Una vez más las noches de Balvanera se volvieron el refugio de una nueva edición del Festipulenta. Gualicho Turbio, Sombrero, Perrosky y Fútbol fueron las bandas encargadas de cerrar la segunda fecha. Chicos trasnochados y rock para melómanos. Corta, yo te lo dije, pá.

Por Ignacio Barragan
Fotos por Nicolás López

Llego medio borracho al Zaguán y me encuentro con una imagen que me confunde pero que más tarde termino de entender. Estoy haciendo la fila para entrar al establecimiento Zaguán Sur, de la Republica de Balvanera, y de pronto una masa uniforme de chicos y chicas algo despeinados salen en tropa hacia la calle. “¿Qué pasa?” Dice el de la puerta “¿Termino la banda y se están yendo todos? ¡Che, no se vayan!” La mirada desconcertada del chabón de la puerta me hace dudar del momento. “No flaco” Dice uno, “Los Gualicho están saliendo a tocar a la calle”, contesta otro caballero con un porro en la boca a media asta.

De pronto, como en una buena película hollywoodense, la imagen vacía y carente de sentido de la entrada a un recital se vuelve preciosa y llena de vida. Más de una docena de desalmados se encontraban en el medio de la calle Moreno, bailando y cantando con los integrantes de Gualicho Turbio mientras ellos hacían sonar algunos redoblantes y maracas. Todos, como si fuera una gran fiesta al aire libre en el medio de Once, se mueven al ritmo de la música de las nuevas generaciones. Esa música que invita a atravesar las paredes y mover el esqueleto hasta las seis de la mañana. Esa música, que es una de las características más preciadas de todos los Festipulenta.

La noche será una fiesta o no será nada, me dije a mi mismo. Así que cuando todos entramos para seguir disfrutando del rock garagero de los Gualicho Turbio (Estudiantes de antropología, tomen nota: “Gualicho” es un tipo de espíritu o ser dañino presente originalmente en las mitologías aborígenes del Sur Americano; en las etnias Ranquel, Pampa, Mapuche, y principalmente en la cultura Tehuelche) fui directo para la barra por un buen fernet helado que refresque toda una noche llena de bailes y emoción. Así es, fue una sabia decisión al fin y al cabo, ya que Sombrero era la próxima banda y su folk-western no hizo más que transportarme por estepas andinas donde Clint Eastwood y un coya se juntaban a ranchear para escuchar algunos discos de Dylan y tomar pisco.

El resto de la noche fue nada más y nada más que la excelente presentación de Perrosky y su folk chileno desmedido junto al clásico de clásicos pulenta que son los Fútbol en el Zaguán, quienes por cierto sacaron un nuevo DVD denominado “El diente ausente” e hicieron vibrar al publico aquella noche. En fin, la banda de Chile supo exponer un hermoso repertorio de temas de características particulares y hasta diría, autóctonas, donde la música folk tiene un constante tempo que recuerda a las primeras bandas de rockabilly. Eso, por supuesto, no fue todo: el dúo no hizo más que dejar a los presentes con ganas de más rock y fueron Fútbol los encargados de satisfacer tal necesidad. Rock para todo y todas, con un público cansado y medio tirado, las puertas del lugar se fueron cerrando.
Después de eso ya no hay más nada. Un viaje en 168, un culito de cerveza, un último puchito o una tuquita extraviada que te llevan a la cama. Ya no queda más nada, solo aquella enorme satisfacción interna de haber sentido nuevamente el llamado del rock en las venas.//z

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