La banda liderada por Eddie Veder lanzó su onceavo disco de estudio luego de siete años sin novedades. En ArteZeta lo recorremos canción por canción.

Por Rodrigo López 

La primera etapa de Pearl Jam fue un vendaval sonoro y cultural totalmente rico y revoltoso, cuyo final se puede rastrear un año después de la tragedia de Roskilde. Luego, comenzó a jugar ese juego al que solamente pueden ingresar las bandas verdaderamente consagradas: aquel en el que el material de estudio llega de forma cada vez más espaciada y en el que es mucho más importante sostener la esencia que los hizo gigantes antes que cualquier tipo de experimentación que sea capaz de empujar la línea del horizonte mucho más allá de su identidad.

Con obras notables como Ten (1991), Vs. (1993), Vitalogy (1994), No Code (1996), Binaural (2000) y Riot Act (2002), es difícil exigirle a Pearl Jam que entregue nuevos capítulos plagados de innovación y audacia. No es necesario ser un fanático para saber que lo han hecho con creces: a lo largo y ancho de su discografía, el conjunto liderado por Eddie Vedder, Mike McCready, Jeff Ament y Stone Gossard ha navegado intensamente y con seguridad por las aguas del grunge, del hard rock, del punk rock, del rock alternativo, del folk rock, del art rock, de la neo psicodelia y hasta las del post punk. Todo ello sin perder su lugar de ícono cultural para más de dos generaciones ni quedar relegados del mapa musical, a pesar del impiadoso avance del género urbano desde los inicios del nuevo siglo.

Aún con sus marcadas diferencias entre sí, los últimos tres álbumes de Pearl Jam (Pearl Jam (2006), Backspacer (2009) y Lightning Bolt (2013)) han significado un progresivo y sólido retorno al sonido que supo enamorar a millones de fanáticos en todo el mundo. Era de esperar, entonces, que su onceavo trabajo de estudio se mantuviese dentro de esa línea estética y sonora.  Lo llamativo fue que tardara siete interminables años en llegar, siendo este el mayor lapso sin lanzar música original de toda su historia. Entonces, la pregunta es si la larga espera para la salida de Gigaton (2020) valió realmente la pena.

Lo que parece quedar en claro desde el primer segundo de “Who Ever Said” es que a Pearl Jam esto le importa un bledo. Dueños de una impresionante carrera apoyada en eficaces gestos rebeldes y disruptivos, poco le iba a importar a los norteamericanos el famoso “qué dirán”: dentro de un envase cien por cien artesanal con reminiscencias bluseras, la voz de Eddie Vedder surge desde las profundidades para alcanzar la máxima altura posible, mientras que el golpeo seco y crudo de Matt Cameron hace las veces de base y sostiene las veloces intervenciones de McCready desde la guitarra principal.

Casi como un continuum, “Superwolf Bloodmoon” mantiene la sangre en pleno proceso de hervor, pero redobla la apuesta desde el decibel y desde el pulso. McCready y Cameron vuelven a ser la doble punta de lanza en una canción con cascarón clásico, pero con una esencia punk tan innegable como incorregible en la que el frontman se luce a pura potencia entre el alarido desencadenado y el fraseo voraz pero contenido.

El primer quiebre llega de la mano de “Dance Of The Clairvoyants”, en la que Pearl Jam vuelve a visitar viejos caminos experimentales de comienzos de siglo. Se alejan apenas centímetros de la crudeza guitarrera total. Suman una serie depunteos digitales y una base rítmica punzante que, por momentos, lleva todo hacia territorios más bailables. Algunos detalles de toda esta mezcla rescata la irregular “Quick Escape”, pero –por mala fortuna– se inserta dentro de un esquema mucho más monótono y repetitivo en lo que respecta a las posibilidades género-estilísticas.

Lo que sigue no escapa del amplio universo de la balada folk-rock clásica, pero los aires entre épicos y meditativos de “Alright” y “SevenO’Clock” las acercan mucho más a dos (muy buenas, eso no se debate) canciones solistas de Eddie Vedder antes que al resultado de un proceso colectivo. Para subsanar esto, el regreso a las bases se produce gracias al optimismo rutero del binomio “Never Destination” y “Take The Long Way”: dos momentos en los que resaltan la potencia del doble pedal de la batería y dos riffs llenos de velocidad y precisión que se apegan a ese mandato boxístico de flotar como una mariposa y picar como una abeja.

“Buckle Up” y “Comes Then Goes” establecen un clima muy agradable en el que la canción de cuna y la balada folk son las protagonistas. No es una novedad: Pearl Jam ha demostrado desde sus primeros pasos que no necesita más que de la profundidad de su cantante y del pulso cálido de sus dos guitarras para dejar a todos conformes. Esto no evita que con solamente uno de estos dos temas hubiese sido suficiente para demostrar un punto en el que los norteamericanos son sinónimo probado de excelencia.

En un error de distribución dentro de un espacio semi-reducido, “Retrograde” comienza la despedida apenas un poco por encima del tono vigente. Su nivel de energía asciende de forma progresiva hasta llegar a un positivo y extraño clímax y entrega la melodía a la suave distorsión de una guitarra que siempre se ha mostrado igual de cómoda, ya sea en la tormenta como en la calma posterior. Sorprendentemente su finale, la más densa “River Cross”, no se separa del todo de lo anterior, por lo que deja en el paladar la sensación de que su tono épico –empujado por eficientes retazos de góspel y de worldmusic– no ayuda a cerrar el círculo de una manera perfecta.

A pesar de algunos momentos poco inspirados, Gigaton es un disco (mucho) más que sólido por parte de una de las bandas más grandes de la era moderna. Aunque no se trate de un capítulo muy diferente a sus trabajos más recientes, la espera de siete años valió la pena. Por un lado, sus letras están plagadas de declaraciones políticas, humor negro y afirmaciones muy personales acerca del siempre temido coming of age.  Por el otro, su música es un compendio tanto de lo que Pearl Jam ha construido en sus ya treinta años de carrera como una pequeña ventana que mira directo hacia lo que la banda podría llegar a ser si sus integrantes se animasen a quebrar las reglas de un juego capaz de tanto impulsar como estancar a cualquier banda o artista que posea el estatus para jugarlo. A respirar hondo y esperar, porque hay Pearl Jam para rato. //∆z