Hablamos con el artista visual sobre su trabajo en la escena musical y la militancia LGBT+ y sobre su nueva muestra, orientada al dibujo y lo artesanal.
Por Carlos Noro
Foto de portada por Teófilo Riadigos
Desde el diseño gráfico para artistas y festivales (con trabajos para Los Fabulosos Cadillacs, Miranda!, Massacre, Celeste Carballlo, Virus, Falsos Profetas, Javi Punga, y Luciano Pereyra, entre otros); pasando por la dirección de arte (en el sello Estamos Felices y la revista Plan V) y la militancia LGTB (en la revista El Teje, primer periódico travesti latinoamericano editado por el Centro Cultural Rojas) hasta llegar a ser uno de los precursores de la popularidad del street art (“fue mi tesis para Comunicación en la UBA”, recuerda), Ezequiel Black muestra una idea concreta: romper con patrones estéticos y profundizar la posibilidad de que el diseño gráfico tenga contacto directo con la dimensión artística.
Tal vez por eso no resulta raro que esté presentando su tercera muestra individual que lo enfrenta con lo artesanal (son veinticinco dibujos hechos en grafito sobre papel), y que retoma un paisaje de su infancia en Río Tercero, Córdoba, para conducirlo por un espacio en el que se propone “trascender el límite entre lo cotidiano y lo mágico”. Música, diseño y arte en estado líquido y mixturado.
AZ: Tu hacer viene muy relacionado con la música, por lo que no es casual que elijas armar tres actos para “darle sonido” a la muestra. Más allá de la buena onda, ¿qué relación podés establecer con las tres propuestas musicales que elegiste?
Ezequiel Black: Me gusta la clásica estructura narrativa de “Introducción, nudo y desenlace”, algo así como contar un cuento en tres actos. La superposición entre el mundo visual y el sonoro es parte de mi vida y me parecía que a la hora de mostrar estos trabajos no podía faltar. Tal vez la diferencia respecto de muchos de los trabajos con bandas en que en este caso el disparador son las imágenes. Entonces se invierte el mecanismo de trabajo, porque cuando uno trabaja con proyectos musicales el disparador para crear los universos visuales es la música. En este caso lo dimos vuelta: primero aparece lo visual y después viene lo musical. En concreto, o no tanto, Monoto Grimaldi (ex bajista de Miranda!, Los Animales SuperForros y actual fundador de Club Cairo) y David Nahón (artista, músico y escritor) van a realizar intervenciones en plan DJ. Bicicletas, en cambio, va a hacerlo con banda en vivo. La idea fue que, siendo personas muy cercanas y habiendo visto y acompañado el proceso de la creación de todas las obras, utilizarán ese punto de vista para generar nuevas lecturas, nuevos diálogos y de alguna manera intentarán abrir otras puertas para poder entrar a esos relatos que las imágenes proponen. El objetivo es abrir sentidos y posibilidades de entradas a nuevas experiencias.
AZ: En tu desarrollo profesional le pusiste gráfica a diversas propuestas musicales. ¿Qué recordás particularmente? ¿Cómo fue el intercambio con los músicos?
EB: Hace poco me puse a contar la cantidad de discos que diseñé y vi que en cualquier momento llego a los ¡100 discos! Trabajé con bandas indies como El Robot Bajo el Agua o Francisca y Los Exploradores, bandas que tuvieron su explosión de popularidad como Miranda! e hice trabajos de packaging mucho más complejos como los que hice con Bicicletas y el sello Estamos Felices, hasta incluso el mainstream total de Los Fabulosos Cadillacs o Luciano Pereyra. Cada disco, cada artista, cada banda tiene una impronta personal, algo que los hace únicos. Un meridiano y un paralelo que se cruzan y que hacen que el deseo explote y quieran sacar un disco, hacer un show o compartir un tema. Me interesa investigar esa singularidad que hace que eso que hacen solo pueda ser hecho por ese artista en ese momento particular. Busco crear un universo visual que hable de esa especificidad. Los procesos son siempre distintos porque mi propuesta de trabajo es la de intentar zambullirme en ese mundo sonoro que propone cada uno, y dentro de ese intercambio único y particular que se da entre un creador de imágenes y un creador de sonidos encontrar el punto en el que no queda claro si la idea es mía, tuya o de los dos. Me gusta pensar el diseño casi como una psicología de la imagen en donde hay algo que alguien como músico sabe pero que no termina de poder entender, o de darle forma.
AZ: Estuviste en Estamos Felices, un sello que tenía un perfil particular. ¿Cuál era el criterio para “curar gráficamente” a los distintos artistas?
EB: La curaduría sonora la hacía Martín Mercado, su creador. Dentro del sello mi función como director de arte era la de garantizar un cierto nivel visual y una línea estética que le diera su impronta y que funcionara como una especie de “garantía de calidad”. Muchos de esos discos fueron diseños míos pero también había bandas que ya venían trabajando con sus propios diseñadores, entonces en esos casos mi rol era el de acompañar esos procesos facilitando el trabajo de pre impresión y asistiendo o guiando para que el trabajo quedase lo mejor posible. Como director de arte de un sello independiente hay que arremangarse y hacer de todo, desde discos y compilados hasta escenografías, stands, remeras, stickers, videos, producciones de fotos y cuanta pieza visual se necesite. Fue una gran experiencia.
AZ: Otros perfiles que desarrollaste tienen que ver con el street art y la lucha por la identidad LGTB. ¿Qué tan importante es para vos lograr que el arte o el diseño gráfico generen un espacio de visibilidad o de identidad para quienes no lo tienen?
EB: El diseño gráfico como disciplina te da la posibilidad de trabajar con gente muy diversa e involucrarte en proyectos súper variados. A veces hay cuestiones sociales que están latentes y en transparencia que pulsan, pero que no están en la superficie. Esa es una de las fronteras que me gusta explorar, donde el diseño se pone al servicio de causas más importantes y el trabajo propio se vuelve más potente. Darle identidad visual a un proyecto como la revista El Teje (primer periódico travesti latinoamericano) fue uno de los trabajos más intensos y enriquecedores en los que tuve la posibilidad de participar. De hecho el año pasado se cumplieron diez años de la primera publicación de la revista y junto a Marlene Wayar, su directora, presentamos el proyecto al Fondo Metropolitano de las Artes, las Ciencias y la Cultura y nos otorgaron el subsidio para poder digitalizar toda la publicación. Creamos el sitio digital, en donde pudimos hacer una especie de monumento póstumo y colgar todo el contenido la revista, que fue pionera en la lucha por las identidades trans en América Latina. Con el arte callejero (o Street Art) pasó algo parecido. Mi tesis de licenciatura (en Comunicación) fue sobre la historia del arte callejero en la Argentina. Había algo del tema que yo ya había investigado en aquel momento: yo era director de arte de la revista Plan V y desde la publicación contratábamos a una cantidad de artistas callejeros para que oficiaran como ilustradores de las diferentes notas. Eso hizo que me vinculara personalmente con muchos de ellos. En aquel momento tuve la posibilidad de co-curar la primer muestra de Street Art en el Centro Cultural Ricardo Rojas, que si bien fue pequeña desbordó la capacidad de la sala y tuvo una explosión de prensa inusitada. Había algo latiendo porque el diálogo entre el circuito más mainstream y esas expresiones callejeras todavía no estaba aceitado. Luego de esa muestra surgieron infinidad proyectos. Pudimos armar muestras en diferentes centros culturales como el San Martín, el Recoleta y los festivales Ciudad Emergente.
AZ: En esta muestra elegiste experimentar con el dibujo, algo que desde afuera te liga a lo artesanal. ¿Por qué decidiste tomar ese camino?
EB: El dibujo es una disciplina que me acompaña desde siempre, pero por algún motivo siempre lo utilicé como un instancia intermedia. Es una forma de bocetar una idea, el paso previo a la realización de un proyecto o simplemente un bosquejo para poder dar forma a un pensamiento. Por algún motivo u otro siempre quedaba en esa expresión anterior, nunca como obra final. Después de terminar mi última muestra, en el año 2014, decidí retomar el dibujo y pensarlo ya no como instancia anterior a algo sino como pieza final. Algo parecido a aquella frase: “La fruta no cae del arbol sino cuando está madura”. De forma orgánica entendí que en esos dibujos, en esas ideas, en esos trazos había una fuerza que estaba ahí y que solo faltaba el momento indicado para que saliera a la luz. Me monté sobre el dibujo y comencé a desarrollar este nuevo proyecto que estoy presentando ahora. No fue una decisión intelectualizada. Me dejé llevar por la intuición e intenté no cargar la elección con ideas racionales. Simplemente lo que hice fue dejar que ese impulso primario tuviera lugar.
AZ: Me imagino que ponerle nombre a una muestra deber ser un desafío. Elegiste “Rio III”, que además de tomar como eje la idea del agua propone un límite entre las orillas. ¿Lo pensaste así?
EB: ¡Qué linda pregunta! La verdad es que elegí el nombre por varias razones. La primera es porque la familia de mi madre es cordobesa y pasé todos los veranos de mi infancia y adolescencia en la zona de Embalse y Río Tercero. Mi abuelo materno tiene una casa a orillas del lago así que ese río tiene para mí una dimensión casi mítica. La central nuclear (que es una de las piezas centrales de la muestra) quedaba a 300 metros de la casa, y el acostumbramiento opera de formas extrañas, ya que si bien siempre estuvo ahí jamás reparé en la singularidad de ello. Hace poco volví luego de varios años y la vi con otros ojos. Me partió la cabeza la idea de una central nuclear argentina a escasos metros de la casa de mi abuelo. Eso me hizo preguntarme: ¿cómo puede ese monstruo del futuro haber estado todo ese tiempo en ese lugar y que haya pasado absolutamente por debajo del radar? Entendí que en esa construcción había muchas metáforas sobre la forma en que armamos nuestros recuerdos. Río III es de alguna manera un homenaje. Y, por supuesto, también me gusta la idea de que, siendo esta mi tercera muestra individual, encaje con ese nombre.
AZ: La muestra es el resultado de cinco años de laburo e incluye referencias a temáticas ligadas a la memoria… ¿Cuándo un trabajo está terminado y sale a la luz? ¿Es necesario poner un punto en algún momento?
EB: Mi trabajo sobre los dibujos lleva una buena cantidad de tiempo. Es un trabajo lento, parsimonioso, firme, detallista, casi al grado de lo obsesivo. Voy trabajando con la superposición de capas de grafito. Me adentro en las formas y les voy dando cuerpo, profundidad, textura y luz. Esto se logra con diversas pasadas de diferentes gradaciones de grafito. A veces pareciera que es un cuento sin un final, pero poco a poco las imágenes comienzan a aparecer, los detalles empiezan a mostrarse y lentamente se produce la materialización visual. Creo que una obra se termina no solo cuando se abandona, sino cuando entre la idea que tenías en la cabeza y la realización se da como una especie de balance. Creo que el trabajo es casi un estado meditativo en donde el exterior baja su intensidad y se genera un diálogo entre la obra y uno. Con una muestra sucede lo mismo. Una obra lleva a la otra, y luego a otra, y de a poco el trabajo va tomando forma. Se generan conjuntos, conversaciones, necesidad de contrapuntos, y lo que uno tenía en la cabeza se va dejando permear por lo que va sucediendo y en ese diálogo íntimo entre lo que se imaginaba y lo que se realiza es que ese conjunto de obras de a poco empieza a proyectar una muestra. //∆z