Por Pablo Díaz Marenghi
En tiempos posmodernos, de instituciones en crisis y valores efímeros, la ropa se convierte en un rasgo identitario. ¿De qué manera construimos nuestra identidad? En gran medida, nos hacemos diferenciándonos del resto. Somos esto porque no somos aquello otro. Nos edificamos teniendo como referencia un afuera constitutivo. No somos aquello. Como cantaba Nekro en Fun People en los años noventa, “ya no formo parte de esto, ahora voy por mi camino”. Un poco así me sentí a mis 19 años cuando dejé atrás el mundo bolichero para sumarme al mundo de los recitales. Dejaba atrás el bafle con la electrónica al palo para pasar al amplificador con distorsión. Adiós a las estrategias inútiles del levante, hola al goce eterno del pogo, el mosh y el slam. Fun People, con sus mensajes de respeto a los animales, reivindicación de la militancia de los setenta, igualdad de género, legalización del aborto y denuncia ante la opresión, fue mi primer amor. Esta pasión que de a poco fue constituyendo mi propia identidad, se hizo carne y se hizo tela en una remera blanca que conservo hasta hoy. Ya tiene algunos agujeros, está deshilachada, pero la esencia está intacta: la tapa del primer disco, Anesthesia (1995) se mantiene intacta con su suicida de colores, su osito, su cama, su perro y toda su iconografía. Todo niño sensible sabrá de qué estoy hablando.
Por una cuestión generacional, no llegué a vivir en cuerpo y alma los tiempos de Fun People. Sin embargo, experimenté hasta el hartazgo la experiencia Boom Boom Kid, el proyecto solista devenido en banda de Nekro, aquel frontman de rastas blondas que proclamaba el “hardcore gay antifascista” en tiempos de skinheads que pululaban en el Parque Rivadavia. Así me lo contaron mis amigos más grandes. Así lo leí en fanzines o en páginas web perdidas. A los 19 empecé a seguir a BBK a todas partes. Lo vi en Capital y en el Conurbano. Lo vi en Palermo, en Quilmes, en Haedo, en Ramos Mejía, en Martínez, en Temperley, en Lanús, en San Miguel y en Chivilcoy. También lo vi en Mar del Plata, en una biblioteca anarquista en donde Nekro tocó en boxers y lanzó espuma de carnaval a todos los que estábamos allí. También lo vi una vez en Lomas del Mirador sólo, con la guitarra acústica, tocando en memoria de Luciano Arruga, desaparecido en democracia, asesinado por la maldita policía bonaerense. Leí sus fanzines, seguí su mensaje y me pegó. Me pegó fuerte. No lo santifiqué, porque tampoco me gusta idolatrar humanos, pero tomé lo que consideré como válido para ayudarme a transitar la vida de una manera un poco más justa. Mis amigos tuvieron que acostumbrarse a mi vegetarianismo y a que llevara mis milanesas de soja a todos los asados que organizaban. En mi cabeza sonaban canciones de Fanpi como “Vivisección” o “Boxing bear” que me ayudaban a justificar mi accionar. Nada era casual. Eran todas piezas de un mismo rompecabezas. Ese niño de once años que dibujaba animales como un loco tirado en el piso de su cuarto en Haedo ahora escuchaba hardcore y seguía a su banda favorita a cualquier tugurio que estuviera a su alcance.
Y así llegó el momento de la ropa. Esa marca ígnea que dice quienes somos. Como si fuera un estigma, difícil de sacar. Un día, en un recital que ya no recuerdo, compré esa remera que me acompaña hasta hoy. Me queda un poco chica pero igual la sigo usando. Porque ¿cuál es el problema? Lo que vale, respecto a la identidad, es el sentimiento. La cuestión moral. El día que ya no me represente la tiraré a la basura, o se la regalaré a alguien que la valore igual que la valoré yo. Esa remera me acompañó durante vacaciones, en la facultad, en estrenos de películas. Ahí estoy yo, capturado en el tiempo en varias fotos, con la remera que varios no sabían a qué hacía referencia. “Que linda, ¿qué es?” me preguntaron varias veces. Si tuviera que hablar de su connotación, su implicancia en mi vida, los minutos me quedarían cortos. Más allá de lo musical, de la fuerza y la energía que me contagian aún hoy sus canciones, Fun People me inoculó un mensaje. Por supuesto, lo resignifiqué, lo hice propio, lo volví carne, uñas y nervios antes que un santuario. Por eso, cada vez que escucho un tema de ese disco, me emociono al captar lo que yo asimilé de esa banda. Mucho más que una propuesta musical, capté una energía. Un torrente sonoro y lírico que me dijo a mi, y a cientos de pibes y pibas, “no estás sólo”. Cómo bien lo dice en la letra de “Estoy (a tu lado)”: “Todos necesitan ayuda alguna vez, un aliento algo en que apoyarse / se fuerte resiste y no te olvides de mi,mientras falsos ideales ideotizan a tu gente /por qué necesitas unirte a una bandera en esta sociedad individualista/ reflexiona y ponte a pensar que si das un paso atrás nadie va a ayudarte esta vez/ desesperado, confia en vos, desesperado, estoy a tu lado”.//∆z
Pablo Díaz Marenghi (1991) es periodista y docente. Es autor de Codéx, música contemporánea (2016, Ediciones Maten al Mensajero). Colaboró en el suplemento Ni a Palos, del diario Tiempo Argentino, en la revista de narrativa Maten al Mensajero y en DiarioZ. Escribe en el portal ArteZeta y en las revistas Rock en On y Ultrabrit. En Twitter es @pediazm.