Por Nahuel Ugazio

Era 1997, yo tenía 13 años y Los Fabulosos Cadillacs sacaban un disco que no entendí.

Desde muy chico me sentí atraído por el reggae y del ska. Nada raro, era un sonido que desde mediados de los 80 estuvo muy de moda en la Argentina. El sonido de Jamaica se instaló tanto en el under como en la música comercial donde llegaba al gran público de una forma más limpia y familiar. Los Pericos y Los Cadillacs eran la bandera popular de este movimiento, los primeros con el reggae divertido y jodón, los segundos con la rudeza, el tono perdedor y el sonido áspero del ska 2Tone reformulado en Inglaterra. Eso me atraía por completo. El primer disco que me compré (cassette, en realidad) fue En Vivo En Buenos Aires: Los Cadillacs en Obras en una veta post punk.  Aquel disco que arrancaba con un breve homenaje a Sumo pasando por una versión furiosa de “Mi Novia se Cayó a un Pozo Ciego” (una especie de mashup entre The Specials y Sex Pistols) modificó mi manera de escuchar esta música por completo, acercándome al punk y me dio ganas de investigar el universo que conmovía a Vicentico y compañía. Rey Azúcar potenció esa búsqueda al paso de las nuevas puertas que abrían las cintas de mis TDK. Era 1997, yo tenía 13 años y Los Fabulosos Cadillacs sacaban un disco que no entendí.

Fabulosos Calavera no solo fue un disco rupturista para el rock argentino todo, sino una especie de alter ego de la banda. Un disco que requiere una escucha delicada y dedicada. Me pasaba noches enteras escuchándolo bien fuerte con mis auriculares tratando de descifrar la cantidad de capas sonoras, ruidos, guiños. Un disco que pasa del death metal al jazz, del ska al post punk, de una balada al hardcore, todo con una simpleza y una comodidad alucinante. Un disco que no entendía pero que me esforzaba por comprender, un disco al que le entrené la escucha. Finalmente me cayó la ficha. El próximo paso era evidente. La había visto en la vidriera de Locuras de Morón, la remera era toda negra con la estampa de la tapa del disco bien pero bien grande. Ese fileteado macabro y terrorífico además contaba con unos colores verdes y rojos muy llamativos que cobraban protagonismo. Una belleza. Se la pedí a mi vieja y unos días más tarde encontré la bolsita de Locuras en mi habitación. Me puse la remera para ir al colegio lleno de orgullo. Recuerdo claramente cuando entré al aula y se la mostré a mi compañero de mesa, siempre al fondo del aula. Todavía tengo la remera conmigo, la sigo usando, me sigue quedando. Está gastadísima tras muchos años, muchos pogos, muchos cambios. Está llena de agujeros, y de vida. La estampa se borró, pero el orgullo está intacto.//∆z

Nahuel Ugazio de vez en cuando escribe por ahí, pero es productor audiovisual, comunicador digital y buscavida. Filma y produce en Golondrina Cine.

remera