Cuando queda más nada que algo de 2013, el sábado 21 se corrió la maratón de la nueva escena independiente: Music Is My Girlfriend Vol. VI, ganamos todos. Crónica de una jornada infinita con 19 bandas en estado de gracia.

Por Martín Barraco y Sebastián Rodríguez Mora

Fotos de Candela Gallo

El Konex sabía que iba a ser una larga jornada. El puesto de bebidas estaba listo, abarrotado de cerveza enfriándose, sabiendo que los kamikazes dejarían todo arriba y debajo de los dos escenarios que el sexto festival Music Is My Girlfriend reuniría el sábado 21 de diciembre a partir de media tarde. 19 bandas para ir hasta el fondo de la primera noche de verano.

Permitasenos una consideración antes de arrancar con los shows: primero y sobre todo, queda claro que organizar un festival con dos escenarios y casi 20 bandas sin el auspicio de la gaseosa o del teléfono celular es posible. Se necesita mucho laburo, esfuerzo y sobre todo ofrecer la posibilidad de hacer el mejor show posible (en lo que a sonido y tiempo de escenario se refiere) tanto a las bandas más nuevas como a las más veteranas. En segundo lugar y con igual importancia, semejante maratón rockera se puede hacer aún a precios módicos: la entrada en la puerta del Konex estaba 70 pesos, y antes de eso hubo dos preventas de 50 y 60 pesos respectivamente. Llevado a las matemáticas: cuidar a las bandas + cuidar al púlico= éxito garantizado.

Ahora a lo bueno. Las Diferencias ya está en el aire, se lo puede escuchar a varias cuadras a la redonda. Caigamos en la lógica: este trío tiene el gen Zeppelin, el aura setentosa del blues que quiere rockear. Se habla de stoner, ¿pero el stoner dónde está? Tomemos por caso “Escapemos”. Acaso no sea importante, no al menos para los muchos fotógrafos y no tantos asistentes a este comienzo del festival, que había arrancado un par de horas antes repartido entre el escenario interno y el del patio dominado por un inclemente sol en retirada. Allí pudo verse a Placard, Autopista y Los Negretes, cada uno con su media hora de set bien aprovechada.

El sol destructor amontonaba a la creciente multitud del lado derecho del escenario, la sombra reunía los anteojos negros, que fueron una de las estrellas de la jornada. Sin sacárselos, nos fuimos trasladando adentro, al escenario del programa de radio El Triángulo de las Bermudas para ver a Chillan Las Bestias. Este festival está repleto de líderes: Pedro Dalton, el uruguayo de Buenos Muchachos, es la cruza extraña de Mike Patton, Bukowski y una cucharadita de Ricardo Iorio. Secundado por su intensa banda, destaquemos la genial riñonera con las perillas para volúmenes del violinista y ese bajo distorsionado. Chillan Las Bestias es un aullido a veces, otras una gran canción –“Hasta el hueso”, sin ir más lejos- pero siempre parte del clima siniestro. Por momentos pareciera que Dalton tuviera la canción apretada en la garganta, el cuello fibroso y duro de venas y tráqueas al rojo vivo.

Otra vez afuera, a la primera explosión de la velada. Doma está sin algunos dientes. El calor es insostenible. Chaume ya perdió la remera. El pogo arrecia. El Perrodiablo suena más ajustado y veloz que nunca. Están quienes los critican y quienes los aman, pero no hay opción. Como ya se dijo alguna vez, El Perro tiene la virtud cabeza de movilizar a todos a su alrededor: corean sacados los fotógrafos, agita Juan Strassburger y se banca con el pecho inflado de emoción los embates de los que entendieron perfectamente la propuesta, dejar todo en cada segundo de escenario –o al menos lo que Doma entiende por escenario, es decir todo lugar adonde llegue con el cable del micrófono. Cantamos todos abrazados al Iggy Pop platense, se disuelve la objetividad del periodismo. Andrea Álvarez sube para cerrar en la batería de “Algo sobre estar vivo” con el eterno coro final en todas las gargantas. Vuelan botellas de agua y vasos con el fondo caliente de la cerveza. Esto es rock.

Las Kellies les bajaron un par de cambios a la masa transpirada y sedienta de más. A su modo estilizado, las chicas hicieron uso indiscriminado del contraste con lo que había explotado minutos antes en el escenario del patio. Sin grandes sobresaltos, el trío que este año sacó un interesante cuarto disco en su historia (Total Exposure) y se llevó sus aplausos y comentarios al oído por la particular beldad a cargo del bajo.

Un respiro, ¡por favor! Jamás. El Music es puro frenesí, ir y venir, saludar gente y reconocer caras de las redes sociales. Pasa Manza con una remera de la Fiorentina de Batistuta, pasa el Compañero Hernán Espejo Asma, pasan las bandas que van llegando y 107 Faunos empieza a calentar el escenario principal. Qué distinto es el vivo del sexteto –esta vez septeto con Valentín Prietto ayudando en coros y percusiones varias-, es en realidad una tribuna de voces sensibles a garganta pelada, unos sacados en “Pequeña Honduras” haciendo bailar a los saltos a los que se animan. Hay dos o tres pequeños niños que son muy significativos, miren cómo la agitan de la mano de mamá o en los hombros de papá. Strassburger y los fotógrafos se confunden en una mezcla de pogo y abrazo con una mano al viento en dirección al escenario. Se fue el sol del todo, la cosa es distinta con esa media sombra, el mejor momento de la tarde.

Un amish, un financista de corbata y chaleco, dos obreros polacos, un cura petiso y anteojudo. ¿Una película de Alex De La Iglesia? No, El Violinista Del Amor y Los Pibes Que Miraban. Qué cortos se quedan los Mumford & Sons con el look inmigrante, qué geniales son estos muchachos. Canciones para bajarse y subirse al barco que cruza el Atlántico llevando banjos, acordeones, trombones y mandolinas con las que cantarle al “Tren Blindado” de los republicanos españoles; el aire de cantar en la trinchera de la derrota y la victoria. Son las fuerzas vivas del pueblo seco y blanco de tanto sol en La Mancha cantando viriles para pasar la tarde noche. También se permiten algún bolero de Manzanero que Nicolás se encarga de cantar al oído de cada muchacha que ande cerca del escenario. Un triunfo para ellos y una grata sorpresa para muchos que seguramente se esperaban cualquier otra cosa de una banda con tal nombre indie.

Tom Quintans aparece por primera vez en el escenario, al mando de Go-Neko! El más veloz de los bateristas es el pulso vivaz del set viajero platense, que pide expresamente el proyector para pasar Terminator I de fondo. Como una orquesta de ciencia ficción, se disparan los samplers por doquier y el bajo poderoso es protagonista, encajado entre dos violas poderosas. Pareciera que la banda se da manija, se desafía a doblar los tempos, a ver quién se la banca más. La sana competencia de los músicos virtuosos arma la más mortífera combinación de efectos especiales in a very special Laptra way.

Mientras el sol agonizaba sobre el patio del Konex, Fantasmagoria daba inicio a su set acompañado de una numerosa audiencia para ver a Gori & Cía. Algún desperfecto en el equipo del bajo hizo que tuvieran que improvisar el tercer tema a capella, aplaudiendo y pateando el escenario, en lo que fue sin duda una de las postales del festival. La mística del ex Fun People alcanza a propios y extraños: seguidores de la primera hora agitaban junto a quienes lo veían por primera vez, que ya para el explosivo final eran nuevos fanáticos.

Con la luna a la vista y tras una necesaria pausa cervecera, Poseidótica tomaba el patio para despegar su trip instrumental comandado por las hábiles manos de Walter Broide. Martín Rodríguez, bajista y conductor designado para el viaje, toma el micrófono y anuncia unos nuevos temas y un próximo show con Pez para 2014. Otros que presentaron nuevas canciones fueron los Acorazado Potemkin, mechados con los grandes éxitos de Mugre, como “La Mitad” y “Puma Thurman”.

Pero antes, en el escenario Triángulo de Las Bermudas, salió a la cancha Bestia Bebé, uno de los grupos que más traspiró la camiseta este año presentando su disco debut. La táctica en sus canciones en sencilla y efectiva, su público estalla como una tribuna y corea cada estribillo alentando al cuarteto y pidiendo huevo y más huevos. Tom –no por nada lleva el 10 en su pantalón corto- se pone el equipo al hombro. La hinchada quiere “El Uruguayo” y éste no se hace desear: lo pedís, lo tenés. Sobre el final llegan los refuerzos con el Gato de los 107 y Jimmy de Los Negretes para “Patrullas del Terror”, y ganamos todos por goleada.

Entrada ya la noche era el momento de normA y sus oídos llenos de Wire. La cosa se puso seria en el escenario. Los platenses cautivan con sus letras filosas y sus riffs lacerantes. El rock 2 tonos se apoderó del lugar y hasta se dio el gusto de burlarse de todos los que hicimos ranking de fin de año con “pc”. Y nos cabió a todos.

La luna subía en el patio del Konex pero todos perdieron la noción del tiempo gracias al ir y venir de bandas entre un escenario y otro, y también –admitámoslo- por el más que accesible precio de la cerveza, la diva de la noche. Bicicletas daba inicio a su setlist entre el descanso y las charlas del público, que fue integrándose de a poco con “11 y 20” y que terminó aplaudiendo con “Pistolero”, que es para algunos, el hit del año.

Sobre el comienzo del domingo, el público no quería perderse el show de Valle de Muñecas. Los hits se sucedían y todos coreaban sin perder el ritmo. La frontera entre el escenario y la gente se desvanecía más y más. Manza podría haber dejado de cantar tranquilamente, total el centenar de voces frente a él se hacía cargo sin problema de cantar “Días de Suerte” o “La Soledad No Es Una Herida”, himnos del corazón de una banda que con diez años recién cumplidos, promete hits para una década más.

El show debe continuar y ya pasada la medianoche, lo hace sobre el escenario Triángulo de Las Bermudas. El patio queda reservado para la birra a cielo abierto y para aquellos que aprovecharon las sillas para echarse una siesta mientras los amigos hacían olas sobre el final  del show de The Tormentos.

Para el cierre, nada mejor que Los Espíritus. Los pocos que aún quedaban en pie tras la maratón rockera, se fundían entre las proyecciones y la sombra de “El Gato”. El verdadero hit del under es “Lo Echaron del Bar”, ese donde el Santana de La Paternal que dice llamarse Maxi Prietto se inmola con su guitarra para su propio deleite y luego para el de los demás.

En medio de tamaña performance, les cortan el sonido. Los Espíritus arremeten pero desde el control del sonido no hay respuesta. Por más que Santi Moraes se agarre las pelotas el sonido no vuelve. Todo parecía terminar, todos a sus casas, pero Moraes irrumpe con la acústica y así nomás arranca “Noches de Verano”, literalmente unplugged. A grito pelado y revoleando agua mineral para todos lados, Prietto se funde con las voces de la cincuentena de impávidos que miran el escenario y que bien podrían haberse subido y terminar a todo culo. Porque la música es la novia de todos y porque en el Konex estalló el verano.