Anagrama publica Fuera de lugar, la nueva novela de Martín Kohan, en la que las obsesiones, lo perverso y lo siniestro se conjugan para crear un policial desviado.

Por Juan Alberto Crasci

Una mujer, un fotógrafo, un comerciante y un sacerdote se reúnen en un apartado pueblo cordillerano para fotografiar a nenes desnudos y vender las fotos al exterior. Un personaje de Buenos Aires utiliza a su sobrino casi autista para ganar dinero extra. Otro personaje, del litoral, posa desnudo junto a los niños, sin acercarse ni tocarlos. Desde el comienzo todo parece estar fuera de lugar: niños huérfanos desnudos en fotos vendidas a Rusia o Ucrania, personajes de diversas provincias, cruzados, de paso, fuera de su hábitat. Dobles vidas, pero sin la menor duda: creen estar haciendo las cosas bien.

Ese es el disparador de la novela de Martín Kohan, que en sus primeras ochenta páginas se dedica a narrar y analizar el modo en que estos personajes abordan su tarea de forma ética, sin culpa, en sus mentes hasta de manera casi legal, podría decirse, cuidando –de una manera bastante particular– de los niños. Nadie abusa de los huérfanos, ni siquiera los tocan: solo los utilizan para ganar dinero por medio de esas fotografías enviadas a la otra punta del planeta. Y cuando podría pensarse que la novela se encamina hacia la denuncia de la pedofilia o hacia la visión moral acerca del sucio trabajo llevado a cabo por estos personajes, la narración vira por completo.

Todo se complica cuando el tío del niño autista se suicida en Buenos Aires. La trama del abuso de menores se desdibuja para dar paso al registro policial. Un policial desviado, que si bien respeta ciertas tradiciones del policial negro, parece seguir sus pistas siempre en otro lugar. De la cordillera al litoral, del litoral a Buenos Aires, de Buenos Aires a la frontera noreste de Argentina. De las fotos analógicas a las fotos digitales. De la lentitud del papel impreso a la velocidad de Internet. Las pistas se funden, se confunden, y las causas del misterioso suicidio parecen más difíciles de conocerse.

Con un manejo perfecto de la tensión, Martín Kohan entrelaza historias y las abandona, no por impericia, sino por necesidad: lo que está fuera de lugar, descolocado, no puede ser develado en ningún momento y bajo ninguna circunstancia. Y lo que está fuera de lugar también ocupa el lugar de la máxima ausencia y máxima presencia por antonomasia en estos tiempos: Internet.

Muy interesante es el cambio de registro presentado en “Litoral”, el segundo apartado de la novela. Allí la prosa se condensa, abandona el registro reflexivo y por momentos ensayístico de “Cordillera”, el primer apartado –en el que se aborda la problemática de la fotografía y de los modos de ver y ser mirado–, y se vuelve poética, reposando sobre el paisaje, sobre la lentitud barrosa de los ríos litoraleños, evocando, quizás, la poética de Juan L. Ortiz, marca registrada de la literatura de la zona.

Novela breve, de poco más de 200 páginas, pero que no da respiro al lector ni le ofrece salidas ante tanta oscuridad.//∆z

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