En un Estadio Único colmado, con amenazas de lluvia desde temprano y con la mística intacta, Guns n’ Roses ofreció un show emotivo y contundente.
Por Matías Roveta
Vayamos directo al grano: la voz de Axl Rose mantiene la fuerza y la agresividad que tenía en los tiempos bravos de los Guns a principios de los ’90. Sorprende, y emociona, verlo llegar con total soltura y naturalidad a las notas más altas posibles, y estirar esos alaridos agudos que erizan la piel y despertarán más de una ovación durante la noche: en canciones como “This I Love”, en la gran balada “Sorry” o en el cover de los Wings, “Live and Let Die”, la música pasará a un segundo plano y el secreto estará en disfrutar la potencia de esa gola sobrenatural.
Es cierto que los antecedentes no eran buenos. El show del año pasado en Vélez fue una decepción para más de uno: la voz de Axl practicamente no se escuchó y al frontman se lo vio lento, apagado y con un fastidio latente a punto de explotar. Pero ayer, con una nueva presentanción en Argentina de su actual banda -que para bien o para mal de muchos mantiene el nombre glorioso de Guns N’ Roses-, el vocalista se redimió con su público. Rápidamente se presentó ante las 60 mil personas que colmaron el Estadio Único de la Plata, y lanzó ese escalofriante “You know where the fuck you are?”, que da inicio a “Welcome to The Jungle”, y las cosas quedaron en claro: al barbudo de vincha roja, sombrero blanco de gala y campera negra de cuero, que tiene algunos kilitos de más y que parece recién levantado de la siesta, las cuerdas vocales todavía le funcionan perfectamente.
¿Y el resto de la banda? Bueno, podemos decir que para dar vida a esta nueva versión de los Guns N’ Roses (el único miembro sobreviviente de la formación original es el tecladista Dizzy Reed), Axl se encargó quirúrgicamente de construir una estética que recuperara parte del legado de oro: el violero DJ Ashba, con sombreros que parecen galeras y un pucho en su boca, solea con una Les-Paul dorada arriba de los amplificadores; Ron “Blumbefoot” Tal lanza frenéticos punteos con una guitarra de doble mástil; el tercer guitarrista, Richard Fortus, durante varios pasajes del show toca totalmente en cuero: ¿Les sugiere algo? Los guiños resultan obvios y mucho se ha dicho de que ni con tres guitarristas virtuosos alcanza para remplazar la enorme figura de Slash.
Pero más allá del cotillón, arriba del escenario la banda rinde y suena compacta. Como suele suceder cada vez que una banda se separa, los fans reconocen más la voz que la guitarra. Esto es lo más cercano a los Guns que puede escucharse en vivo hoy en día: los clásicos de esa banda suenan mejor con esta formación que con la de Velvet Revolver, o que con la de Slash junto a Myles Kennedy. Es por eso que himnos como “It’s so Easy”, “Mr. Brownstone”, “Nightrain”, “Sweet Child ‘Mine”, “Rocket Queen”, “Don’t Cry” o “You Could Be Mine” sos festejados por todo el estadio, casi como si se tratara de los Guns verdaderos.
Lo mejor de la noche llegó de la mano de gemas de ese pretencioso álbum doble llamado Use Your Illusion (1991) -una soberbia versión de “Estranged”, más la lluvia de luces de los celulares bañando el campo (ya no son encendedores) en “November Rain”- y de los covers: una desnuda y emocionante versión de “Knockin ‘On Heaven’s Door” de Bob Dylan, “Anther Brick In The Wall (Part 1)” de Pink Floyd, con Axl sentado en su piano de cola, pasajes de “Baba O’Riley” de los Who antes de “Streets Of Dreams”, o la furiosa arremetida de “Riff Raff”, el clásico de ACDC en tiempos del gran Bon Scott, uno de los vocalistas que más influencia ejerció sobre Axl. Cuando comenzaron a sonar los acordes de la canción que cerró la lista, “Paradise City”, el delirio fue total. Para entender esa suerte de amor incondicional a pesar del paso del tiempo, está claro por dónde empezar a buscar: Axl, más allá de quien lo acompañe, aún encarna el fuego sagrado de una época dorada para el rock. Esos tiempos en los que la música era mejor que la de ahora.