El festival organizado hace una década por Pez llegó a su fin, al menos por ahora. Tulús, Bandera de Niebla, Los Reyes del Falsete, Ararat y Morbo y Mambo acompañaron al trío en una velada de distorsión, lisergia, stoner, crudeza hardcore y melodías sanadoras

 Por Pablo Díaz Marenghi
Fotos de Florencia Videgain

Las nubes comenzaban a agolparse en una tarde con algunas amenazas de lluvia. A partir de las 16 los más puntuales se acercaban al Ciudad Cultural Konex en donde ocurriría lo que ya es costumbre hace diez años: el Festipez, festival curado por el trío Ariel Sanzo, Fósforo García y Franco Salvador en donde se reúne lo más ecléctico y furibundo del under junto a esta banda que ya lleva más de 20 años de trayectoria. Esta vez anunciado como el último festival de la historia -aunque los fanáticos más fervorosos se negaban a creer dicha afirmación- el evento arrancaba bien temprano. La nocturnidad no acompañaba al rock. Con un lineup variado, que alternaba entre el stoner y el hardcore pasando por el crossover, la psicodelia pop y polivalente sonido Pez. Con una organización impecable y una puntualidad casi suiza entre banda y banda, el Festipez 10 forjó una catarata de sonidos imparable. El rock como un cross a la mandíbula que no da tiempo para relajarse. Un torbellino fragilinvencible de potencia distorsionada, rabiosa e hipnótica.

Los encargados de romper el hielo -a las 16.30, puntuales- fueron los jóvenes Tulús. Parados con firmeza en el escenario interno del Konex, agradecieron al público presente y a Pez por haber gestado un festival tan significante. Nacidos en 2005, la banda reúne la esencia del stoner y el rock valvular con pulsos a la Pink Floyd, reminiscencias progresivas y sintetizadores. Una fusión atractiva que con canciones como “Las manos” y “Paternal” encandilaban al público que se había acercado a primera hora para no perderse ninguna banda. “¿Cuántas veces más verás al sol resplandecer? Eso nunca lo podrás saber” cantan los Tulús y agitan sus instrumentos mientras los rodea un aura setentosa que lo impregna todo.

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A las 17 el público se trasladó, cual rebaño, al escenario externo para ver a la siguiente banda: Bandera de Niebla, este dream team del hardcore y el crossover nacido en 2014 compuesto por Adrián Outeda (Satan Dealers, ex N.D.I) en voz, Hernán Espejo (Compañero Asma, Dragonauta, Vrede) en guitarra, Martín Méndez (Dragonauta) en bajo e Ignacio Brizuela (Fantasmagoria) en batería. El sonido de los Bandera es una aplanadora. Al escucharlos, uno siente una procesión de elefantes saltándole sobre los huesos. Tocaron temas de sus dos EPs (Paren la Ciudad y Desindustrial) y algunos covers de lujo: “Desaparecer” de Vrede, banda de heavy metal de Espejo, “Debes quitarte el uniforme” de la antigua banda de Outeda No demuestra interés, y “Días buenos y malos” de Riff en un homenaje a Pappo que continuaría horas más tarde. Bandera de Niebla certificó que el hardcore aun sigue vivo y no necesariamente debe permanecer enquistado a los 90.

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De vuelta en el escenario interno, es el turno de Los Reyes del Falsete. Los oriundos de Adrogué tuercen el recorrido del hardcore rabioso al pop psicodélico noise y a las melodías dulces. Con un comienzo instrumental, luego siguen con “Mi chica”. “Los niños” -un hit de su último álbum, Días Nuestros (2012)- despertó los coros del público y el cover castellanizado de The Zombies, “Decile no”, despierta un baile tímido y simpático que abre un agujero negro hacia el pasado. Santi Amor -de Perdedores Pop y DChampions- un invitado ya habitual de Los Reyes sube para cantar una versión al palo de “La búsqueda de la búsqueda”. El cierre, con “Yabrán”, marca la despedida de una performance prolija de los Reyes quienes demostraron que los oídos de los presentes se encontraban abiertos a cualquier género.

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Ararat, el trío liderado por el ex Natas Sergio CH, fue la siguiente banda que disparó dardos envenenados de sonido stoner. Un bajo pesado, lento y la voz fantasmal de Sergio junto con la batería enérgica de Felitte y los teclados/programaciones/guitarras de Tito Fargo configuraban un sonido espeso que anestesiaba e hipnotizaba a los presentes. Sonaron muchas canciones de su último disco  –Cabalgata hacia la luz (2014)- en donde el Stoner se funde con otras texturas como el hardrock o el blues. Morbo y Mambo, en el escenario interior, a fuerza de baile y psicodelia instrumental, hicieron bailar al público quien agitaba y calmaba las ansias de ver a Pez, los anfitriones que se encargarían de bajar el telón de este último acto.

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Cerca de las 20, puntuales -como lo hicieron todas las bandas aquella tarde- llega el turno de Pez. Minimal saluda al público, con su guitarra lista para comenzar. Franco y Fósforo se alistan y dan  comienzo al show con esa sincronización ya casi extrema que dan los años. Una convivencia sagrada. “Rompe el alba”, “Lo que se ve no es real” e “Introducción-Declaración-Adivinanza” dieron comienzo al setlist a pura potencia de canciones clásicas que encendieron el fervor del público. Pogo, brazos en alto, emoción y ojos desorbitados para jóvenes que se acercaron a Pez hace poco tiempo y para otros no tan jóvenes que los siguen hace más de dos décadas. “Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar” fue otra canción que provocó escalofríos: la guitarra distorsionada de Sanzo y el tandem bajo-batería que construyen una base sólida, inamovible para la sonoridad Pez. Sonaron varios temas de sus últimos dos discos –Nueva era, viejas mañas (2013) y El manto eléctrico (2014)- con puntos fuertes en “La madre de todas las artes” o “El temible hongo fusarium” en donde la banda se lucía y por momentos, si uno cerraba los ojos, sentía que había más de una guitarra sonando. Furia progresiva o punk resignificado, sea lo que sea, el sonido de Pez es una declaración de amor teñida de metal, un corazón coraza sonando al palo y dejándose llevar hacia el infinito y más allá del rock.

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“Tocar canciones nuevas en vivo es como una transfusión de sangre para bandas viejas” dice Minimal después de tocar “Cráneos”, “Todo lo que ya fue” y “En un lenguaje extraño” de su último álbum. “Edificios (Cavernas 2)” de su disco debut, Cabeza (1994), fue otro punto fuerte en donde el mosh se hizo presente. Una profusión de acordes innumerable que se inoculaba en los tímpanos de los presentes para ya no escapar. De pronto, Minimal invita a quien últimamente sube a sus conciertos con mucha frecuencia: Pato Larralde, líder de Los Antiguos y Sauron, sobrino de José Larralde y emblema del metal nacional under a quienes muchos conocieron por los Festipez. Saluda al público, lleva una remera de Pez, una carpeta con hojas arrugadas en una mano y una botella de vino en la otra. Inicia el momento más metalero de la jornada: “A donde está la libertad”, en el segundo homenaje a Pappo del día, suena a pura potencia y al estilo Pez — psicodelia blusera y acordes bien rápidos— y la voz de Pato que atraviesa todo límite. El público, extasiado, no deja de cantar por el Carpo. Luego, el turno de “Nunca nadie supo como” tema grabado por la banda y el Pato en formato simple. La voz de Larralde es un aullido, un lobo en el medio de la inmensidad de la noche que convoca a su jauría a agitar por el rock y el metal que sigue vivo.

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La celebración del décimo -y último- Festipez continúa y llegan más clásicos del trío: la oda a la porteñidad melancólica de “Cabeza de departamento”, el lamento existencialista y al palo de “Ahogarme” -otro momento clave en donde el pogo era eléctrico, una marea de caras indistinguibles entre sí- la dulce “Gala” en su versión más eléctrica, el consejo paterno y bien guitarrero de “Haciendo real el sueño imposible” y el grito de “¡Frágilinvencible!” hermanando a banda y público presente. El final, con la guitarra polivalente de Minimal orquestando todo en “Fuerza”, la enorme “Ya nadie lee en estos días” y “Último acto”, a modo de despedida del festival que terminaba, hicieron vibrar a los asistentes quienes se acomodaban como podían, no veían a donde pisaban entre tantas piernas enredadas por el pogo y aplaudían emocionados, entre la transpiración y el llanto.

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Minimal anuncia la próxima fecha del grupo, el 15 de mayo en el Teatro Opera a modo de presentación oficial de El manto eléctrico (2014), agradece “el respeto al cruce de géneros” siempre propuesto en los Festipez y traduce en palabras lo que todos sintieron a lo largo de diez años de descubrir nuevos sonidos: “Hay bandas buenas en todos lados, en todo el país. No siempre son las que aparecen en los medios masivos. Hay que buscarlas. Brindemos por eso”.//z

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