Fernando Bogado: “El fascismo ha tenido una profunda influencia en Argentina”

Diálogo con el escritor, investigador y docente quien, en su segunda novela, construye un personaje obsesionado con el nazismo en una trama que patea el tablero de lo políticamente correcto

Por Julieta Pastorino
Foto de Milena Pazos

¿Qué se puede pensar de alguien que tiene Mi lucha, de Hitler, en su biblioteca? La pregunta va en serio en una época en donde los textos se cancelan; son condenados al ostracismo, silenciados en nombre de lo políticamente correcto. No hay ni tiempo para pensar —por ejemplo, en el caso de Mi lucha— en el interés histórico de la obra. Hoy, miles de textos se leen confundiendo valor estético o documental con valor moral. Eso, en el mejor de los casos: en general, y por todo lo anterior, ni siquiera son leídos.

Sin embargo, por más moralismo, cancelación o, incluso, censura que impere, algo permanece en los lectores o, mejor dicho, seres humanos: la ambigüedad; los errores; la seducción por lo siniestro, tan inevitable como la muerte. En Lebensraum, su segunda novela, Fernando Bogado compone minuciosamente a un protagonista que no se salva de esta condición.

Al personaje, un académico de la literatura, le cae desde un principio la fatalidad en la cara: ya sabe que, muy pronto, morirá. Entonces, decide hacer el último viaje de su vida a un destino exótico: las Islas Galápagos; luego, de allí, partirá a Colombia. A lo largo de la travesía, lo único que lo mantiene vivo es su obsesión por un tal Bruno Diermissen, soldado y fotógrafo de las SS nazi. “¿Quién fue Bruno Diermissen?”, se pregunta el protagonista de Lebensraum. “¿Soldado, burócrata, antropólogo, artista? ¿Nazi o rebelde?”.

Durante la invasión alemana a la URSS y como parte de un registro étnico, Bruno retrata a cientos de judíos antes de quemar sus casas, torturarlos y asesinarlos. Podría decirse, en un juego de palabras no tan inocente, que los captura: los deja reflejados en fotos que trascenderán el tiempo y, a la vez, se apodera de sus vidas.

Desde la mediocridad y el anonimato, el narrador y Diermissen corren en paralelo: dialogan desde puntas remotas de la historia, se reflejan en un espejo tenebroso y avivan, en la novela, una disputa interminable: moral versus arte.

Bogado nació en 1984, en Buenos Aires. Enseña Teoría Literaria en la UBA, investigó en el CONICET, edita en Colihue. Viene de la poesía, y se nota. Hasta la fecha, publicó Jazmín paraguayo. Poesía reunida 2006-2014 y El desempleo (2020), ambos por el sello Nulú Bonsai. En 2018, se estrenó en narrativa con Tierra ganada al río (Letras del Sur).

Lebensraum, su segunda novela, salió por Omnívora, una editorial joven que define su catálogo como Historia, con avidez cazadora por los textos literarios. Entre los títulos del sello, el libro ofrece una escalera desgarrada, oscura, de thriller, con descansos de filosofía y crónica histórica —descansos, sólo en el sentido más arquitectónico del término. No hay paréntesis de sosiego, la novela es cuesta arriba y todo, todos, termina apresado por una foto: cualquier atracción turística, cualquier pajarito bello de Ecuador —como el piquero azul que ilustra la tapa de Lebensraum— se vuelve opresión, duplicación angustiante de la realidad. Infierno.

El narrador, por su parte, siempre es capturado por el destino.

AZ: ¿Cómo fue la decisión de dar voz a un protagonista que se identifica con un nazi?  

Fernando Bogado: La novelística contemporánea, en su mayoría (por suerte, hay excepciones) suele trabajar sobre personajes que realizan procesos de autodescubrimiento que tienden a reencontrarse con un juicio moral. Muchas veces, esos caminos están marcados por un fantasma autobiográfico: está la sospecha de que lo leído realmente le pasó al autor. En Lebensraum traté de alejarme de ese parámetro, pero no construyendo algo diametralmente opuesto, sino recurriendo a esa misma lógica, pero profundizando sus contradicciones. El protagonista está obsesionado con un miembro de las SS y ese adentrarse en sí mismo lo único que deja en evidencia es su condición de miserable. Es un personaje, también, estático, al menos, hasta cierto punto de la novela, lo cual marca, también, creo, ese viaje hacia la invasión alemana a la URSS en 1941: algo tiene que pasar, al menos, aunque sea, en su cabeza. Es un personaje ambiguo: no se entiende dónde está parado, no queda muy en claro si las decisiones que toma las toma voluntariamente o se deja llevar por los hechos y, en cierto punto, eso va a marcar su condición de miserable. Me gustó armar un personaje así: rechazo fuertemente la idea de un personaje noble, de un “héroe” con el que uno se puede identificar leyendo el texto. Creo que esa lectura restituye la pátina moral en la literatura. Prefiero al protagonista mundano, miserable por estar atravesado por las mismas complejidades que nos atraviesan a nosotros: la difícil tarea de distinguir el horror en estado puro y la manera en la que la belleza como problema puede llegar a aparecer en una naturaleza cada vez más enmudecida por la propia acción humana.

Además de escritor, investigador y docente, Bogado es traductor. La idea de la novela surgió mientras traducía textos para una revista de bioética en donde se hablaba de los países con la eutanasia legalizada. Ahí, leyó un artículo sobre la expresión ir a Suiza, que es un argot para hablar, en Inglaterra, del último viaje de las personas que tienen una enfermedad terminal. Se trata de personas adineradas que pagan un viaje turístico para atenderse en clínicas especializadas, hacerse un tratamiento y terminar con su vida. “La novela se iba a llamar así, Ir a Suiza, pero, después, trabajando en otro libro, en otra traducción, esta vez sobre la Alemania nazi, me metí con el concepto de Lebensraum”.

Dentro del nacionalismo germano, la expansión hacia el este fue justificada con la búsqueda de un supuesto territorio vital. En alemán, ese espacio necesario para la supervivencia del pueblo se llamó Lebensraum. “El personaje está en Ecuador y quiere ir a Colombia, así como Bruno va de Alemania a la URSS, los dos al este”, explica Bogado. “Ahí me di cuenta de que había encontrado el mejor título para la novela”.

AZ: En el libro hay pasajes extensos sobre la Segunda Guerra Mundial, en particular sobre la Operación Barbarroja, que parecen escritos con mucho rigor documental. ¿Cuánto investigaste para nutrir históricamente a Bruno?

FB: Gran parte del proceso de investigación lo había hecho por la traducción del libro sobre el Tercer Reich. me llevó mucho tiempo meterme en la Biblioteca Nacional, pedir material, todos textos sobre el nazismo, desde el diario de Goebbels hasta las escasas ediciones de Mi lucha (libro que no tiene una edición anotada, seria, en castellano que habilite más investigaciones: algo que, creo, es un error). En esa búsqueda, me sorprendió encontrar una traducción de 1933/34 del texto. Un momento demasiado temprano como para creer que era un documento político de peso para pensar la Segunda Guerra Mundial. Lo cual muestra, como tantas otras cosas dentro de nuestra historia intelectual, que el fascismo ha tenido una profunda influencia en la Argentina. Herencia preocupante que, creo, todavía no ha sido llevada completamente a la luz.

AZ: En tu novela anterior, Tierra ganada al río, trabajaste con un personaje que quiere ser escritor. En esta, con un investigador de literatura. ¿Qué te interesa de este tipo de personajes?

FB: Actualmente estoy trabajando en otra novela con un personaje que también tiene que ver con la literatura, pero no está en el centro. Me interesa mucho la periferia, ese conurbano de la literatura. Es como Silvio Astier en El juguete rabioso: siempre en los alrededores de lo literario, pero nunca situado en el centro (como, por ejemplo, en ese maravilloso capítulo donde Astier vende papel). En Lebensraum, empecé a escribir y me fui dando cuenta de que la mejor manera de poder darle carne al personaje era ubicarlo como un investigador de literatura, algo que tiene que ver con parte de mi trabajo. Creo mucho en la idea de que hay que partir de algo que uno más o menos conoce y avanzar hacia la disolución de eso mismo. Ir hacia lo desconocido.

AZ: El narrador reflexiona constantemente en clave metafísica sobre la muerte, el destino; también habla mucho de estética e incluso nombra a Theodor Adorno. ¿La idea de un personaje que trabaja en literatura se dio por este beneficio de registro?

FB: Las reflexiones, al ser un narrador en primera persona, se justifican por el tipo de trabajo del narrador. Eso me sirvió bastante para que no quedaran tan descolgadas. Me resultaron inevitables y traté de que no aparecieran en el centro, pero eso se lo dejo a cada lector para que luego determine hasta qué punto están o no armónicamente presentadas.

AZ: ¿Tenés algún recaudo frente al riesgo de hacer “literatura para literatos”?

FB: No me preocupa mucho la idea de “literatura para literatos” porque, creo, sería un modelo de lector ideal. Trato de que lo que escribo sea desafiante o duro de roer por eso: la industria cultural, en el peor de sus sentidos, tiende a esas producciones ya digeridas que no presentan ninguna resistencia. Quizás ese sea el horizonte del cual, creo, la literatura tendría que tender a alejarse. Pero, nada de reglas. La literatura tiene las suyas propias y se descubren leyendo o escribiendo, pero no desde afuera.

AZ: ¿Cómo describirías, en un nivel más formal, tu prosa? ¿Buscás activamente un estilo propio? 

FB: Viniendo de escribir poesía, creo que tiendo a cierta compacidad, cierta brevedad, pero la sucesión de capítulos me permite darle más forma. Es algo que está en los escritores que me interesan de ahora. Todos saben manejar una prosa ascética: la mía es un tanto barroca, tiene algunas palabras que creo que se podrían suprimir. Pero, estimo, es lo mejor que pude hacer ahora. En un mes o dos, le voy a ver todos los errores al texto y ya me va a dar vergüenza, aunque es inevitable: pienso siempre en la escritura hacia adelante, en resolver las cosas que no me gustan de esta novela en la próxima, y así.

AZ:¿Entendés tus facetas de poeta y novelista como algo separado o como un todo fluido?

FB: Hay una continuidad, pero me parece que es una impresión errada. Si me pongo a pensar seriamente, hay dos modos de escribir diferentes: uno es más suelto, más íntimo, como el de la poesía, en donde pienso el poema, lo voy trabajando y luego lo escribo en un acto que tiene mucho de rapto, de cosa instantánea (por eso, siempre, tengo cuadernos conmigo que llevo para todos lados) y de proyección tensa hacia lo político o lo metapoético (como creo que pasa en El desempleo, mi último poemario). En la novelística, en cambio, hay que trabajar más, tener una rutina: escribir todos los días, plantear momentos de corrección, investigar, recabar datos (sobre todo, para evitar esta cosa de la literatura del yo que me resulta tan negativa: hay que escribir contra el yo, no a favor). Lo mismo pasa con la docencia, con la edición y con la investigación: mi vida, espero, quiero creer, tiene que ver con la literatura en todos los aspectos posibles. Después, vemos. Quedo como alguien que romantiza la práctica, lo sé, pero lo prefiero así. La idea de profesionalidad lleva al camino de la justificación de procesos como los de escritura creativa, con los cuales no estoy para nada de acuerdo.

AZ: ¿Hay alguna conexión entre Lebensraum y Tierra ganada al río, alguna cuestión que sigas indagando desde tu primera novela hasta acá? 

FB: Básicamente, la presencia de personajes que giran en torno a la literatura. Además de que son personajes fracasados, que cometen acciones reprochables o dignas de ser celebradas, pero que no se convierten en paladines de la moral ni nada por el estilo —cosa que, creo, impera en algunas novelas de ahora. La diferencia fundamental es el tono. En la novela anterior pasaba lo mismo: me interesa eso del trasfondo marítimo y fuertemente vital en la historia de personajes mediocres que no saben para qué viven. Como ninguno de nosotros, bah, pero, por lo menos, trato de que se exhiba en las novelas esa indeterminación y que no quede todo resuelto en compromisos erráticos. Lo ambiguo, me parece, sigue siendo patrimonio de la literatura.//∆z