El creador de dos lugares emblemáticos de la noche porteña narra su vida con potencia lisérgica, anécdotas jugosas y emotividad punk.
Por Pablo Díaz Marenghi
“Sergio, Omar, ¡Quiero Dinero! ¡Quiero Dinero!” cantaba Luca Prodan mientras su pelada relucía entre medio de la oscuridad de Cemento, la guitarra de Mollo estallaba y el bajo de Arnedo se volvía loco en un punteo hipnótico. Más allá de ser una oda al vil metal, uno asocia a Omar con Chabán, el dueño del mítico Cemento, tristemente célebre por la tragedia de Cromañón y amigo del líder de Sumo. Pero ¿quién era Sergio? Aisenstein, fundador del Café Einstein, también querido por el tano y un personaje de la escena underground de los ochenta. En el libro Freakenstein (Editorial Planeta) editado en noviembre, repasa los hechos trascendentales de su vida con un vértigo notable. Construye, con una prosa amena y divertida, un relato cargado de anécdotas de rock, excesos, resistencias y anhelos de libertad. Desde aquel recuerdo infantil en donde un maestro antisemita casi lo tira por la ventana por ser judío hasta sus aventuras con el loco Gastón y los malandras de Parque Chacabuco o su amigo Miguel Britos, el perverso amante de los sarcófagos. “Las drogas eran una referencia cultural, un escape y una búsqueda” destaca en un fragmento y esto se profundiza en su exilio europeo, escapando de la última Dictadura Militar, caracterizado por aventuras lisérgicas y punks. Allí se cuenta su romance con Amsterdam bajo este tono narrativo: “Eran como las tres de la mañana y sonaba “Sympathy for the devil” de los Rolling Stones…la luz de la luna pegaba sobre los techos en la inmensa iglesia, y medio borracho me sentí afortunado de estar allí.”
Sobre el final, uno lee lo más jugoso del libro: el nacimiento de Café Einstein y Nave Jungla, las dos creaciones más trascendentales en la vida de Aisenstein, su aporte a la mística de la noche de Buenos Aires. El primero un café que significó uno de los primeros reductos durante la década alfonsinista para promover voces contraculturales. En la misma sintonía que Cemento o el Parakultural , allí había teatro under, performance, desnudos y un desfile de freaks como los que fascinaron a Aisenstein de adolescente al narrar las aventuras de los fenómenos de circo en las páginas de Expreso Imaginario, donde colaboraba. Nave Jungla fue una discoteca que fundó luego del cierre del Einstein. Allí estaba el Teatro del Abismo, de la mano de su amigo Chabán, performances de Alejandro Urdapilleta y música a cargo del DJ Willy Manicomio. En palabras de su alma matter: “lo macabro, lo gracioso, lo intolerable, lo terrorífico y lo bello hacían una melange que nunca salía igual”. Varias páginas se las devora el recuerdo de Luca, aquel tano que “respirando pampa se aporteñó”. Trabaron una amistad entrañable. En palabras de Sergio: “Luca era un Jesús que entraba al templo y pateaba los puestos de los usureros y amasadores de sufrimiento”.
La voz de Aisenstein es una de tantos personajes que frecuentaron un sector del under que se convertiría en una inmensa minoría. Una usina creativa y contracultural que mamó la resistencia europea/neoyorquina y la resignificó en estas pampas. Con la tradición de la psicodelia de los sesenta y el no future de los setenta, Sergio formó parte de una fauna influyente cuyas ideas aún resuenan en el crisol de ofertas musicales, teatrales, artísticas y performáticas que pululan en Buenos Aires y sus alrededores. También es digno de destacar su paso por el periodismo: primero como aventura juvenil en El Tren Fantasma, programa de Radio Rivadavia que influenció a Daniel Grinbank para crear la Rock and Pop, y como redactor en Expreso Imaginario, la emblemática revista dirigida por Jorge Pistocchi y Pipo Lernoud. Freaks, lisergia, amistad, viajes iniciáticos, su banda Hollywood nunca aprenderá, el teatro, la performance, el boca en boca, amores enfermizos, resistencia, ocultismo, espiritualidad; la vida de Aisenstein es digna de ser novelada y la realidad de su vivencia supera, una vez más, a cualquier ficción.