En Salad Days, disco Mac DeMarco bordea sus inseguridades con mucho estilo. La sonrisa se le borra un poco de la cara, mientras intenta ponerse serio con lo que le puede deparar el futuro.
Por Gabriel Feldman
A Mac DeMarco no le importa si lo toman muy enserio o no. Así lo demuestra en sus shows en vivo, en sus videos o en su cuenta de twitter. Puede disfrazarse de mujer, puede ponerse un cigarro en el culo y sacarse una foto, quedar en bolas en un escenario, o apretarse a su bajista como hizo cuando estuvo en Vorterix este año. Mac se divierte, disfruta. Tan rápido como le llegó el reconocimiento, también así puede desvanecerse. Por eso, antes que nada, antes que todo, hay que pasarla bien. De esa forma lidia con la fama que le llegó de sopetón y hace que ahora todos quieran verlo, escucharlo, saber qué carajo está pensando. ¿Querés ser Mac DeMarco por un día? Mientras termino de escribir esta nota sale una nueva noticia: ¡Mac ya tiene su propio videojuego! En Squish’em, sencillamente movemos su mano con un pucho encendido y tenemos que aplastar con él la mayor cantidad de insectos que podamos en quince segundos. Hasta podemos elegir nuestra arma entre las marcas de cigarros. Por supuesto, Viceroy está disponible. Dicen que hay vida después del 2048.
Salad Days es el primer disco después del reconocimiento; con el reconocimiento, vale decir. Esta situación parece ser el motor principal de las composiciones. Ya en el nombre, una cita de Shakespeare, lo plantea. ¡Estoy verde!, diría García. La dichosa inseguridad de un joven de 23 años luchando con el reconocimiento. ¿Y ahora qué pasa?, se pregunta. ¿Puede esto durar? ¿Importa el éxito? Al darle play, las primeras tres canciones ya pintan muy bien el clima general. Con que la que le da nombre al disco, este joven sobrepasado recurre a su madre para tener consuelo: “Oh mama, actin’ like my life’s already over”; “Oh dear, act your age and try another year”, le responde sin darle demasiada importancia. “Blue Boy” también apunta para la misma dirección, qué será de mí con los ojos del mundo encima, reflexiona. Tranquilo, querido, hay que madurar, finalmente reconoce con tono amable. Y por último en “Brother”, se da algunos consejos para que tanta noche no lo supere. Aunque parezca preocupado, él parece saber la fórmula. Hay que tener paciencia, no llorar tanto y tomárselo con calma. Take it slow, brother.
La música también acompaña este crecimiento. Parece un poco más comprometido con lo que está haciendo. Él sabrá también que todo gran chiste conserva algo de verdad. Y de a poco, más allá de sus monerías, va ganando confianza como compositor. Aún con una producción lo-fi e íntima como venía haciendo, en donde muchas de sus canciones suenan como si estuviera en el mismo cuarto con vos, apretando rec en un grabadorcito (tan patente en las romanticonas “Let my Baby Stay” o “Treat Her Better, con unos solos de guitarras tarareados incluidos), su acercamiento básico a los sintetizadoresle agrega nuevos colores y mayor consistencia a su paleta de sonidos. El jizz-jazz juguetón, se vuelve más melancólico y cobrará matices psicodélicos, recuperando además del rasgueo romántico de Jonathan Richman, la magia lisérgica de los Beatles (“Passing Out Pieces”, “Chamber of Reflection”).
Este muchacho que ya viene girando demasiado por el mundo, se toma un respiro y se desahoga en media hora. Lo último antes de irse es una oda alegre, “Jonny’s Odyssey”, la satisfacción de un trabajo bien hecho. Nosotros creemos tenerlo cerca, como si estuviera tocando en el living de casa. También eso lo sabe, y cuando ya el sonido se disipó, aparece su voz para un último agradecimiento: “Hi guys, this is Mac, thank you for joining me. See you again soon, bye bye”. Si aplaudimos no va a haber bises, aunque con Demarco nunca se sabe que puede pasar después. Mientras tanto, compartimos con él este hermoso presente salvaje, y nada más.
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