El sábado se completó la segunda jornada del Festipulenta Vol. 17 y el escenario del Zaguán Sur fue testigo de las presentaciones de Las Diferencias, Las Bodas Químicas, Compañero Asma, Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguetes y el Acorazado Potemkin.

Por Gabriel Feldman

Fotos de Pablo Lakatos

Ahora camino las calles casi de memoria y tampoco  confundo Balvanera con Once. El colectivo te deja en Mitre, seguís hasta Matheu, hasta el 200, esa es Moreno y donde se amucha gente es el Zaguán, ahora con una linda placa en la puerta. Me tomó varias ediciones del Festipulenta acordarme de estas tres o cuatro boludeces, pero como se sabe: el hombre es un animal de costumbres.

Y sí de costumbres hablamos el Festipulenta ya es una de ellas. El sábado,  la segunda jornada de del Festipulenta vol. 17, se nos ofrecía un poco más extendida, una banda más por noche, y una grilla más bien aguerrida. Hay muchos que piden pista a fuerza de grandes discos y presentaciones, y el Festi, como de costumbre, refleja  el poderoso magma que corre independientemente y revitaliza nuestro querido rock.

El volcán siempre está en peligro de erupción, y nos podremos encontrar con lava ardiente – lo haremos –, o con la evolución que nos concede sólidas rocas de fuego, con cristales relucientes dentro – también encontraremos –. Pero eso es el devenir natural. Eso pasará aunque no lo veamos. Pero cuando estamos nosotros, cuando lo presenciamos, es que eso se transforma en parte nuestra. En relato. En historia. En algo memorable.

Y podríamos decir que a las 23 arrancaron Las Diferencias, uno de los debutantes en el festival. Que a base de la contundencia de sus canciones, una base muscular de bajo y batería incansable que le permiten a Andrés Robledo desplegar todos sus artilugios y jugar a ser un alquimista como Jimmy  Page mientras recorre sendas postales de abandono y escape, dictaron los primeros cabeceos de la noche. También deberíamos decir, lo diremos, que Las Bodas Químicas, también en sus primeras nupcias con el Festipulenta, electrificaron a una pista que sin darse cuenta se movía en sincronía, como en una coreografía, no, como Daniel Hendler en Los Paranoicos con Farmacia, despidiendo a su ser y sólo dejándose impulsar por la fuerza del surf, el boogie, los delirios balcánicos y el más sofisticado rock n’ roll, con homenaje a Pappo, Los Redondos y Sumo incluido, que este trío químico entrega y materializó en su disco debut homónimo. Aunque nos digan y repitan que “esto no se puede bailar”, parece difícil creerles. Pero qué es la química sino la transformación de una o más sustancias, del estoicismo a la ebullición por ejemplo, por un factor energético (en este caso sobre un escenario y con equipos al taco). Exacto.

Siguiendo este camino cronológico, elegido arbitrariamente por su servidor, correspondería decir, y lo diré por su puesto, que cuando ya un nuevo día contaba sus primeras horas – ¡nuevo día asoma, nuevo día asoma! – el inusual telón en el Zaguán, se descorría y el escenario nos revelaba al Compañero Asma y su mágica posesión: la quimera de la canción, la lucidez de la palabra justa, el avance arrollador del motor motorik – precisión quirúrgica de Blas Finger y Ale Leonelli – y la raíz primigenia del riff, “aleación de algodón y del más frio metal”, ¿no?, con dedicatoria especial a Jeff Haneman – violero de Slayer fallecido hace una semana -, para recorrer esa otra dimensión que es el universo melómano que creó Hernán Espejo. Y si era posible descolgarse de la trascendental y cosmogónica “La buena Suerte”, había que quedarse sintonizado, como sugirió Hernán antes de terminar con la más reciente “En casa o en cualquier lugar”, para ser testigos de Miro y su fabulosa orquesta de Juguetes.

Diremos entonces que la pequeña orquesta de camisas a cuadrille, pañuelos bandoleros y bigotes ochentosos, tomó control del escenario promediando las 2 am y de menor a mayor fueron calentando a un público partiendo de La Humanidad, su nuevo disco, de su simpático folk y del carisma del Mister, su sin igual fontman, que pedía al público que se acercara: “Esto lo hacemos por vanidad pero también por amor”, decía mientras hacía ademanes para que los más alejados vayan al frente.

Y cuando van promediando su presentación, esas canciones para perdedores hermosos, vamos a decir, se van adentrando en el cuerpo y hay algo que se enciende en cada uno que levanta el puño para cantar un estribillo que lo siente propio. Y para el final queda ese hermoso retrato de la nueva escena independiente, “Canciones que nadie escucha”, que por la dinámica del vivo se vigoriza, se expande, se funde con “Mi amigo Piedra” y se convierte en un pequeño himno de la noche.

La música sonaba mientras esperábamos al Acorazado Potemkin. Y cuando están todos, Lulo dispuesto a encarar el doble turno, salen derechitos para armar el set con el telón descorrido como de costumbre en el ZAS. Ya con todo casi listo, cuando sólo faltaba que se calcen los instrumentos, Juan Pablo Fernández relojeó el nuevo telón, lo miró a Federico Ghazarossian y, entre los dos, riéndose, le devolvieron al escenario todo su misterio. Unos pocos minutos después, promediando las 3.20 de la mañana, el telón era descorrido nuevamente al compás del “Caracól”: inició rabioso que dejó como saldo al tom de Lulo herido, que cayó de su lugar de privilegio y rodó por el suelo ni bien le pegó los primeros mazazos a la batería.

Un augurio de un show que tuvo sus complicaciones, pero por suerte ninguna de gran importancia. En medio del repaso de Mugre y la novedad de “Miserere”, aguafuerte porteña como sólo Juan puede relatar, justo después de terminar “Desert”, a Federico se le iba a romper una de las cuerdas de su bajo, y usaría el de Andrés Tersoni de LBQ, para así seguir con “Las Piedras”, otra de las nuevas; y Juan Pablo, ya sobre el final, cuando había pasado el canto en conjunto de “La Mitad”, “Gloria”, de hacer carne la revancha en “Algo” y un pogo escuálido pero sentido en “Caracol”, encontraría la solución del problema de su retorno que lo acomplejó en la noche.  Asique “bueno, va todo de nuevo. Hacemos todo de vuelta”, retrucaba. Pero afuera iba bien, no había de que preocuparse, y el final ya se podía percibir en los acordes de “Phuma Thurman” y se materializó en la marchita de “Los Muertos”. Anoche hicieron lio.

Podríamos decir todo esto. Es más, lo dije, lo escribí. Está acá. Pero el Festipulenta es además aquello que te pasa mientras estas ocupado mirando a una banda. O esperando a que toquen. Es el rincón de la feria hojeando libros y revistas, mirando cedés y devedés. Descubrir algún sonido nuevo. O historia interesante. Es discutir el porcentaje de “innovación” y “caretaje” que nos dictan Las Cartas Del Rock y el ensañamiento  con David Bowie. Es ver como dos pibes cantan canciones de La Polla Records como si no hubiera mañana, o encontrar un lugar en Buenos Aires donde la gente baile con Neu!, tal vez sin saberlo. Cómo no bailamos todos los días con Neu! Y también es una foto que se repite cuando todo terminó, sentado en las mesas que horas antes sirvieron de stands, compartiendo una última cerveza, alguna conversación más, con las piernas ya cansadas, pensando ya en volver y que todo esto se repita.