su extensa discografía, tanto en los Red Hot Chili Peppers (banda que le debe —admitámoslo— casi todo), como fuera de ellos, con discos tan diversos como el acústico Curtains, la electrónica de Atari de To Record Only Water for Ten Days y los loops de improvisaciones de Automatic Writing. Dentro de este extenso campus de sonidos, su nuevo álbum, Enclosure, cae en una categoría que dejará perplejo a más de un fan de los Peppers que no esté familiarizado con las búsquedas sonoras del autor de “Under the Bridge”: todas.

Según el propio John, Enclosure “al terminarlo, fue el álbum que representó la consecución de todas las metas musicales a las que aspiré los cinco años anteriores […] mi última palabra en la declaración de principios musicales que comenzó con PBX”. Flor de declaración. Pero en una primera escucha, cuando uno se enfrenta a “Shining Desert”, el tema que abre el disco, da la impresión de que leer esa declaración será tan ameno como enfrentar el Ulises de Joyce. En este instrumental, que suena como si le hubieran tirado aguarrás a “Verbo carne” de Cerati, Frusciante dispara casi todos los elementos sonoros que dominarán el disco: guitarras soleando, sintetizadores, beats de drum ‘n’ bass, arpegios con tendencias pop. Sólo que lo hace todo a la vez, y el resultado es desconcertante y avasallador, un collage denso e inestable que se torna repetitivo muy rápido y amaga con colapsar en una tormenta de ruido durante cada uno de sus largos seis minutos y medio.

Si todavía no huyeron despavoridos, los que deseen otro “Dani California” no tendrán mucho que hacer con el resto de Enclosure, que se dedica a diversificar su asalto sónico con resultados dispares. “Sleep” es uno de los momentos más logrados, porque John obtiene un clima auténticamente onírico con una batería tambaleante, su voz en modo lamento zombie (notas graves, extensas y arrastradas, otra clave del disco) y un riff crimsoniano que desemboca en una descarga tan rabiosa como atractiva. Los sintetizadores ochentosos de “Stage”, tema casi hermanado a los clásicos de Charly García, son otro punto alto. En verdad, no faltan elementos sonoros de interés en ninguna de las canciones, se trate del piano de “Zone”, la distorsión incandescente de “Fanfare” o los arpegios casi medievales de “Excuses”. El problema es precisamente lo que no falta. Frusciante abarrota cada de una estas pistas con tantas texturas diferentes que la escucha se vuelve agotadora y exigente, por momentos frustrante, como en “Run”, donde una intro de bizarras percusiones bañadas en ring modulator se alterna con un estribillo pop arrancado de “Midnight” de By The Way, una mezcla que resulta incompatible y hasta incoherente.

Lo que sucede es que prevalece como máxima incluir todas las capas posibles al mismo tiempo, sin mucho orden ni concierto, lo que actúa en detrimento de la estructuración y la riqueza melódica que se advierte en Enclosure. Para conectar con el disco, el oyente tiene que abrirse paso entre pistas y pistas de sintes, guitarras soleando sin rumbo, pasajes cacofónicos y, por mucho lo más irritante, varios loops de batería en el estilo drum ´n´ bass, unos cuantos de ellos fuera de tempo, que irrumpen en casi todos los temas. En un extraño afán por sonar experimental, Frusciante los coloca en primerísimo primer plano, bien delante de todo. El resultado es triste: suenan como algo amateur, como si hubiera entrado a algún programa de grabación multipista y sacado loops directamente de su banco de sonidos. Así, las ideas potencialmente interesantes de “Shining Desert” “Cinch” y “Fanfare” quedan obstruidas o enterradas en el marasmo. Es algo desconcertante en un tipo como John, no sólo porque no es ningún principiante, sino precisamente por lo bien que ha sabido manejar sus diversas facetas artísticas, como su uso de la electrónica en To Record Only Water for Ten Days. En Enclosure, por momentos hasta parece que no se sentó demasiado tiempo a escuchar cómo quedaron los temas.

Que conste que al disco no le falta con qué cautivar, si es que uno supera el shock de la primera escucha. “Excuses”, “Stage” y la melancólica “Zone” están todas llenas de melodías encantadoras, con ese talento tan particular de Frusciante para encontrarle infinitas vueltas de tuerca a acordes y cadencias trilladas, y “Sleep” es tan retorcida como memorable. Pero esa suerte de vanguardismo torpe en relación a los planos sonoros malogra el disco por lo arbitrario e innecesario que resulta. El oyente sin duda se distraerá preguntándose para qué se puso tal o cual pista en vez de escuchar varios de los temas, que suenan inseguros y caprichosos, como si el ex Peppers no supiera bien para qué lado apuntar y tirara todo junto a ver qué pasa. El resultado es una guerra de musas, y una poco satisfactoria.

Nada que nos preocupe seriamente, dado lo prolífico que es John (sacó cinco discos sólo en 2004), pero en lo que a Enclosure respecta, la declaración de principios termina bastante maltrecha. Habrá que ver qué más tiene para decir la próxima vez.

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